jueves, 18 de febrero de 2016

La entrevista de trabajo

Saliendo de la entrevista de trabajo del día Martes, conocí a una chica, colega, profesora de lenguaje de la Upla. Una vez de regreso en la micro hacia Valparaíso, me platicaba sobre el miedo que tenía con respecto a las preguntas que le hicieron, sobre todo la última, que encontró fatal: "¿Por qué deberíamos contratarla?" Sintió que ante lo directo de la pregunta dijo algo demasiado rebuscado, quedando prácticamente pasmada, no hallando una forma más clara de expresar su respuesta. Le expliqué, tratando de empatizar, que esa reacción era natural en alguien que todavía está empezando. Era su primera experiencia de cara a un colegio, de frentón a la realidad educacional, puesto que antes había trabajado en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.

Si no me equivoco en la entrevista también me preguntaron cuestiones al hueso, preguntas caza bobos, algunas preguntas trampa o que se salen de cierto margen protocolar para hincar el diente en un flanco inadvertido. En aquella ocasión, estaba la directora y la Utp. La lógica era como la del policía bueno y el policía malo, respectivamente. La directora, señora entrada en edad, preguntó en un tono bonachón cómo se siente el día de hoy. Luego de decirle de donde venía, (qué colegio) preguntó por el director. Mándele saludos, agregó. Me muestra el horario. Explica, a grosso modo, las reglas del juego. La utp, más joven, sin duda guapa, pero fría, distante, con una mirada aguda, me dijo con respecto al curriculum: "Aquí dice que la mayor parte de su experiencia consiste en reemplazos". En efecto, le contesté. "Hace un año fue mi primera experiencia completa en un colegio". La directora continuó preguntando esta vez cuestiones más específicas, relativas a los cursos, los talleres, los puntajes deficientes en Simce y Psu, motivos casi de vida o muerte, demasiado urgentes como para ahondar en el asunto todavía incógnito de la experiencia. Ella, luego de toda la explicación, dijo que me entendía perfectamente. Que es casi en todos lados igual. Es decir, que es casi en todos lados difícil encontrar trabajo sin contactos. La utp de repente mira y esboza una sonrisa corta, en cierto modo, irónica.

Acaba la sesión. Me levanto, miro al cuadro de Bachelet justo detrás de la directora. La utp se termina el café. Apenas levanta la mirada. La directora se despide amablemente. "Lo llamamos", como una frase de suspenso, esta vez, expectante, ya no tan desesperada. Lo que sí me extrañó fue que el tema de la experiencia continuó inconcluso. El curriculum, a los ojos de aquellas mujeres, no fue sino un artículo de fe. En calidad de entrevistado se debe empeñar la palabra. La primera impresión, aunque insuficiente, sirve de garantía. Pero la pregunta sobre la experiencia persiste como la pregunta más obvia, pero a la vez como la más compleja, aquella que pondrá en juego tu cabeza y en una balanza tu futuro. La colega se preocupó por aquella pregunta: "La más peligrosa. En cuanto la nombras, parece desaparecer, y hay que de nuevo volverla realidad" (Esto último no lo dijo ella. Lo acabo de inventar). Dijo que era contradictorio que a alguien que no tenía experiencia alguna ejerciendo la profesión le recriminaran su falta de experiencia en el rubro, motivo por el cual no podría ser admitida. "Quiero empezar a hacer clases en un colegio de verdad, pero mi nula o escasa experiencia previa me lo impiden. Tengo el ánimo, las ganas, el conocimiento, debería bastar, pero no tengo la experiencia. La deseo pero carezco de ella". Le comenté que eso también me pasó a mi. Pero ese dilema desaparece una vez que se entra al sistema. Entonces se pierde esa paradoja. Pero una vez que pasa, viene lo verdaderamente peligroso. Y emocionante: El desarrollo indefinido de la experiencia. El círculo eterno de errores y de aciertos. La falta de unidad que en un principio tiene el asunto. La realidad de cada institución, y de cada clase, que se va multiplicando. Que cada vez resulta completamente diferente. Todo es contexto, recuerdo que decía un compadre, también colega. Pero ese no fue todo el motivo central de nuestra creciente conversación. Fue solo un momento reflexivo, particularmente dramático, como el hecho mismo de buscar cualquier otro trabajo. Para poder sobrevivir y también para poder hacer algo por eso que llaman sociedad.

La chica, casi en el momento en que se iba a bajar, acabó diciendo algo sobre ser autodidacta. Insistía en el asunto. "Puedo decir que he aprendido chino y japonés básico". replicaba orgullosa. Anteriormente me comentaba acerca del negocio de los posgrados: "Todo se trata de armar tu propia línea de investigación. No es necesario seguir estudiando. Pero si quieres hacerlo, adelante. Todo va sumando. Publica un libro. Desarrolla una idea. Investiga. Está todo a la mano". Me llamó en particular la atención que dijera que fuera innecesario seguir estudiando. Al menos como una condición inexorable para ser autodidacta. Una vez concluido el dialogo, ella se baja de la micro y se despide. La pregunta sobre la experiencia sigue rondando la mente. Pareciera que en todo momento, la travesía en búsqueda de la próxima institución, la entrevista, sus laberintos, la simpatía y la inquietud de la chica, la insistencia en el ser autodidacta, no fueran sino parte de la misma condenada pregunta: "¿Tienes la suficiente experiencia?". La propia pregunta sobre el éxito de la entrevista se ve opacada. Que te contraten o no ya no es relevante. Si yo o la chica consiguen el empleo, solo responde a una variable necesaria. "Son los gajes del oficio", decía ella. "Lástima que nos acabásemos de conocer y ya estemos compitiendo". Pero la pregunta permanece invicta, intacta. Su respuesta solo indica que el juego está recién comenzando.