sábado, 15 de agosto de 2020

El problema con Hugo Gutiérrez, el diputado comunista que impuso su presunta autoridad ante el control de efectivos militares, no es tanto su caso particular como el hecho de que representa una actitud que se repite mucho entre aquellos que se adjudican una entidad mayor mediante una ínfima cuota de poder. Nuestra soberbia y granada clase política está plagada, en este caso, de “Hugos Gutiérrez”, solo que no han sido advertidos ni reconocidos. ¿Qué sería de un Estado chileno manejado enteramente por estos “Hugos Gutiérrez”, afianzados en sus plazas bajo el lema de “yo soy la autoridad aquí: fui elegido por el pueblo”? Lo más patético es que con esto pretendía identificar a un sector de la ciudadanía en contra de lo que representan en el imaginario los militares (fuerza, coacción, injusticia), cuando lo único que consiguió fue provocar la asimetría, darse atribuciones especiales que no son tales frente a la fiscalización correspondiente. Demás está decir que este hecho propició que el diputado fuera procesado por el Tribunal Constitucional para su destitución, acusándolo de incitar a la alteración del orden público mediante la publicación de unos bizarros dibujos infantiles en los que aparecía él caricaturizado disparándole al presidente Piñera. Más allá de si corresponde o no este proceso, y aunque este emplazamiento pueda ser interpretado como persecución política o una aberración jurídica, no deja de graficar un episodio desafortunado, una enorme falta de tino, una mala jugada que ya le está pasando la cuenta y que está siendo explotada y aprovechada astutamente por el oficialismo para atacar al propio Partido Comunista y, de paso, a parte de la oposición (siempre con miras hacia la batalla campal en las urnas de octubre). No es por hacer juicios de valor, pero si el diputado se precia de democrático, debería poder comprender que el susodicho episodio no favorece en nada su posición ni la de su bancada, y lo único que consigue al justificarse es replicar una lógica reaccionaria, la representación de una soberanía popular velada con la máscara de la representatividad política que no es otra cosa que una proyección de su grandísimo ego.