viernes, 3 de marzo de 2017

Cannabis escolar

Reglamento sobre la marihuana en el trabajo: fumar fuera del instituto y solo una vez acabadas las clases. El director, colega del año pasado, lo repite cínicamente como si nunca hubiese fumado. El año pasado uno de los cabros hacía las veces de dealer. Fumaban pa callao entre los recreos. Nadie les decía nada. Ahora ya no podrán hacerla. Recuerdo en octavo básico. En el colegio del cerro, un compañero fue pillado solo con una hoja de marihuana entremedio de un cuaderno. Llegaron hasta los ratis al establecimiento. Quizá haya tenido otros antecedentes. No lo sé. Pero es increíble cómo ha cambiado el panorama. Antes había una suerte de satanización de la hierba. Los "patos malos" eran los que la movían, de acuerdo a la jerga escolar. Ahora incluso algunos apoderados han promovido el uso del indoor, para evitar que los cabros caigan en malas andanzas, afuera en la calle, donde se mezclan buenos y malos, donde nada es completamente bueno ni malo. El propio profesor tiene tejado de vidrio en ese sentido. El profesor, trabajando sobrio pero planificando volado, rememorando sus locuras de estudiante, añorando en el fondo una voladera infinita, por lo menos en lo que dure el año lectivo.
Hoy en la reunión de profesores se armó una discusión como de quince minutos a raíz del color del lápiz que debía usarse para llenar el libro de clases. El nuevo director decía que debía ser el azul de manera irrenunciable. Le pregunté si acaso las notas rojas también debían colocarse azules entonces. Dijo sí de manera tajante. Cosa que resulta extraña, de acuerdo a una colega. Toda la vida las notas rojas debían ser escritas con lápiz rojo, alegaba ella. Otro colega le replicaba que de ahora en adelante sería el azul porque, según él, era "menos invasivo a la vista". Pero el rojo determina realmente las notas repitentes de las notas suficientes, insistía la colega nueva. Se armó de pronto una disputa entre los partidarios del rojo, simpatizantes de la tradición, y los partidarios del azul, simpatizantes de la novedad, y a su vez, de la autoridad. La reunión pronto evolucionó de una cosa curricular a una cosa estético-tipográfica. Por mi parte, no pienso en renunciar al placer de escribir una nota roja con el color que le corresponde.

Mon Laferte, una canción




Pienso en las palabras para intentar escribirte algo. ¿La dedicatoria a una musa de carne y hueso? ¿Una lectura íntima sobre una voz y sobre un ritmo? A veces simplemente la música no da abasto a las palabras. A veces se sufre a solas un recogimiento, un recogimiento por saber que la persona a la cual le escribes es tan solo una idea, pero una idea hermosa, y a la vez una figura, una figura real que guarda en si la posibilidad de la aparición. Detrás de ese gran telón que es Chile en su totalidad, se escondía un dulce secreto. Sobre ese escenario oscuro, a ratos redundante, se manifestaba solapadamente la imagen de un pasado soñado, quizá vivido. Es tarde, de fondo suena el video completo de tu presentación el sábado pasado. En medio del sueño de la noche aparece el tema “Yo sin tu amor”. Año 2006. En aquella época casi con lo único que contaba era con amores platónicos. Con una que otra compañera sobre la cual escribir algunas cuantas líneas enérgicas e ingenuas. En aquel entonces eras todavía “la chica de rojo”. A pesar de que sea una etapa para ti superada, es la única forma con la que consigo, a estas alturas del partido, armar tu gloriosa paradoja. La evocación con la cual logro conectar aquel romanticismo inocente de tus años rojos con tu actual melodrama feroz, con tu sensibilidad de fuga a flor de piel. 

Y así fue como te fuiste. No quisiste mirar atrás temiendo convertirte en una figura de sal, en una figura más de las tantas de la televisión. Apostaste todo por un sueño. El sueño de la voz propia. La voz que aún latía irónica en aquellos tiempos de luces y espectáculo. Estuviste desesperada. Tenías miedo. Pero también tenías fuerza. Quizá sin proponértelo, elegiste el camino que desvía a la esfinge. Chile para ti era como aquella fotografía en sepia que transmitía una que otra melodía. Y preferiste el abandono de saberte tú misma. De saberte prófuga allende tus horizontes musicales. México era como aquel mundo del que hablaba Bolaño, el mundo de las promesas rotas, de los abismos, pero también el mundo de las imposibilidades posibles. Era la hora de hacer un milagro, te decías a ti misma, muy en el fondo. Llorabas porque no bastaba con querer. Ni con la falta de querer. Era la ocasión para hacer arder las viejas historias. La ocasión para perderte en los desiertos de tu desnudez, pero también para reencontrarte en los relieves de una nueva piel. 

Las calles de aquel México a ratos me evocan las de Rulfo y las de Bolaño, otro chileno mexicano. O mexicano chileno. Siempre la visión de México, muy a su pesar, literaria, ha sido un tanto lúgubre. Un símbolo desértico. Un límite con el gran norte. Al sur con unas tierras que dejan ir a sus hijas como si se tratase de fugitivas. Te imagino en aquellas calles, debatiéndote, internándote en los bares, solo con tu voz como garantía de dignidad. Te imagino luego, alimentando un espíritu hambriento de júbilo. Un júbilo más profundo que cualquier tristeza, por mística que parezca. Fue de ese modo que te armaste de valor. Al parecer tu espíritu en algún momento se emparentó con el de Sor Juana Inés de la Cruz. Fuiste sin quererlo, la mejor de todas. Sobre ti no recaía otro juicio que el de una admiración ciega. La admiración del país que te ama como quien ama a su amor platónico. Pero que luego, viéndote volver, cae rendido. Como le sucedía también a la Mistral. El país en el cual te forjaste, en el cual floreciste, México, en cambio, guarda en su colorido y en su opacidad lo más granado de tu soledad, y lo más virtuoso de tu sencillez. 

Las horas pasan, y tu video se repite en un playlist tema por tema. Un poco como tu trayectoria. Suena nuevamente, como un mantra, aquel homenaje a Valparaíso junto con el loco de Los Tetas en una de tus canciones. El puerto miraba aquella noche, de cara a la televisión internacional, pero yo también lo hacía de cara a la ventana, mientras en la noche profunda del barrio buscaba la respuesta a ese dolor tan melodioso. A esa cosa tuya, versátil, con la cual de repente te sumerges en la desilusión para luego explotar en un éxtasis de cara al Monstruo. El único monstruo que enfrentaste esa noche era, después de todo, el monstruo del silencio. Seguido de cerca por otro monstruo aún mayor, el monstruo del éxito. Te comiste el silencio, lo hiciste parte de tus pausas, de tu vida, pero ahí viene el éxito que has conseguido acariciar, acurrucar, sin que por eso se desate una conspiración de cámaras y de rumores. Ahora suena El Diablo, en el cual con ímpetu gritas “creo que te amo pero yo te inventé”. Esas palabras tuyas, cantadas con ese pulso y con ese ritmo, son tu profecía autocumplida. Porque en eso se resume tu historia. En la reinvención de ti misma. En el exilio del hogar, en el viaje turbulento, y luego, en la conquista de tu propio fiesta.

Hace solo un día escuchaba a un joven músico porteño llamado Paisano. Hablaba de escuchar la canción que cada uno guardaba dentro de sí. A medida que se escuchaba, decía el joven, la canción del artista pasaba a ser solo el fondo para esa canción tuya, personal. Al llegar al clímax de tu presentación, resulta que la gente consiguió despertar algo así como su canción interior. Quizá se trate de una analogía ambiciosa, incluso antojadiza, si se quiere. Pero tu corona de rosas sobre tu pelo negro lo demuestra. Ese contraste entre melancolía y desenfado. Son a su modo parte de tu propia banda sonora. De tu propia canción. Chile a su modo también tiene algo de ti. Ese contraste del que te hablo. Chile mirado desde esta ventana, de noche, sería mucho más triste de lo que es si no tuviera ese contraste. 

El Monstruo te despide nuevamente, tu antiguo animador te cuenta algo al oído. Quizá un mensaje de despedida. Quizá una muestra de admiración. Entonces la emoción te vuelve a embargar. Bajas del escenario, despiertas del sueño para volver a tu realidad. El telón que es Chile se cierra. Vuelves al secreto. Unos dicen que partes, otros que te quedas. Nada de eso será necesario. Porque ahora tú misma te has vuelto un sueño. Un sueño demasiado real. Una canción devenida mujer. Un país entero devenido ilusión.