martes, 28 de noviembre de 2017

Cada tanto se ponen en toda la curva de Edwards con Ferrari una serie de compadres con chalecos reflectores y señaléticas del signo Pare. Lo hacen para advertir a los vehículos que bajan y suben esa peligrosa curva sobre los otros vehículos que avanzan en dirección contraria. De vez en cuando reciben su propina. Lo singular es que casi siempre es un compadre distinto el que realiza la labor. Además, no tienen algo así como un patrón de horario. Es decir, pueden llegar o abandonar la pega que están haciendo cuando lo estimen necesario. Por supuesto que deben estar autorizados por el municipio, aunque desconozco las medidas y reglamentos que los rigen. Todos estos, junto con los estacionadores del plan, de seguro se conocen y funcionan como un gremio alternativo. El hecho de que se roten la pega, y de que hagan algo como señalizar indefinidamente el paso a los vehículos que bajan y suben en esa curva, evoca de inmediato el mito de Sísifo. No cargarían piedras cerro arriba solo para verla caer nuevamente, a modo de castigo divino, sino que esas piedras ahora serían autos, y la acción redundante no sería la de empujarlos, sino que la de allanarles el camino. Camus veía en Sísifo al héroe absurdo que vivía su vida al máximo, odiaba la muerte, y era condenado a una tarea inútil. La absurda y la extraña función de estos hombres señalética sería, para el filósofo, algo equivalente, pero solo trágica en la medida que los compadres fuesen conscientes de que lo que hacen resulta fútil. Pero para ellos representa, más allá de todo ese dilema existencialista, nada más que el hacer la pega. "De algo se vive", repetía uno de ellos. El hombre señalética vuelve a su labor con una sonrisa luego de contar las chauchas de los conductores y fumarse un cigarrillo al alero de aquella curva. El mundo moderno, su diseño urbano, sus infinitas curvas a disposición de la máquina, propicia la existencia de nuevos sísifos. Y estos a su vez aceptan de buena gana el cumplir tareas fútiles con tal de ganarse la vida. ¿Será esa su resignación o su afirmación? Solo su espíritu estoico, a la vez que asume con picardía la redundancia de su trabajo. “Hay que imaginarse al hombre señalética feliz.”.
Hija de la líder del Bus de la libertad cambiará su sexo y nombre. Parece otra broma matutina de La Legal, pero no lo es. Marcela Aranda, la líder, alega que el MOVILH ha hecho un uso mediático de la situación, con tal, según ella, de reinstalar el debate y sacar dividendos. Justicia divina, dirán, con suma ironía, los más progres. Otra prueba del Señor, debe creer en el fondo la propia Aranda, volviendo sobre el amor de Dios. ¿Cómo explicar ese humor negro de la historia, sin recurrir aún a la figura ideológica o religiosa? Nietzsche había dicho que no existen hechos en sí mismo, solo interpretaciones de los hechos. Nadie puede ver ni verá el acontecimiento puro, porque simplemente este no existe. La sociedad contempla estupefacta un cambio positivo de parte de la hija, una liberación, y ojalá una lección moral de parte de la madre. Ella, por su lado, enfrenta de manera íntima lo que sería otra prueba del mal dejada ahí por Dios para probar su convicción. Lo inexplicable, lo invisible sigue todavía caminos misteriosos, pero también sarcásticos.