miércoles, 21 de diciembre de 2016

Aniversario del fin del mundo. No sé si vestir de luto o vestir de fiesta. Quizá ambos.

The man in the high castle

Quedarse dormido viendo una serie y soñar luego cinematográficamente. Una de las cosas que solo la noche puede auspiciar. La serie era The man in the high castle, capítulo 5. Ocurría un asesinato entremedio. Un disparo público contra un príncipe, a lo Taxi Driver. Una chica judía, en una hipotética Norteamérica dominada por nazis y japoneses, hacía entrega de una película a una banda de rebeldes afroamericanos, dentro de la conocida Zona neutral, para hacérsela llegar a un tal "Hombre en el castillo". Los motivos eran difusos. Era escoltada por un nazi encubierto. El nazi pierde los estribos. Se comienza a enamorar. Cree ver en la película -como la propia chica- un arma política secreta. No se revela en ningún momento su trama, solo hablan sobre su peligrosidad. Metaficción. En el sueño luego de ese episodio, me encontraba cargando un libro. Lo presentaba ante un sujeto de incógnito. El libro era como una especie de curriculum. Sobre la mesa había una kafkiana pila de fotocopias. Debajo se vislumbraba el curriculum de una chica. Las preguntas del sujeto eran ilegibles, intraducibles. Lo único real era la tensión. La peligrosidad de lo que presentaba. El contenido del libro era un compendio surrealista. Versaba sobre la propia biografía. Pero en términos incomprensibles, solo explicables de forma traumática, inconciente.

En uno de sus episodios una chica -quizá la del curriculum- esperaba a alguien en un sitio de noche, parecido al escenario de la serie, sobre un puente. Me encontraba imaginándola, en completa soledad, temiendo que fuese perseguida. Su asesinato era inminente. Los motivos seguían ocultos. Ella lograba escapar. Luego no podía seguir recordando. Regresaba a la entrevista imaginaria. El sujeto especulaba sobre nuestro prontuario. El número de preguntas crecía conforme avanzaba. Por supuesto la tensión subía. Junto a la incertidumbre. Ya no sabía en donde terminaba la serie y donde empezaba el sueño. Todo acababa siendo una sola cosa. Un gran teatro interior, una alegoría política en donde era el Eje el que triunfaba. La película que aquella chica de la serie sostenía. La difusa biografía que cargaba dentro del sueño. No eran sino el símbolo de un lenguaje ultrasecreto, vetado al poder de la realidad. El Eje, representado en la serie, en el propio sueño, no era otra cosa que nuestros miedos vueltos una entidad política. Quizá toda la historia tenga sus propios móviles de pesadilla, su propio reino desconocido, vetado todavía a la vigilia policial de nuestras acciones.