lunes, 25 de mayo de 2020

Texto de requisito para postular al taller de “Nietzsche, la vida como ensayo de liberación” dictado por Martín Hopenhayn.

Mi interés por el taller pasa por un impulso de releer los conceptos de Nietzsche a propósito de los últimos avatares del nuevo milenio, en específico, el del último hombre, el del superhombre y el de la voluntad de poder, conceptos que, articulados en función de una lectura filosófica de la contingencia, creo que podrían aventurar una hermenéutica profunda sobre la actual condición humana. En tiempos adversos, se ha vuelto imperioso repensar los presupuestos vitales que teníamos por establecidos. Hablo de la moralidad, de la pugna interna del hombre confrontando su escala de valores con una realidad que se le presenta cada vez más hostil. En el fondo, se trata nuevamente del individuo en conflicto con el otro, con la totalidad y su correspondiente abismo. De ese conflicto surgen los móviles que han sido el motor de su propia historia, y que todavía configuran una constante, acaso remotamente un camino de libertad. Resulta arduo, sin embargo, avizorar uno, hoy por hoy, en circunstancias en que la humanidad entera se ve sometida a una nueva plaga, frente a la cual se obliga (o es obligada) a un confinamiento no solo material sino que existencial. Este escenario acaba siendo el escenario propicio para la aparición del “último hombre” y un crecimiento nihilismo que se deduce inmediatamente de un ataque al sistema inmune de la vida, una merma en la voluntad de poder. La idea de liberación debería pasar, en este sentido, por una toma de conciencia sobre la fragilidad de la propia vida, y por una reafirmación de la propia existencia en función de un espíritu de autonomía que pueda validarse no solo más acá sino que más allá de sí mismo, en lo extensible del mundo, en su apertura a la experiencia. Una vía hacia el superhombre no como una teleología sino que como una pulsión de fuerzas creativas, entonces se vuelve un derrotero posible, una oportunidad para invocar los anticuerpos necesarios contra la decadencia biológica, el sometimiento político de las mentes y las voluntades, y la corrupción de los valores metafísicos sobre los que se asienta la civilización occidental, valores que, por supuesto, si no pueden ser superados, siquiera resignificados, una y otra vez, a raíz de esta nueva crisis, corren el riesgo de volverse más empobrecedores, propiciando un estancamiento de lo humano, contrario al devenir orgánico de la vida que, de una u otra forma, siempre consigue ver la luz en medio de la oscuridad cósmica.

Cristian Warnken entrevistó al ministro de salud Mañalich el domingo. Cuestiones que subrayo: 

1.- Mañalich leyó La peste de Albert Camus más de tres veces. Para él, al país le restan dos escenarios posibles a enfrentar: el planteado en la novela, que implicaría "condenar a muerte segura a muchos ciudadanos"; o la estrategia de gobierno expresada en la llamada "nueva normalidad", que implica aislar a la población en zonas donde se sabe hay un mayor riesgo de contagio. En definitiva, muerte o nueva normalidad. 

2.- Se discutía el año pasado respecto a la eliminación del ramo de filosofía en los colegios, y para Mañalich eso está mal. Cree que hay que cavilar sobre qué mundo, y en particular, sobre qué país se quiere después de la pandemia y Carlos Peña debería ser uno de los intelectuales que pueda pensar ese Chile. Son tiempos de pandemia, y a la vez, tiempos de filósofos, repitió enfático. 

3.-El ministro estuvo a punto de morir. De chico sufrió un accidente en el que perdió el bazo y un riñón. Todo lo que vivió después para él es una yapa. Es decir, toda su vida posterior, incluyendo su puesto de ministro de salud en Chile, sería una añadidura, una casualidad asumida. 

4.- Para encontrar el equilibrio interior, el ministro se vuelca hacia la oración, y se confiesa como un “creyente tardío”. Lo más difícil, según él, sería poder "conciliar la fe en un creador todopoderoso con el darwinismo".