miércoles, 20 de noviembre de 2019

Gabriel León, bioquímico, "el científico pop", en el matinal de CHV, hablando sobre el impensado nexo entre las ciencias duras y el estallido social, sostenía que: "La desigualdad es inherente a nuestra especie". El argumento biológico siempre da la sensación de inmanencia, de una certidumbre teórica pero a la vez de una condición irreversible. Sin embargo, siempre hay un margen de error que permite pensar que las cosas no están determinadas por su "naturaleza", sino que por su grado de arbitrariedad. Ahí es donde entran las malogradas ciencias sociales. Su inexactitud abre la brecha para lo variable, pero también cae en el juego del desequilibrio.
El término "primera línea", la línea de cabros que encabeza una marcha para enfrentarse a la represión policial, podría emparentarse conceptualmente con el sentido original del avant garde francés (guardia delantera), relacionado con aquella primera fila de soldados que va delante del cuerpo principal de combate, solo que aquí el término es resignificado para hablar desde la otra vereda, la de los civiles en posición de lucha contra los dispositivos de poder. Curioso que aquí la primera línea cobre más bien un sentido territorial, de apropiación de la jerga militar para darle otro enfoque a la disputa en la calle, la vía pública, auténtico escenario campal entre dos fuerzas, a todas luces, antagónicas. 

Aparte del avant garde, tenemos otro caso de resignificación en el propio vanguardismo europeo de principios de siglo XX. Los vanguardistas habrían sido aquellos que, desde el nicho de la alta cultura, con todas sus connotaciones burguesas, se propusieron romper con la tradición artística para apostar por una renovación de las formas y un rechazo a todo lo que hasta entonces había sido concebido como arte. De ahí habrían tomado lo de vanguardia: porque estaban en la avanzada intelectual de la época, en "primera línea", pero no precisamente desde la pura calle atacando en legítima defensa, sino que desde un temprano underground cultural como espacio de resistencia y de creación.

Considerando que el Cabaret Voltaire no pueda ser calificado ni por asomo como una sofisticación de una barricada, se trata de realidades, de experiencias y de contextos disímiles, pero que comparten un mismo espíritu: la repulsa contra lo establecido, el rechazo a los poderes fácticos, aunque, en el caso del vanguardismo, la batalla se dio en el estricto plano del arte y de la cultura burguesa como instituciones en decadencia; en cambio, en el caso de "nuestra primera línea", la batalla se gesta sencillamente en la calle como espacio vivo (incluso, hasta "encendido") y como tópico, a punta de piedras, palos, fuego, neumáticos, mobiliario público y, en realidad, lo que venga a la mano para reaccionar al ejercicio del poder institucionalizado. De acuerdo a esto, la "primera línea" podría ser llamada, con justa razón, una muy particular clase de "vanguardia". Así, ese gran Caballo de Troya que conforma a los vanguardistas de la calle encarna su propia épica, (toda insurrección requiere también de una épica) a través de la infra historia que se levanta para resistir la opresión que cae sobre sus cabezas y la de su gente. Destruir, hacer tabula rasa (como lo hicieron los dadaístas contra la yuta del arte) pero también allanar el camino para la fuerza colectiva.