miércoles, 19 de julio de 2017

El autonomismo, un oxímoron.
De paseo en Viña con la hermana, divisamos a la altura del Portal Álamos a un cantante algo viejo en silla de ruedas. Tenía a simple vista serias secuelas de paraplejía, pero lo compensaba con un registro vocal bastante sobresaliente. Cuando pasamos cantaba "Trátame suavemente" de Soda Stereo. Los primeros versos. ("Alguien me ha dicho que la soledad se esconde tras tus ojos"). La hermana apuntaba hacia la caja de zapatos que tenía enfrente. Ahí unas cuantas parejas depositaban la limosna. Una de ellas de pronto se regaloneó alrededor del cantante en silla de ruedas. A medida que iba avanzando el tema, lo hacían casi de forma sincopada. El cuadro era romántico pero a la vez patético (en su sentido sensible). Ya acabando la melodía, las parejas abandonaban el sitio, sin aplausos. El espectáculo amoroso y su retribución económica fue suficiente regocijo para nuestro artista, quien, a pesar de todo, continuaba el show, ante la repentina sordera de los transeúntes. Al rato después volvíamos por ese mismo sitio, luego de haber dado una vuelta. El cantante de la silla de ruedas seguía cantando pero esta vez ningún cuadro afectivo al paso lo circundaba, solo la mirada fugaz de los que iban demasiado de prisa para seguir su ritmo. La soledad de nuestro cantante en medio de la calle, al fin y al cabo, no fue más que la soledad del artista una vez cerrado el telón. Solo le quedaba la voz para ser escuchado o, en su defecto, para escucharse a si mismo. A lo lejos se le oía rematar con las siguientes líneas: "cuando nadie me ve, puedo ser o no ser"
Podrá ser un hecho absurdo, pero valdría preguntarse: si los robots llegaran a adquirir conciencia de sí mismos ¿podrían llegar a adquirir también, eventualmente, la idea del suicidio?