lunes, 3 de marzo de 2014



La relación entre el acto de escribir y el acto de desear el sentimiento hacia una mujer es más estrecho de lo que venía sospechando, va más allá de la ficción, inunda la misma intimidad del escribiente aislado del afuera, el mundo del sentimiento, su corazón es suyo, le pertenece, pero sólo puede hacer que viva en los demás mediante su oficio solitario. Piglia, el oráculo de este día, menciona algo respecto a la dimensión epistolar de ese ejercicio, un "te escribo, luego existo" aplicado al propio animal literario cuando escribe el mundo: "En octubre de 1921 Kafka entregó sus cuadernos a Milena. (“¿Has encontrado en el Diario algo decisivo contra mí?”). Lo mismo hace Tolstói con Sofía su futura mujer (y ella nunca se lo perdona) y también Nabokov con Vera. En distintos momentos Pavese piensa en esa posibilidad (“lo escribo para que ella lo lea”)." Entonces, ¿qué le queda a los solteros, a los cesantes del amor, en materia de escritura? solo el vestigio de relaciones que fueron, la idealización o en otro extremo la absoluta contingencia de su propio ser deseante. Escribir como proyecto sentimental significa confiar mi creación a ese otro deseadp, el arrojo de una creación que sin expectativa de ser leída y correspondida, es pura apuesta, un juego de dados que no abolirá el azar del corazón, en caso de que la persistencia e incluso la porfía escritural encarne en la figura de aquella otra, en forma de una promesa, secreto o invitación: mi relación misma con ella a través de la escritura es la buena nueva, es más bien la tragedia por esa mujer invisible que los textos, las noches y el insomnio se encargaron de coronar , y que solo puede estar frente a ti, cuerpo a cuerpo, en forma de aquello que no puede ya decirse, escribir de ella nos vuelve inmediatamente seres más acá del lenguaje, ángeles, bellos pero invisibles para el mundo...