viernes, 27 de noviembre de 2020

“Alguien te mira” y “Pacto de sangre”: un análisis de la construcción del psicópata como antagonista en la ficción telenovelesca chilena

"La más bella astucia del diablo es convencernos de que no existe" Charles Baudelaire

Cuando vemos una telenovela en la que el antagonista de la historia comete crímenes horrendos, sanguinarios, crueles y hace todo lo posible por salirse con la suya, inmediatamente pensamos en él como un psicópata, a pesar de que esta clasificación psicológica es irreductible al estereotipo televisivo del villano promedio. Pero ¿Qué entendemos realmente por un psicópata? ¿Alguien que hace el mal a sabiendas, no importando las consecuencias negativas que esto traiga para el resto de los personajes? ¿Alguien que transgrede la moral y las buenas costumbres a propósito con el fin de concretar sus deseos egoístas? ¿Simplemente un sujeto frío, calculador, cuyas acciones son reprochables y no merecen ninguna justificación social? Pues estas aproximaciones resultarían simplistas si se tratase de analizar la figura del psicópata en todos sus aspectos y dimensiones, específicamente de acuerdo al tratamiento en la ficción que han hecho de este tipo humano algunas telenovelas chilenas. Y qué mejores ejemplos que dos grandes producciones del último tiempo. Estamos hablando de “Alguien te mira” (2007) creada por Pablo Illanes, y “Pacto de sangre” (2018) creada por Pablo Ávila y Felipe Montero y dirigida por Cristián Masón, Roberto Rebolledo y Christian Maringer. ¿Por qué tratar estas dos telenovelas y no otras? porque en ambas los antagonistas calificados como psicópatas representan un eje importante de la trama, a través de los cuales se desarrolla una narrativa criminal y policial, rondando el género del thriller, el suspenso y el misterio. Además, porque las actuaciones de Álvaro Rudolphy como “El cazador” en “Alguien te mira”, y de Álvaro Espinoza como “El señor Rojo” en “Pacto de sangre” resultan, a mi gusto, magistrales y, en consecuencia, constituyen referentes icónicos a partir de los cuales analizar al personaje de características psicopáticas como villano dentro de la ficción telenovelesca. 

I APROXIMACIÓN TEÓRICA AL PSICÓPATA 

Para empezar con el análisis, habría que hacerse una pregunta de rigor, ya planteada en parte en aquella gran producción de David Fincher, llamada Mindhunter: ¿El psicópata nace o se hace? En la serie de Fincher, la pregunta iba en relación al asesino, pero cabe precisar que no siempre el psicópata deviene necesariamente un asesino; y este, a su vez, no es necesariamente, en todos los casos, un psicópata. Entonces ¿Cuáles son aquellos rasgos o acciones que lo definen? Hay que hacer un alcance desde la criminología. Remitámonos a la propuesta de Mindhunter. En esta serie se apostaba por un estudio de campo sobre la teoría del crimen. Los agentes Ford y Tech investigaban y entrevistaban a peligrosos criminales en sus centros de reclusión con tal de hallar pistas sobre su psicología y su modus operandi. El fin era construir un marco teórico sólido que permitiera al menos intuir o, lo que es más aventurado, prever el nacimiento de potenciales psicópatas que pudiesen cometer crímenes a futuro. El costo de este arriesgado trabajo le valió al agente Ford, el más joven de los detectives, un progresivo descenso a la locura y, en cierto grado, a la contaminación mental provocada por la proximidad con sujetos tan peligrosos. Podría decirse que la tesis de Fincher en Mindhunter es que cualquier intento por intentar “cazar la mente del criminal”, por categorizar la naturaleza humana (en su espectro más oscuro) desde el espíritu científico, siempre será insuficiente, y resultará a la larga en mayores costos que beneficios para el conjunto de la sociedad. Sin embargo, esta premisa no debiera desanimarnos en la tentativa de profundizar sobre la pregunta hecha al principio, con tal de sumergirnos en las aguas turbias de la mente psicopática construida en la ficción telenovelesca, directamente en sus orígenes y en sus fines. 

Otro referente teórico sale al paso. Se trata de John Douglas, importante criminólogo estadounidense que durante más de veinte años trabajó para el FBI y se dedicó a estudiar de manera concienzuda los perfiles criminológicos de diversos delincuentes para dar con algún patrón que los definiera, considerando, además del aspecto netamente material del crimen (sitio del suceso, pericias forenses, circunstancias de los hechos), también el aspecto del comportamiento de los victimarios, su historia de vida, las posibles causas o móviles que los condujeron a hacer lo que hicieron. En una entrevista con la periodista Andrea Kennedy del programa Outlook del Servicio Mundial de la BBC, el señor John Douglas declaró lo siguiente: "No creo que exista el mal, que estas personas nazcan con un gen de la maldad, una especie de gen asesino (…) Creo que estas personas se hacen malvadas y son llevadas a hacer estos crímenes que ciertamente son malignos". En definitiva, Douglas ha respondido a nuestro dilema, y ha sido categórico al respecto. Desde el aspecto criminal, podría afirmarse así, con cierto grado de verdad, que el psicópata delictual “se hace”. Si bien desde la psicología se ha establecido que la estructura psicopática es irreversible y responde a cierta desviación de base, se puede aseverar, de acuerdo al pensamiento de Douglas, que aquello no determinará su “grado de maldad”, en relación al daño que pueda ocasionarle a la sociedad. Hay algo más, para nuestro criminólogo. Factores ambientales, circunstancias adversas, obsesiones patológicas, factores que gatillan que el psicópata de raíz devenga asesino serial y cometa los crímenes por los cuales acaba causando tanto impacto. 

Esta idea postulada por Douglas la comparte también un psiquiatra llamado James Fallon, quien ahondó en una investigación científica sobre el “gen del guerrero” que postulaba la existencia de una enzima conocida como MAOA que regula los niveles de neurotransmisores involucrados en el control de los impulsos. Fallon sostuvo que él mismo poseía un montón de genes vinculados al comportamiento psicopático, bajos en MAOA, producto de un árbol genealógico repleto de familiares con antecedentes de asesinato. Pese a ello, él no era ningún psicópata, y eso se debía, según su hipótesis, a que nunca estuvo expuesto a factores de riesgo que activasen en él esa variante del gen del guerrero. Por lo tanto, para Fallon, una persona con esos genes potencialmente psicopáticos puede “convertirse” si las condiciones y circunstancias que lo envuelven son abiertamente dañinas para su psiquis. En definitiva, y de acuerdo a esta interpretación, algo externo al individuo con aquella variante del gen y que influya negativamente en él puede crear un psicópata de manual, uno capaz de quitar la vida o de transgredir las leyes. 


II ALGUIEN TE MIRA, “EL CAZADOR” 

Ahora bien ¿Cuáles serían aquellos elementos gatillantes de nuestros psicópatas ficticios, “El cazador” y “El señor rojo”? ¿Qué es aquello que los hace volverse unos “monstruos”? En el caso de El cazador, apodo para Julián García, principal villano de Alguien te mira, tenemos a un asesino serial de mujeres de alto estrato social, a las cuales les extrae el corazón. A medida que se desarrolla la trama de la telenovela, podemos apreciar cómo Julián García, connotado oculista de una prestigiosa clínica, lleva una doble vida y se camufla perfectamente entre los suyos, burlando de manera sistemática las actuaciones policiales. Conforme el espectador ata y desata cabos, tratando de enlazar las pistas que deja el asesino y las relaciones de los personajes principales con su entorno, se va descubriendo poco a poco la horrible verdad detrás de los asesinatos de mujeres, hasta dar con la figura del perpetrador. Él mismo se revela ante la comisario Eva Zanetti como Julián García, “El cazador”, y, en un diálogo entrañable, expresa abiertamente el móvil de sus crímenes, aunque no todavía el génesis de su perturbación. Señala claramente en la escena de un capítulo: 

Eva: tú no tienes alma, Julián. Tu alma está podrida. Por eso tanta violencia, por eso tanto odio, tanta muerte. ¿Por qué elegiste las mujeres que elegiste?
Julián: Esas mujeres eran desagradablemente frágiles. Ustedes, el sexo femenino, son una raza tan especial, a veces son tan frágiles que da la sensación de que voy a romperlas con una mano, pero cuando se defienden se convierten en bestias. 

Era evidente que Julián sentía una animadversión por el género femenino, producto de algún evento traumático en su vida, pero la forma de actuar de El cazador en la serie era mucho más que pura y burda misoginia. Había algo en el ritual de sacarles el corazón y de eliminar todo rastro, que denotaba una mente fría, capaz de calcular cada detalle, con tal de lograr su objetivo, burlar a la justicia y salir impune. Rasgo característico develado: sensación de control y de poder. Julián era el epítome de estas variables, y sus víctimas fueron mujeres de la alta sociedad. Ahora, la pregunta es ¿cualquier mujer de esa esfera social podía ser su víctima, independiente de sus particularidades? ¿Las elegía porque sí, simplemente porque, según él, podía, o “por el hecho de ser mujeres”? Pues no. Y ya veremos por qué. Es cosa de seguir avanzando en la trama. En un giro propio del cine de Hitchcock, una vez que Zanetti muere a manos de El cazador, el espectador ya sabe la identidad del asesino, pero toca saber cómo irá a acabar la historia y cuál será su destino. Sin mayores preámbulos, hacia el final de la trama se manifiesta la verdadera y profunda motivación de Julián para hacer lo que hizo. Anteriormente, el periodista Mauricio Ossa y Rodrigo Quintana ya habían investigado por su cuenta a Julián siguiendo las pistas de la investigación policial, pero es en el episodio en que Julián se lleva a su amada Piedad al escondite secreto, donde se revela, esta vez, el espíritu del asesino, su causa primigenia. Un diálogo intenso entre Julián y Piedad nos muestra esta cruda realidad: 

Julián: Fue ella. Ella nunca me quiso. Nunca me respetó. Esa noche empezó con el juego. Esa noche empezó a abusar de mí. Yo tenía 12 años y empecé a odiarla y el odio fue creciendo conmigo. Cada noche, aterrado en mi cama la miraba llegar. Lo único que quería era que llegara ese momento, que pasara lo que tenía que suceder.
Piedad: ¿Y qué pasó?
Julián: La maté.
Piedad: ¿Mataste a tu mamá?
Julián: Sí y lo haría mil veces. No me arrepiento. Las mujeres que no saben respetar a sus hijos no merecen vivir. 

Piedad: Y la volviste a matar una y otra vez con todas las mujeres que mataste. 

Con esta develación se abre la caja de pandora de El cazador, y se arma el cuadro completo. Julián mató a las mujeres que mató proyectando en ellas a su propia madre de la cual él fue víctima cuando pequeño. En cierta medida, Julián, en su mente enferma, se arrogaba un derecho a ajusticiar a las malas madres, desde su particular condición de niño víctima. No existe, por supuesto, justificación moral para estos actos, pero los argumentos dados por Julián expresan claramente el móvil de un psicópata que, en cierta manera, “se volvió” un monstruo producto de ciertas circunstancias lamentables. Algo en su psiquis, después de ese hecho traumático, se desvío o, derechamente, se quebró (de vuelta a la hipótesis de James Fallon). Julián se hizo “El cazador” o, desde su visión, “su madre lo hizo”. Desde la lectura que se hace en la serie Mindhunter o, sin ir más lejos, desde la experiencia de John Douglas, entonces Julián sería un ejemplo de que la tesis del detective Ford no estaba tan errada: hay algo en la mente del asesino más que el puro deseo de cometer su crimen. Hay algo gatillante ahí, no pura violencia arbitraria, algo que puede ser revelado y conocido por todos para evitar el posible surgimiento de “otros monstruos”. Un origen del mal, mas no un gen del mal. Unas ciertas condiciones previas y unas determinaciones, mas no un determinismo. 


III PACTO DE SANGRE, “EL SEÑOR ROJO” 

En la teleserie Pacto de sangre, por otro lado, tenemos un escenario completamente distinto, por la sencilla razón de que, en la trama, los villanos son cuatro amigos de la infancia, culpables de haber participado en la desaparición y la muerte de una joven llamada Daniela Solís. Lo realmente interesante de este argumento es que todo gira en torno a evadir la responsabilidad respecto del crimen, y cómo esta evasión provoca mellas en la relación de los amigos con su entorno y entre ellos mismos, precipitando un ciclo sucesivo de violencia y autodestrucción. A pesar de la cuota de culpabilidad que tiene cada uno de los cuatro amigos, el foco de la atención, la carga argumental, a mi modo de ver, recae sobre Benjamín Vial, el médico cirujano, llamado “Sor Benja” por sus amigos, dado su carácter santurrón y conservador. Sería, en un principio, el más correcto de los cuatro amigos, y el que lleva la vida más perfecta en matrimonio con su esposa Trinidad Errázuriz. Pero es precisamente a raíz del crimen de Daniela Solís que se va revelando de manera paulatina la verdadera faceta que envuelve la vida secreta de Benjamín Vial. 

Conforme avanza la trama, los espectadores se dan cuenta que, más allá de ocultar la muerte de la joven para seguir sus vidas, también hay otros secretos sórdidos mucho más cerca de lo que imaginan. Ni siquiera los propios amigos, demasiado preocupados con su carga personal, consiguen darse cuenta sino hasta muy avanzada la trama. Y es que Benjamín Vial efectivamente es el único de los cuatro que, antes de la muerte de Daniela Solís, ya había desarrollado un lado oscuro. Mientras de cara a la galería tenía el matrimonio perfecto, tras bambalinas el médico era cliente frecuente de una red de prostitución infantil conocida como El acuario, lugar al cual acudió con el sobrenombre de El señor Rojo. De hecho, allí fue donde conoció a Daniela Solís, y debido a su relación con la joven se precipitó toda la historia posterior. Así que, en cierta medida, él es el verdadero culpable, y sus amigos serían solo victimarios incidentales, desatando su lado más bajo post crimen, envueltos en la maraña perversa que Vial ya había iniciado. 

Según cuenta la historia oficial, no se tiene mucha información respecto de la familia de Benjamín como para aventurar una interpretación por ese lado, pero sí respecto del padre, quien permanece postrado y cuidado por una señora en una casa de acogida, pagada por el propio Benjamín. Más adelante en la trama se revela que su padre habría sido un hombre maltratador y un abusador sexual. El hecho de que Benjamín haya sido abusado por su propio padre sería, en parte, aquel factor de riesgo que activó el gen del guerrero en Vial (siguiendo la lógica de los planteamientos de James Fallon). De ese modo, se puede explicar también la desviación que fue generando con el tiempo, esa doble vida que lo llevó a convertirse en un hombre ejemplar para su círculo cercano, y en un pederasta de espaldas al mundo. 

Ahora toca hablar sobre los crímenes de El señor Rojo en la línea temporal de la teleserie. Ya dijimos que Benjamín Vial es el único de los cuatro amigos que se perfila dentro de la categoría de psicópata, y es debido a las razones ya expuestas. Sin embargo, falta aclarar la parte que interesaría a John Douglas, el móvil de los crímenes, el por qué de matar. De acuerdo a la trama de Pacto de sangre, no se tienen antecedentes de que Benjamín haya matado antes de lo ocurrido con Daniela Solís, solo se sabe que tenía una doble vida en la cual desataba su perversión sexual con prostitutas menores de edad. Solo fue a raíz de la muerte de Daniela que comienza el baño de sangre. Y esto se debe precisamente a las razones que Vial tenía: ocultar a toda costa su pasado oscuro, su doble vida y mantener a flote su reputación intachable y su familia perfecta. Vial, luego, en complicidad con su propia esposa, la maquiavélica Trinidad Errázuriz, estará dispuesto a todo para lograr aquel objetivo. Cada una de las víctimas de Vial sigue el mismo patrón, todas comienzan a intuir o a descubrir algo respecto a la verdad sobre el crimen de Daniela Solís, o comienzan a intuir que Benjamín anda en malos pasos. Cualquiera de estas dos razones es suficiente para convertirse en víctima del “Rojo”. 

En un principio, el secreto sobre la muerte de la joven Daniela solo lo saben los cuatro amigos, y de ahí el nombre, Pacto de sangre. Pero más adelante se entera Trinidad, y es ahí donde entra en acción esta villana, dispuesta a ser cómplice de su marido y de renunciar a sus valores morales con tal de conservar el buen nombre de la familia. Una mafia maligna es la que urden Benjamín y Trinidad, y resulta del todo siniestro el cómo esta pareja lleva adelante su farsa hasta límites psicopáticos, haciendo uso de sus influencias y poder económico, porque, como le decía el propio Vial a Gabriel y al detective Feliciano, al ser drogado con escopolamina y capturado por el villano: “la familia es lo único importante”. Así se deja entrever en el diálogo donde finalmente se revela ante todos como El Rojo: 

Feliciano: No te vas a salir con la tuya, psicópata de mierda. 

Benjamín: Claro que me voy a salir con la mía. He tenido que sacrificar a gente mucho más importante que tú para lograrlo ¿Qué te crees? yo soy capaz de cualquier cosa por mantener a salvo a mi familia. Ellos son lo único importante. 

Gabriel: Mataste a Karina, desgraciado 

Benjamín: Karina y a todos los que se interpusieron en mi camino, lo que los incluye a ustedes dos ¿Qué se creen? ¿Qué estoy jugando? ¿crees que me provoca algún placer todo esto? ¿crees que lo disfruto? (…) era necesario. 

Aunque el extremar esta cadena de mentiras y de cinismo acaba por socavar por dentro el propio matrimonio, puesto que Trinidad se da cuenta y descubre casi hacia el final de la trama otro secreto todavía mayor respecto de su marido: él no solo era responsable de la muerte de Daniela Solís, sino que era su amante, y había liquidado a todos aquellos que conocieron su lado oscuro y desenmascararon su doble vida. Esa parte es el clímax de la obra. Caído el psicópata en sus propósitos de salvaguardar a su familia y quedar impune, termina asesinado por su propio hijo quien descubre la verdad, y traicionado por su mujer quien sale libre de toda culpa. Y es en esa parte concluyente donde la historia nos sugiere que el legado de El Rojo continuará en manos de su hijo, ahora convertido en asesino y siendo cómplice de su madre, la auténtica villana triunfadora de la historia, apareciendo frente a la prensa como la gran víctima y sobreviviente de su marido prófugo. Si esto fuese leído por John Douglas, podría interpretarse que todo se gatilló desde el abuso del padre, el villano originario, para luego heredarse en el hijo en forma de psicopatía y pederastia, y posteriormente, en el nieto, al incriminarse contra su padre a modo de venganza. El ciclo de la violencia en Pacto de Sangre, como puede apreciarse, no es gratuito, y tiene diversas variables, caminos suntuosos y reveses. Lo único cierto es que El Rojo, como le mencionó a su suegro antes de morir, es “La muerte”, la muerte personificada y camuflada con la astucia misma del diablo. 


IV “EL CAZADOR” Y “EL ROJO”: PSICÓPATAS DRAMÁTICOS 

En suma ¿Qué es lo que une a El cazador con El rojo? La activación del gen del guerrero de James Fallon, una psicología criminal gatillada por un hecho traumático, de acuerdo a John Douglas, sangre fría y falta de arrepentimiento, una doble vida llevada con encanto y manipulación, sensación de omnipotencia y deseo de poder. Ah, y el hecho de que ambos transgredieron el juramento de Hipócrates. Únicamente esas variables. Pero en lo que atañe a la raíz, como postulaba el detective Ford en Mindhunter, el origen del “monstruo”, ambos psicópatas son muy distintos y cuentan con características muy específicas. El cazador mataba por una venganza contra las mujeres introyectada por el odio hacia su propia madre. Sus crímenes eran una forma perturbada de ajusticiamiento por el abuso, pasando de víctima a victimario. Era un asesino activo que disfrutaba matar porque así se sentía satisfecho. En cambio, El Rojo mataba únicamente a aquellos que osaran descubrir su doble vida o delatar el crimen de Daniela Solís, porque se trataba de mantener a toda costa la reputación de su familia y a suya propia a salvo de sus pecados. Era un asesino reactivo que mataba por necesidad. Su plan, su programa, a diferencia de El cazador, era únicamente guardar debajo de la alfombra aquellas muertes que pusieran en peligro su buen nombre y su fachada de hombre de familia, no un odio dirigido contra cierto tipo de sujeto o de persona. 

Sus caminos, cada cual tan sangriento como el otro, llevaron a diferentes puertos, de acuerdo a sus circunstancias vitales y sus más recónditas motivaciones. El deseo de El cazador era redimirse comenzando una nueva vida familiar con Piedad, luego de hacer a un lado a Rodrigo, su ex amigo y rival, inculpándolo de todos los crímenes contra las mujeres. El deseo de El Rojo era mantener su doble vida a la vez que salvaguardar su matrimonio perfecto, haciendo a un lado a todo aquel que perturbara ese objetivo. Distintos medios abyectos para conseguir fines igual o tan macabros. El melodrama de estos psicópatas, pese a poseer colores propios, acaba con ellos dentro de cada serie, se vuelve contra ellos en forma de karma. Y también interpela a los espectadores, quienes esperan alguna clase de justicia catártica, purgando al desviado, al malo, al psicópata, al villano que llevó toda la carga de la historia, y sobre el cual recae todo el peso de las consecuencias. El público no puede evitar sentir, a la vez, una fascinación culpable por estos personajes, porque, en el fondo, despiertan ese morbo oculto ante los ojos de la sociedad, esa necesidad de crear un monstruo, un chivo expiatorio sobre el cual proyectar los propios demonios internos. Es el precio de “ser” psicópata o, mejor dicho, el precio de volverse uno en la ficción, tejido de lo real.