viernes, 12 de agosto de 2022

Se sabe que Salman Rushdie, el escritor de Los versos satánicos, fue amenazado por el ayatolá Jomeini, líder supremo de Irán, en el año 1989, tras el escándalo de su novela, subversiva contra el fundamentalismo del Corán. Jomeini, en aquellos entonces, realizó una fatua en la que, literalmente, pedía la cabeza del escritor, por su blasfemia literaria. Hoy, casi treinta y tres años después, y tras una estela de censura, odio y violencia dejada en todos los lados a los que iba, Rushdie fue apuñalado de forma brutal en el contexto de una conferencia en Nueva York. Esta iba a tratar precisamente sobre su experiencia como literato exiliado y sobre cómo Estados Unidos acabó siendo, para él, una verdadera “tierra de asilo para la libertad de expresión creadora”. Hasta ahora, no se han esclarecido lo suficiente las causas del ataque por parte del perpetrador. Solo se le logró identificar con el nombre de Hadi Matar. Como si ya el hecho de sangre no bastara, la referencia no puede ser más irónica y surrealista. Por el momento, la única certeza que se tiene es que el escritor permanece en estado grave. Tal vez no pueda volver a hablar. Puede que esta sea su lucha definitiva contra los enemigos de la libertad, ojo, tanto en su natal India como en los propios Estados Unidos. La mordaza sobre Rushdie es la metáfora perfecta de una época atravesada por el talibanismo ideológico. Quien quiera ponerle un precio a la cabeza del otro, solo por pensar distinto o por expresarse en términos divergentes, tiene pasta de ayatolá, aunque lo niegue y sus pretensiones sean las de un purismo moral inexistente. Si perdemos a Rushdie, habremos perdido otra mente creadora, pero habremos ganado un mártir, un alma sacrificada por la causa quijotesca de la libertad de expresión, en plena era de la cancelación a todo nivel, ya sea en nombre del fundamentalismo religioso más rancio como en nombre de los valores más altisonantes. "La libertad no es un té de las cinco. La libertad es una guerra", rezaba un personaje de una de sus novelas. La literatura será libre o no será, despotricará rabiosa, contra todo y contra todos o acabará acuchillada, abandonada a su suerte, amordazada para siempre, bajo el silencio cómplice de los hipócritas.
¿De qué te sirve adherir doctrinariamente a una ideología si no estás dispuesto a trabajar sobre tu propio interior? Negarse a eso es lo contrario a la gnosis.