martes, 29 de noviembre de 2016

Hablo con una prima que fue a dar hoy la PSU de Historia. Cuenta la historia de un amigo al cual la máquina correctora de pruebas le corrigió mal su PSU del año pasado, sacando menos del puntaje que realmente obtuvo. Lo peor no fue tanto la ponderación final, mero trámite algorítimico fácil de resolver, sino que el error le costó la postulación a becas por encontrarse fuera de plazo a causa del impasse. La prima contaba la historia con cierta naturalidad sospechosa, quizá como una forma de decirse a si misma que la prueba está sujeta a cuestiones que no dependerán solo de ella. Paradójicamente, en el proceso de contar la desgracia de su amigo, se quita un poco de presión, proyectando también el resultado de la prueba a merced de la máquina. Le parecía extraño que fuese una máquina la correctora de pruebas, y no un equipo técnico de la Universidad de Chile. Alguna suerte de comisión evaluadora secreta. A pesar de saberlo de antemano, me sigue sorprendiendo ese singular hecho. Imagino de pronto un escenario distópico en que toda la educación deba pasar por el cedazo de una gran máquina evaluadora, sujeta a códigos y variables definitivamente kafkianas, incomprensibles. La PSU como el primer borrador, como el documento de acceso a una realidad estándar, a una distopía en potencia.

lunes, 28 de noviembre de 2016

El problema del recuerdo (en Westworld)

En lo último de Westworld sale a la luz el problema del recuerdo. Dolores va en busca del por qué de su trama. Cree ver en la figura del viajero redentor, y luego, en la del padre, alguna respuesta. Quiere volver a pasar por el corazón lo que creyó amar. Por otro lado, cuando Bernard, científico del lugar, se enfrenta al Dr Ford, le dice que un poco de trauma podrá ser revelador, para indagar en su propio pasado. El doctor le señala, sin embargo, que es preciso el olvido para la vida. La misma advertencia nos hace Borges respecto a su Funes el memorioso. Demasiada memoria puede, paradójicamente, perdernos. Hay un momento en que el propio doctor se pregunta la diferencia fundamental entre los humanoides anfitriones y los seres humanos. Decía que no era ni la racionalidad ni la emocionalidad, cosa de la cual los anfitriones también eran capaces, sino que precisamente la memoria. Los anfitriones tenían recuerdos implantados que recordaban perfectamente. Hechos de un trasfondo que definía su identidad. En cambio, los recuerdos de los humanos se desarrollan producto de una empiria, vagos y difusos, solo posibles de evocar mediante un relato. En este relato el olvido viene a ser, no el antónimo de la memoria, sino que finalmente su consecuencia última. Todo lo que los anfitriones de la serie comienzan a buscar está programado, y por ende, carece de sentido. Puro, pero, al fin y al cabo, vacío. La conciencia que experimentan de manera incipiente no hace otra cosa que develar esa realidad. Se van pareciendo poco a poco al humano en su incesante búsqueda del tesoro. Era lo que su creador quería a toda costa evitar: el deseo, la insatisfacción. Sin embargo, será eso lo que defina, después de todo, las reglas del juego, en ese mundo absurdo, como el del cuento que Bernard recuerda contarle a su hijo, donde "nada seria lo que es, porque todo sería lo que no es".
Decido buscar el significado de la palabra pedantería. Me encuentro con una sorpresa. Un estudio virtual señala que es una deformación de la palabra pedagogo, al definir al maestro como “el que acompaña a pie a los niños”. Según el propio estudio, el origen de la palabra resulta incierto. El primer término al parecer proviene de la misma raíz que pedagogo. Durante el siglo XVI, maestro a sueldo. Y posteriormente, alguien que ostenta demasiado su saber. Aunque tampoco existe ningún estudio definitivo al respecto. De ser así, si la etimología lo permite, el pedagogo señalado como el pedante por antonomasia. El pedante como el pedagogo por definición.

domingo, 27 de noviembre de 2016

El otro día uno de los cabros del primer ciclo habló con la secretaria y con uno mismo, después de llegar atrasado. El ánimo estaba tan distendido que esperamos a que terminara la conversación para entrar a clases. El cabro decía con total confianza lo mal que se portaba, a su juicio, antes de entrar al instituto. Entre una de sus hazañas contaba que robaba en el centro de Viña junto con un amigo. Incluso contaba que en una agarró a patadas a un caballero que los increpó. Era de esos lanzas jóvenes que merodean a los desprevenidos con completa alevosía. La secretaria le preguntaba que por qué lo hacía. Lo interesante es que decía que lo hacía no por necesidad material sino que por una especie de adrenalina, de impulso ante la falta de motivación. Llamarlo cleptómano sería arruinar la espontaneidad de ese dicho. Muchas veces pasaba tardes enteras en el calabozo hasta ser soltado tarde por la noche. Sus padres la mayoría de las veces, según él, no se enteraban de sus andanzas. La hacía piola. Ante mi estupefacción por oír el caso de un alumno ladrón, con cierta mezcla de asombro y extraño orgullo, le pregunté en qué estaba pensando cuando hacía lo que hacía. Lejos de moralizar al respecto, preferí escuchar su versión de los hechos. El cabro decía simplemente que no sabía en lo que estaba pensando. Era algo que hacía en su momento por circunstancias y móviles que ya ni recuerda. Que tampoco quiere volver a sacar a colación. Que en el fondo decidió meterse al instituto como una suerte de terapia personal, no precisamente para "mejorar", sino que para olvidar esa parte de su pasado. Luego de eso, hora de entrar a la sala. Se sintió con tanta confianza que incluso se dio el lujo de bromear, diciendo: "cuidadito profe, está vivo que voy a copiar igual en la prueba". No hice otra cosa que reírme. Algo en él cambió después de eso. No sé si para bien o para mal. Desconozco si el cabro en verdad seguirá robando o no. No viene el caso. Lo provechoso fue que se abrió de una forma inaudita y auténtica. Libre de engaño. Libre de moralina. Con una naturalidad propia de la intemperie. Ante eso cualquier aleccionamiento forzado sobre la virtud y sobre el futuro no significa nada. No es más que un robo a mano armada. Un juego de pedantería suprema.

sábado, 26 de noviembre de 2016

En Plaza Victoria, un montón de gente con banderas rojas junto a una cubana. Metros más allá, por Edwards, rumbo a la comisaría, una marcha de señoras y señoritas con el lema No más muerte a Carabineros. Sincronicidad paradójica en menos de una cuadra. Se obvió la pregunta por la causa de cada grupo. Sería redundante preguntar lo que salta a simple vista. Cual transeúnte impasible, simplemente se dibujó una ruta aleatoria. Una ruta a través de la efervescencia social, auspiciada por un sol imponente.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Leí algo sobre el Chico Molina, a raíz de un comentario sobre una cita de Steinbeck. Dicen que una vez llegó a un bar llamado la Unión Chica, anunciando a sus contertulios el término de su gran obra literaria llamada "El Lobo Estepario". Luego les leyó la obra página por página dejando a todos estupefactos por semejante genialidad. Más tarde, se pudo comprobar (al parecer Luis Oyarzún lo hizo) que la obra leída por Molina en esa ocasión era en realidad la novela homónima de Herman Hesse, que Molina se había dado el trabajo de traducir antes de que el libro se editase en Chile. Se dice que esa vez, lejos de avergonzarse, Molina se enorgulleció, puesto que para él daba lo mismo si se adjudicaba la novela con su nombre, porque sentía que le pertenecía a él y a sus amigos. En definitiva, a cualquiera que la leyese con sentido y entusiasmo. No escribió El lobo estepario, pero actuó como tal. No fue un editor de Hesse, pero fue uno de los primeros que lo leyó. Solo alguien como Molina, rara avis de las letras chilenas, pudo dar fe de eso.
Con la última ex veíamos La pequeña casa en la pradera, canal 13. Siempre la veía los Viernes por la tarde en la pieza. Me parecía melosa y melodramática, pero por su carácter de culto al menos hice un sacrificio. A ella supongo que le gustaba por esa proyección idílica de la vida en pareja. Ese ensueño bucólico propio de las chicas demasiado creyentes. Me acuerdo que en una parte el señor Els, comerciante del pueblo, pelea con su mujer y esta le echa un montón de huevos encima. Me comienzo a reír de manera desaforada. Ella decía que no le hizo gracia. Extrañamente después en el capítulo el Señor Ingalls también se ríe por lo sucedido, y la Señora Ingalls dice exactamente lo mismo. Que no le hacía gracia reírse del señor Els y la pelea con su mujer. Hasta el día de hoy, me sigo cagando de la risa con ese episodio. Aún con cierto ánimo hipócrita. Como buscándole una salida de culebrón a nuestra rutina. Recuerdo entonces la serie a partir de ese hecho cómico, y pienso en que al final lo único que sobrevivió al amor fue esa burla, esa burla ridícula de los huevos rotos encima de la cabeza, símbolos de nuestro estado sentimental.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Prueba final

En esta siesta de una hora al llegar de clases, soñé otra cuestión extraña, para colmo, relacionada con el instituto. Estaban en una prueba final. La sala era difusa. Un espacio sin forma definida. Solo se apreciaban los alumnos en sus respectivos asientos, delineados no tanto con perfección sino que con orden. El profesor no se dejaba ver, porque era uno mismo observándolo todo. En las pruebas se apreciaban unas inusuales figuras geométricas a modo de ítemes, debajo de los cuales había líneas de desarrollo. Cuadrados, rombos, también círculos. Al otro lado lado de la hoja recién empezaba, digamos, lo estrictamente linguístico, con un texto largo, irreconocible en el sueño, que debían leer no recuerdo con qué fin. Uno de los alumnos, sorprendido ante tanta figura geométrica aparentemente sin sentido, preguntaba qué hacían allí, en una prueba de lenguaje. Que esto no era la psu de geometría. Lo decía entre angustiado y enojado, porque el tiempo corría sin una pronta respuesta. Ni uno mismo sabía el por qué de esa misteriosa prueba. Solo atiné a decirle que las figuras geométricas simbolizaban los puntos de vista. Que la prueba era fundamentalmente de literatura. En la cual los puntos de vista son la esencia de todo. El alumno volvía perplejo, sin entender un carajo, de vuelta a su asiento. El resto escuchó la explicación pero seguía impertérrito en el desarrollo. Una alumna dio la vuelta, observó hacia todos lados diciendo irónicamente: "pues no veo literatura por ninguna parte". Todos comenzaron a reír. Después de eso, el sueño acaba. Despierto. Tumbado sobre la cama, en una posición a todas luces incómoda. Era el cuerpo, un insalvable dolor de cuerpo que no había podido superar durante toda la noche. "El dolor no tiene forma", me dije a mi mismo. Al parecer, esta vez el punto de vista sí tenía que ver con eso. No había armonía entre literatura y geometría en el sueño. Tampoco la hay en esta pequeña realidad irregular y prosaica de fin de semestre.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Cubo

La nueva apuesta de Chilevisión: El Cubo, con una idea por supuesto que no es original, copiada de un programa británico del año 2009, en la que los entrevistados están encerrados dentro un gran cubo iluminado solo con retroproyectores, completamente solos, con cámaras robotizadas operadas desde fuera y cuyas preguntas las realiza una voz en off. La farándula se renueva y le da un toque kafkiano a su farsa. Hace de la vida íntima un motivo de show psicológico, donde sus televidentes hacen las veces de testigos, mediados por un panóptico invisible al común de la gente pero completamente identificado por el equipo televisivo. Cuando escuché por ahí esta idea sobre el Cubo aplicado a la entrevista de farándula, pensé de inmediato en la película de 1997 del mismo nombre, dirigida por Vincenzo Natali, en la cual las personas despiertan de repente encerradas en un Cubo sin saber por qué, y en la que deberán hallar la salida de este a cómo de lugar. Lo realmente intrigante de la película era ver cómo los encerrados caían presos no tanto del cubo en si mismo, sino que del laberinto de sus propias mentes y caracteres. He llegado a imaginar que el próximo paso de la televisión abierta -siguiendo la lógica del encierro y del panóptico- será precisamente ese: Encerrar en un Cubo a sus invitados sin motivo alguno, solo puestos contra si mismos, para ver quien sobrevive. Una obra televisiva digna de un episodio de Black Mirror. La pesadilla kafkiana vuelta el nuevo espectáculo.


Guias

Algunos alumnos a lo largo de estas últimas dos semanas han dicho sobre las guías de trabajo en clases: "Puedo hasta empapelar de nuevo la pieza con ellas", señalaba una alumna sarcástica. Otro decía, con determinación: "Haré una fogata con ellas". Un tercero aclaraba, bromista: "Tengo para regodearme en papelillo (para fumar)". Solo dos respondieron algo completamente distinto. Uno un poco más predecible: "Las dejaré como material de estudio". Y otro alumno que dijo, de forma inesperada: "Quedarán en blanco. Como deben estar". Todos de alguna manera le dieron alguna utilidad a las guías, aunque no fuese ni por mucho la señalada, (sentido sería mucho decir), pero este último prefirió la hoja en blanco, el vacío. Ese deber estar de la hoja en blanco. Nihilismo escolar de fin de semestre.

lunes, 21 de noviembre de 2016

David Foster Wallace decía que el 50 por ciento de lo que hacía era malo, y así es como iba a ser, y si no podía aceptarlo, entonces es que no estaba hecho para eso (la escritura). El truco estaba en saber qué era malo y no permitir que los demás lo vean. La obra, sea de la naturaleza que sea, un caballo de troya que arrastra una multitud de yerros y desaciertos. Hay algunos que prefieren ocultar esa multitud; otros que buscan exhibirla, haciendo gala del sacrificio que tomó el proceso. Siempre algo queda atrás en el momento de su ejecución. Siempre algo se descarta. Siempre algo corre el riesgo de ser destruido. La obra no como algo puro. La obra como el resultado de un asalto. Una tentativa de asaltar la perfección.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Un cabro decía que estuvo detenido por un disturbio post partido del día Martes, y que por tal motivo fue formalizado. Contaba la experiencia a sus compañeros con cierta seriedad. En el fondo de esa preocupación se escondía cierto orgullo, orgullo por iniciarse en una experiencia límite. (coqueteando con lo ilegal). Hoy día, después de haber faltado, se le ve más tranquilo que aquella vez. Le pregunto que cómo le fue, si logró zafar el proceso. Dijo que sí pudo, solo que con la condición de una firma hasta la resolución de aquel incidente. No podía ocultar, a pesar de verse atrapado en semejante burocracia, su sensación de alivio al concretar la victoria pírrica. "Me los paseo a todos". dijo con resolución. Pensaba de seguro que era más vivo que ellos. Para él ese paseo era más importante que cualquier siete. Se sentía libre, en cierta medida, libre de mandar a la mierda dentro del aula, donde sabe que existen leyes y cadenas de otra naturaleza. Donde sabe que su profesor -un simple novato en la escuela de la calle- ejerce otro tipo de ley, una ley que hasta él mismo no dimensiona.

jueves, 17 de noviembre de 2016

A veces revisando la mensajería, uno vuelve a conversaciones antiguas. Pequeñas y anónimas obras maestras escritas a dos manos. Las guardo celosamente como si se tratasen de material arqueológico. Leo el de una chica que decía ser de España, pero que andaba por Alemania, estudiando filosofía, luego de volver de Chile. En una parte, casi al principio, hablaba sobre un sueño que tuvo. Un sueño con un chico desconocido de Valparaíso. (Que resultaba ser uno mismo). Y una carta con un secreto que quemaba. Se vuelve a la conversación con el iluso recuerdo de algo. A pesar de la ficción. Solo por el placer del texto. Me regocijo en la belleza de esos diálogos íntimos y pretenciosos sin otro fin, buscando algún pasaje significativo o simplemente analizando el derrotero que tuvieron. Una especie de obsesión romántica mezclada con una innata capacidad de ocio. Quizá precisamente entremedio de estos ligues fracasados -y elocuentes- sobreviva algo medianamente digno de ver la luz. Algo que sea bueno, que sea real, algo que al menos queme, como aquella carta imaginaria.

Calor de locos. Lo malo que la migraña comienza a brotar. Aunque da la ocasión para el hielo y la cerveza. Hay cierto embrutecimiento en el calor que exaspera. En cambio, invita al ánimo desenfrenado. No hay tiempo para la reflexión debajo de la brasa. Solo queda salir a buscar algo para refrescarse y aguardar la sombra. La mirada lasciva fluye sola, las señoritas lo saben. Pasan de largo ignorando la orgía del tiempo. Los vendedores continúan estoicos, aprovechando la intuición del verano. El caminar se vuelve despreocupado. Pareciera que los problemas se derriten, junto con la cabeza. La mejor excusa para no trabajar en demasía. El frío invita a la introspección, o la actividad puertas adentro. El calor obliga a la acción, al aire libre. No deja espacio para el recogimiento. No provoca otra cosa que un ocio desatado. Unas ganas metereológicas de beber y beber, hasta que el sol se canse.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Vi de esos chocolatitos de forma elíptica en el kiosco. Blancos y oscuros. Con rayas arriba. La señora los tenía a cuatro por cien. Le hice saber que hace veinte años mi bisabuela los compraba a diez por cien en el cerro. Le recalqué: El doble. Ella señaló: Más del doble. Cómo cambia todo, le repetí. Sí, todo sube, todo cambia, remató ella. Una corta sonrisa la delataba. Una sonrisa, en cierto modo, mercantil. Parecía reírse por el paso del tiempo y su irónica alza de precios. Uno, en cambio, se reía a medias, pensando, como su cliente, en ese tiempo cuando todo era más bonito, y, lógicamente, cuando todo solía ser más barato . La nostalgia, a fin de cuentas, sabe dulce pero también sale cara.
Es el tiempo del fin para los cuartos medios. Es también el tiempo en que los profesores se vuelven una mala mezcla entre escritor de auto ayuda, psicólogo new age y orientador vocacional de propaganda.

martes, 15 de noviembre de 2016

"Un día leí que tal vez la vida no era para todos. Valparaíso tampoco lo es". Daniela Tapia, 14 años, Curauma, Valparaíso en 100 palabras, 2015.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Habla el creador de Westworld

"Una vez leí una teoría de que el intelecto era como las plumas del pavo real. Solo un alarde extravagante para atraer una pareja. Todo el arte, la literatura, un poco de Mozart, Shakespeare, Miguel Ángel y el Empire State, son solo rituales de apareamiento. Quizá no importe que hayamos logrado tanto por los motivos más bajos. Claro que el pavo real apenas puede volar. Vive en el suelo, picoteando insectos en el lodo, y al final se consuela con su gran belleza". Dr Robert Ford (Anthony Hopkins) en la serie Westworld.

domingo, 13 de noviembre de 2016

A propósito de la Super Luna.

"En realidad no hay ningún lado oscuro de la luna. Toda la luna es oscura". Palabras al cierre del disco de Pink Floyd. Dichas por el portero del Abbey Road studios.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Última clase

Último día de clases de Segundo Ciclo. Como suele suceder, la preocupación de las cabras y cabros va in crescendo. Una de ellas llega a la hora en que le corresponde Lenguaje, pero para rendir una última prueba de Matemáticas. Otro dijo levantarse temprano solo a ver su promedio final, urgido por el Nem. De hecho, en ningún momento se entró a la sala. Solo se estuvo afuera en el patio conversando, dada la inasistencia generalizada. Se diluye la norma. Se distiende el criterio. Solo para constatar el fin de una etapa. Lo que esta cabra y este otro cabro hagan fuera de las aulas ya no me incumbe en lo absoluto. Aunque mi interés en sus asuntos solo va de la mano de cierta empatía y atención diplomática, habilidades que el profesor debe aprender muy a su pesar. El cabro, el más entusiasta, dice que estudiará Sociología. Tenía la vaga esperanza de rehuir las matemáticas. Pero se da cuenta que estas le aparecerán aunque no lo quiera. Le doy el respectivo ánimo de protocolo. La cabra, más cínica, alega respecto al atraso del profesor de Matemáticas. Para ella, a diferencia del cabro anterior, este proceso resulta más un trámite fastidioso, que, sin embargo, se esfuerza por completar. No especificó qué estudiaría. Tampoco se dio el tiempo de comentarlo. Solo se le veía hablar sobre sus anécdotas y sobre el estilo de vestir de sus compañeras de curso. Ambos confirmaron su asistencia a la Licenciatura. Será entonces la formalidad necesaria para luego escribir la palabra Libertad en la pizarra. El rito y el desenfreno como formas de enterrar al escolar interior, para luego dar rienda suelta a su propia condenada voluntad. Solo les doy un último consejo a modo de despedida: "Hagan lo que quieran. Pero háganlo bien". La cabra se siente decidida, y finalmente contesta: "También usted".

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lector de blogs

Se siente una nostalgia, y hasta cierto punto, melancolía, al leer los escritos de ciertas mujeres que ya fueron. Como si sus solas voces fuesen invocadas detrás de la pantalla con el solo hecho de leerlas. Es la sensación que deja visitar sus blogs. El romanticismo meloso de su estilo, la ternura que evocan a ratos, también con un cierto dejo de tristeza. No hay nada pretencioso, ni demasiado sofisticado en ello. No se lee nada impostadamente literario. Tampoco el intento de una estética. Es solo la sensibilidad siempre misteriosa, vetada a una primera lectura. Recuerdan a ratos a Madame Bovary con su ensoñación romántica, a su literatura como escapismo sentimental. O a Jane Austen con esa decimonónica proyección del amor. Hay algo en el blog que lo reviste todo de intimidad, aunque únicamente fuese virtual. Un secreto. Quizá, a lo sumo, una confesión, que se hacen a si mismas, en ausencia del mundo y de sus deseos. Solo leyéndolas puedo darme cuenta. Entrando en el blog creo volver a entrar también en sus corazones. Pero no para quedarme. Ni siquiera con su consentimiento. Solo haciendo las veces de lector obsesivo, creo cerrar un círculo imaginario, solo una idea sobre lo que pudo ser una promesa, una futura relación.
Lo pintoresco de todo es que durante la mañana los cabros sacaron a colación el tema Trump. Uno de ellos proyectó el meme sobre Los Simpsons anticipando el triunfo de Trump como presidente hace 16 años, en el contexto de la última unidad sobre géneros periodísticos. De hecho, se debatió en torno a la naturaleza del meme. Si era alguna especie de propaganda, lenguaje multimedial o derechamente un nuevo género. Luego, en la última hora, otro cabro pidió proyectar el video de Kramer imitando a la Dra Ana María Polo y a Donald Trump en un juicio hipotético. Fue durante la hora de Convivencia Social. A raíz del humor, la idea finalmente era debatir en torno a la polaridad política. La jornada, después de todo, nos sirvió para declarar lo siguiente: que la contingencia mundial (por oscura y adversa que parezca) puede servir de salvavidas ante el desgaste didáctico de fin de semestre.

martes, 8 de noviembre de 2016

Un compañero de tesis, me acuerdo, hizo una lectura libre sobre la novela de Yuri Herrera "Señales que precederán el fin del mundo". En la novela, la protagonista se llama Mákina, una joven mexicana que deberá embarcarse hacia Estados Unidos en busca de su hermano perdido. Ayer en el debate con Trump, una de sus promesas iba a ser justamente la construcción de un muro en la frontera con México. El viaje de Mákina dice relación con la mitología azteca. Nueve caminos. Hasta llegar a Mictlán. La tesis de aquel compañero buscaba obviar la consabida interpretación del "tercer espacio", tópico por ese entonces de moda en nuestra escuela. Se alejaba de lo meramente tópico, literario, en pos de una lectura político-económica de la novela. Tomando el ejemplo de Mákina, recuerdo que postulaba la ilusión del viaje, la superestructura que lo envuelve todo, de la cual el propio motivo de la migración y el narcotráfico forman parte. En resumidas cuentas, de acuerdo a su tesis, el sujeto en la novela se hallaba -como la propia palabra lo dice- "sujeto" a condicionantes que lo sobrepasan. Lo mismo puede extrapolarse a las elecciones presidenciales en Yanquilandia. De repente, ante los ojos de los candidatos, todo el mundo aparece dividido entre sujetos como Mákina que creen ir hacia alguna parte, y sujetos como los policías fronterizos que propician una cacería sin fin. Una gran cortina de humo, como en la novela misma, cuando la protagonista se percata de que, en realidad, vaya hacia donde vaya, siempre se hallará con un atajo directo hacia el Inframundo (americano).

lunes, 7 de noviembre de 2016

Apuntes sobre Black Mirror y el transhumanismo

G.P: En el episodio navideño hay un dispositivo en el que extraen una porción de tu ego y le dan vida para que haga cuestiones domésticas. Luego eso se utiliza incluso en cuestiones judiciales, para forzar declaraciones.

L.O: Los abogados ni siquiera entienden el ciberdelito, los black hat hackers llevan la delantera. Eso incluye a las empresas sin estudios en ética, como Google.

G.P: La ética será un fantasma en la época del transhumanismo.

Silencio en la nieve

La última película que vi con ella fue Silencio en la nieve de Gerardo Herrero en el Centro Cultural Gabriela Mistral de Villa Alemana. Las palabras que más se repetían dentro del guión fueron: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”. Tratando, mediante una interpretación antojadiza, encadenar el recuerdo de algo inexorable.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Westworld

Principio del formulario


En Westworld no hay nada que la ciencia ficción no haya imaginado antes. La posibilidad no solo de jugar a ser Dios, de crear vida inteligente, sino que de crear "conciencia". El gran dilema frankesteniano que define el futuro de la humanidad. Un profesor de la Universidad nos aclaraba precisamente que la ciencia ficción, en palabras de Bradbury, no hablaba sobre el futuro sino que de lo posible en la contingencia misma, del presente del hombre, por lo que la palabra progreso no sería sino lo que está velado bajo la quimera de nuestro tiempo. Westworld, relectura de la película de los setenta, Almas de Metal, le susurra a nuestra época de aburrimiento sofisticado. Hace de todo tiempo histórico un parque de diversiones hiperreralista para los llamados huéspedes. Los anfitriones vendrían siendo esta nueva clase de esclavos con inteligencia artificial, que viven bajo el yugo de una incipiente conciencia, de existir de acuerdo a los parámetros de una narrativa previamente designada y programada -metáfora del dios narrador ya trabajada por Unamuno-. Nada que no haya sido explorado. Lo interesante, sin embargo, viene en cómo esas tramas confluyen y en cómo nuestros anfitriones en apariencia inconcientes comienzan a rebelarse y a descubrir los hilos que los atan a su propia historia. En suma, la trillada pero siempre cotizada búsqueda de sentido. Es en parte la misión de dos personajes claves, a mí entender. El solitario y oscuro huésped villano, que vaga por el viejo Oeste americano en busca del laberinto dibujado en el cráneo de un anfitrión, lo que él llama y comunica al creador de Westworld (Anthony Hopkins) como el "secreto mejor guardado"; y la hermosa e inocente doncella anfitriona del campo, que lentamente y a través de un viaje sentimental va descubriendo la sórdida naturaleza de su existencia, como la flor que violentamente se abre ante una primavera inminente. En la pugna y en la odisea iniciática de esos dos personajes (la cacería del villano huésped y el cuento de hadas de la doncella anfitriona) se va desplegando el secreto detrás del show cibernético de Westworld. En cierto momento, el padre de Dolores, que comienza a citar a Shakespeare, le susurra algunas cosas a su hija. Dolores, la doncella anfitriona, intuye finalmente algo que cualquiera de los huéspedes, paradójicamente, también ansía: el sentido de su propia trama. "A veces siento que el mundo exterior está llamándome, me susurra que hay algo más". Ese algo más, lo que siempre está abierto a lo posible. La quintaesencia del espíritu.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Reviso el correo gmail. Sin expectativa de que haya mensaje de nadie. Me encuentro con el mensaje de una alumna. Un mensaje de auxilio. Dice que ayer faltó a clases a causa de la protesta en el Troncal. Motivo por el cual no pudo asistir al cierre de promedios. Habla sobre un monólogo dramático que debe. Explica que en un comienzo lo hizo con otro compañero (su pareja) pero que finalmente decidió hacerlo por su cuenta. Espera mi comprensión. El monólogo va adjunto en formato word. Abro el archivo. Las primeras líneas del monólogo rezan lo siguiente: "Era día viernes, y por alguna razón me sentía abrumada, lo cual no solía ocurrir, ya que pasaba todo el tiempo haciendo cosas. Estudiando, trabajando, todo lo que pudiera ocupar mi mente. Así que decidí ir un minuto al mirador (...) Lo tengo todo, y para llegar hasta aquí me alejé de cualquier cosa, o persona, que pudiese distraerme. Ahora solo me hace falta una palabra: voluntad, para arrojarme al vacío o para dar el siguiente paso". Parecían las líneas de una suicida en potencia. Ella diría que se trata solo de un trabajo pendiente. La ficción da para mucho. Descargo el archivo para su revisión. Cierro la cuenta gmail. Me dispongo a ordenar todo lo que resta por leer. De inmediato, me llega como un rayo la noticia sobre la muerte de dos dramaturgos chilenos. Busco entonces un libro sobre el origen de la tragedia. Un apunte obligado sobre la diferencia entre tragedia y drama. Cuestión que en clases quedó inconclusa. Y que la propia alumna del mensaje, al parecer, consiguió entender a su manera.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Extraño calor de noche en Valparaíso. Se siente gente subiendo y bajando las calles como si ya fuese verano. Comienza la soltura de ropas. Los petos ajustados. Los vestidos cortos. Una infusión anímica se huele. Un cúmulo de hormonas desatadas, bajo la oscuridad del asfalto. Una express en la esquina de la Ecuador. Parejas en plan de intimidad. Otros tantos, en grupo, en plan de jarana. Eso es lo que se extraña de ser estudiante. Que se podía pasar bien con tan poco. Sin otro motivo que perderse con alegría. En esa época hubiese sido San Jueves. Ahora veo el ambiente y resulta que toca trabajar temprano. Se cuenta con la plata, pero no con la posibilidad de brindar. Ya ni siquiera se cuenta con los pilotos de antes. La mayoría tiene exactamente las mismas obligaciones. Algunos mejor que uno. Otros peor. No debería ser excusa, después de todo. Pero la hora de la alarma se va aproximando. Y la palabra deber sigue pesando en la sien, como si se tratase de una caña imaginaria.
Me ha tocado en más de una ocasión trasnochar urgido por la clase del día siguiente. Planificar gran parte de la madrugada a causa de una ya rutinaria procrastinación o, en su defecto, de una confianza desmedida en el funcionamiento de la pega. Cuando al otro día iba rumbo al trabajo, a paso firme, no necesariamente satisfecho, más bien con la expectativa de que aquel esfuerzo valdría la pena, sucedía que por x motivo se suspendían las clases. Entonces pensaba, perseguido, un tanto paranoico, que todo se trataba de una broma vocacional, o sencillamente, de una tomadura de pelo ante el exceso impostado de preocupación. Y luego creía que esta propia experiencia, por absurda, por abrupta, podía replicarse más allá de la pedagogía, incluso a la vida misma. Una irónica ley de murphy producto de una obsesión invencible.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

San Pedro


En el departamento un vecino cocinaba un cactus de San Pedro. El otro le preguntaba sobre el efecto del menjunje pachamámico. "Solo lo sabrás si lo tomas", replicó el vecino cocinero. Recuerdo hace más de tres años pegarme un viaje de San Pedro en Peñablanca. La dosis fue baja, en todo caso. No fue nada del otro mundo al principio, solo un creciente estado de euforia. Luego en la caminata, la cuestión se fue volviendo psicológica. El viaje atravesó momentos de asociación descontrolada. La virgen de una capilla representaba la pureza. Perros que nos seguían se multiplicaban. Un flaite que iba a Valparaíso parecía guardar un secreto. En la plaza de Villa Alemana se divagó sobre el centro del espacio. Luego, el viaje desembocó en un enfrentamiento con el miedo. Ese miedo se vio representado en el bosque de Los Pinos. Oscuridad absoluta. La noche parece que lo envolvía todo. Regreso por otra ruta. Conversación excéntrica sobre la política en un callejón. Vecinos molestos. Retirada de vuelta. De a poco el efecto se volvía introspectivo. La música y la luz se sentían fuerte. Fue derivando todo en un pensamiento sobre la reputación. El compañero de viaje se volvía desafiante. Rebatía cada punto. Después de eso, aunque no como causa inmediata de la experiencia, volví a replantear mi perspectiva vocacional. Ya que la psicología no era algo para tomar a la ligera. Una difusa discusión sobre la ética y la libertad se desarrollaba, con creciente ánimo hostil. En una la discusión se hizo tan intensa que pensé en golpear al compañero. Preferí volver a casa y cerrar la experiencia con ese aprendizaje en la cabeza. En el camino de vuelta todo se asociaba con la discusión. La gente parecía intuir lo que pensaba. Lo más extraño de todo es que pese a toda esta divagación no se sentía ninguna otra clase de efecto, excepto quizá una débil sinestesia. No había nada demasiado alucinógeno. Solo se trataba de otra frecuencia o percepción de la realidad, o mejor dicho, de los propios pensamientos. No hubo nada que detuviese el flujo de esa asociación. El efecto decaía o simplemente se integraba. Salía de la casa para ir al Litre. El cemento de la calle dispersaba la mente. Un poco de soledad y de verde aplacaba las voces.

Escribo esto después de haber visto el cactus servido en un par de botellas en la cocina. Una ya vacía, señal de haber sido ingerida. Al terminar, el living oscuro. Nadie de los presentes se encuentra adentro. A excepción de una vecina. Le hice saber al vecino cocinero que quedarían tripeados. Sonreía irónicamente, como adivinando lo que pienso, o simplemente asintiendo lo que ya sabe de sobra: el efecto personalísimo del cactus misterioso. Busco a Burroughs y sus cartas del yagé. Mientras, un calor seco envuelve la pieza. Y la noche nítida se deja observar a través de la ventana.
Últimos días con los del segundo ciclo. ¿Qué harán una vez que salgan del instituto? La típica pregunta de despedida. La respuesta de un cabro me sorprende: "Lo verdaderamente importante". A otra chica una compañera le pregunta qué es lo que quiere después de salir de clases: "No regresar nunca". Lejos de moralizar la importancia de ellas, los felicité. Felicité su cruda honestidad. Porque, fuera de broma, han entendido que la escuela y su seguidilla de reglas y convenciones no son sino una efímera etapa, algunas veces indeseable, otras veces memorable. Qué bueno que no quieran volver. Yo también en su momento no quise, pero aquí me tienen, haciendo el papel de cabecilla. Qué bueno que piensen así, les hice saber. Afuera del aula está la realidad. La escuela que no admite graduados. Solo un necio puede volverle la cara.