domingo, 26 de octubre de 2025

Apuntes dispersos y digresiones sobre una charla de Nina (ejercicio reflexivo)

1. Decía Nina que en términos de creación de escritura, no hay reglas. Hay, ante todo, libertad, aunque una libertad sujeta a la pluma. Por lo tanto, no hay fórmulas para escribir. Es pura autoría, sensibilidad, creatividad, imaginación. Los procesos creativos son personales y únicos, como si se tratase de huellas digitales. Totalmente intransferibles. A lo sumo, quien escribe puede abrir la “cocinería”, ofrecer sus servicios y sus herramientas a otros escritores aficionados, pero no puede hablar por sus voces ni por sus estilos particulares.

2. Ella usó la metáfora de la espigadora, tomada del documental de Agnes Varda, quien, a su vez se inspiró en el cuadro Las espigadoras de Jean Francois Millet, para señalar que se trabaja siempre con las “mierditas”, con la mugre, con los despojos, con las sobras que otros han dejado para ser recolectadas y reutilizadas. Eso mismo es la escritura: una recolección y reutilización del despojo.

3. En otra digresión, mostró el desierto de Atacama, donde unas mujeres rastreaban en la pampa, recordando el documental Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. ¿Por qué para mí es importante lo que estoy buscando, lo que pretendo encontrar? Se preguntaba. Se indaga en una razón oculta y enigmática. Hay que hacerle caso a las corazonadas, las que, a menudo, vienen en forma de digresiones, de hallazgos insólitos, de imprevistos.

4. Un hombre con título universitario recogía comida de la calle, en otra fotografía mostrada en la charla. Aparentemente, ese hombre no tendría motivo para hurgar en la basura. Nadie reparó en su proceso de recuperación, en su escondida faena recicladora. Algo más o menos así hace quien escribe: con tal de seguir adelante, puede hurgar hasta en la basura, y será lo desecho el material idóneo para rehacer lo que estaba deshecho.

5. Según la arqueóloga chilena, Flora Vilches, hay que “hacer visible lo que está ahí, pero nadie ve”. Es preciso dar segundas oportunidades a las cosas y ofrecerlas de nuevo al mundo con otro cariz, otro matiz, otro relieve.

6. A decir de Agnes Varda, “ser cineasta es ser espigador por excelencia”. Quien escribe es también un espigador, incluso una espigadora a la manera de Millet, anónima, sin rostro, empeñada en una labor a la que está llamada y a la que nadie quiere dedicarse por entero. Hay que recoger trocitos de la realidad, porque “la realidad es como un talismán inestimable que hay que preservar”.

7. El azar, el azar es la coartada perfecta para disimular la sensibilidad que va hilvanando el material con el que se trabaja. Hay una dosis de magia negra en la creación, en la escritura, una voluntad que opera más allá del límite, que manipula, que obra. Se conecta el inconsciente de quien escribe con la materialidad, con el mundo, con lo real.

8. Durante la charla, una chica mencionó el término serendipia, mientras Nina continuaba discurriendo sobre el azar y sus posibilidades. Nina no tenía idea del término, y tampoco logró identificarlo, así que se acercó a la chica, la sostuvo, la miró fijó y le preguntó, mirándola a los ojos, qué había querido decir con “serendipia”, palabra tan rara. La chica respondió que se trataba de un término ad hoc, relacionado directamente con el azar, al menos en la superficie. Sería este hallazgo accidental o casual que ocurre cuando se está buscando otra cosa distinta a la que se encontró. Nina no lo podía creer, la digresión estaba sucediendo ahí, en ese momento, más allá de las palabras, de los discursos preparados. “Próximo libro”, dije, sin la suficiente fuerza, aunque sí se escuchó, “Serendipia será el nombre de su próximo libro”.

9. Decía Úrsula K Le Guin que “la forma natural de una novela podría ser la de una bolsa”. La forma de una bolsa/panza/caja/casa/botiquín. Algo debe caber dentro, y lo que quepa allí dentro puede encajar o moldear el conjunto.

10. Palabras e historias son partes de un todo que, en sí mismo, no es conflicto ni armonía, sino un proceso continuo. “Una historia debe ser vista como una batalla”. Ahora, depende de esa batalla si hay más ganadores que vencidos, más vencidos que ganadores, o se trata de un empate técnico que lleve a duelos y remates indefinidos.

11. De nuevo, recoger la “mierdita”, recoger la “basurita”, desamarrar la bolsa, escarbar en el contenedor, son ejercicios propios de la escritura literaria. De nuevo, la mierdita, la basurita, el resto en la bolsa, el desecho en el contenedor son materiales susceptibles de literatura.

12. Decía Walter Benjamin, maestro de Nina, que “nada, absolutamente nada de lo que alguna vez ha acontecido, ha de darse por perdido para la historia”. En suma, todo sirve, todo merecer ser observado, otra vez.

13. Transitamos una calle que ha sido recorrida muchas veces. Una calle plural que no nos pertenece, y a la cual pertenecemos. Escribir es disgregarse. Cada escritura es un cruce, una mirada, un paso nuevo en la acera, una intuición fugaz antes del choque.

Hay que espigar la calle, porque nadie escribe desde una página blanca, porque nadie dice algo de nuevo por primera vez.

14. Voyager 1 a Voyager 2. Cosmos de Carl Sagan. Las sondas espaciales detectan la energía de las partículas y miden la composición de los cuerpos celestes. Como las sondas, se registra todo, se amplía la mirada, se queda suspendido en el abismo espacial, se siente, quien escribe, suspendido en su propio abismo espacial, porque a su alrededor hay vacío y estrellas viejas. Le falta el oxígeno, le sobra la sangre.

15. En un disco de oro, se supone que debía quedar registrado “lo mejor de la humanidad”, una cantidad inmensa de hallazgos, descubrimientos, obras, estructuras, composiciones, hazañas que representaran lo más excelso de la especie, su cúspide creativa. Ese disco sería enviado al espacio destinado a futuras civilizaciones o futuras vidas inteligentes. Las sondas enviarían el mensaje, con la esperanza de la decodificación en medio del más absoluto silencio.

16. “Ahora mismo, un ojo invisible está leyendo mi diario”, dijo Sofía, otra compañera. O, al menos, eso escuché de lo que quiso decir. Un ojo visible que lee tu diario, que lee todos los diarios, un ojo invisible leyendo lo que se escribe, un panóptico interno releyendo a pesar tuyo.

17. Uno se debe a sus obsesiones. La realidad es el gran contenedor. ¿Qué contiene? ¿Qué la contiene?

18. Las construcciones narrativas asépticas no existen. Ponerse a escribir es político, so pena de reescribir lo político o de hacer de la política una rama menor de la literatura.

19. “Se vuelve a transitar por los lugares, se regresa a horadar el cementerio, se vuelve a bajar a los subsuelos, se interroga la realidad toda”, claro, porque la realidad es la interrogación máxima, porque el subsuelo es también una porción de realidad, y el cementerio es el lugar destinado para todos los escritores, sin excepción, el lugar donde todos transitan sin haber transitado.

20. El proceso alquímico. Levanté la mano. Le comenté a Nina que su alusión a la magia y a esa cosa de voluntad arcana tenía que ver mucho con la alquimia. Ella asintió, porque, en efecto, escribir era hacer alquimia, si entendemos por alquimia esa transformación de la materia bruta en materia formal, esa transmutación de lo inerte en algo vivo, aunque el costo de darle vida a lo que estaba muerto sea el sacrificio de la forma y de su fondo.

21. Había que hacer de las vísceras una ofrenda, había que ponerle corazón a las palpitaciones.

22. A riesgo de tener la conciencia limpia, escribir es ensuciarse, meter las manos en el mierdal, sacar de allí algo cuantioso que se creía extraviado o sencillamente exponerlo sin tregua.

23. Un profesor mencionó el libro “El adversario” de Emmanuel Carrère para ejemplificar la idea de que “un libro fallido es otra forma de contar”. Había en la disección del crimen y en el desenmascaramiento del asesino una cosa mucho peor que una trama truculenta: una cosa banal, una cosa carente de épica, de motivo elevado, de trama. La falla del libro no suponía la clausura de la búsqueda, todo lo contrario, suponía una victoria pírrica, frente al fracaso de la justicia, frente a la falta de explicaciones últimas. El libro mismo era el testimonio vivo de una apuesta, inclusive en la derrota. La escritura es la apuesta de quien se sabe vivo en la derrota.
Al ir a comprar al negocio de la esquina, se hablaba de un nuevo detergente en venta: "El Quijote sin mancha". Decían que rendía más que el resto y que era mucho más económico. Tenía un dibujo del Caballero de la Triste figura, quien aparecía solo, sin su famoso escudero Sancho. Un gesto decidor. La limpieza tenía que tener ese signo de ironía y de sátira para ser soportada en su labor redundante. Pensé en el publicista detrás de la idea. ¿Habrá leído la obra cervantina en su totalidad? ¿Se tratará acaso de un lector de novelas que se gana la vida haciendo publicidad con guiños literarios? Siempre hubo una tensión cómplice entre literatura y publicidad. Esta última toma recursos poéticos para su función, pero les imprime una cuestión persuasiva. A su vez, la literatura que pretende venderse tiene que tener una publicidad adecuada, para alcanzar la mayor cantidad de ventas posibles. Jamás Cervantes habría imaginado que su obra alcanzara tal relevancia que terminara siendo referida en un producto de limpieza, y ni siquiera el mismo Quijote, en sus más febriles sueños, habría imaginado que acabaría volviéndose ícono de un detergente en lugar de un caballero andante. De todos modos, su imaginario resistirá la arremetida del pensamiento aséptico, a tal punto que la ropa limpia podría ser el indicio de una profunda disciplina o de una neurosis, y la ropa sucia, el signo de una locura imbatible.