miércoles, 28 de agosto de 2024

Ley Karín

En la pega hicieron una reunión para capacitarnos sobre la Ley Karín. Invitaron a una abogada experta en el tema. Señaló que la nueva legislación sobre el acoso laboral incluye un apartado de violencia en el trabajo. Explicó cada uno de los puntos que incluiría ese apartado para despejar dudas.

Básicamente, ciertas conductas que antes se tenían por desagradables, pero normales en un grupo humano, tales como la exclusión grupal de un colega, dichos ofensivos hacia su persona, alusiones sin consentimiento, incluso un trato descortés o una conducta incívica iban a ser motivo de un sumario y de una consecuente sanción por el órgano competente.

La abogada también se había referido a otro tipo de “faltas”, tales como el piropo, que, de hecho, indicó, ya estaba siendo cuestionado mucho antes, tras la ola feminista, encuadrándose dentro del acoso sexual. En eso, el director salió al frente para realizar un alcance, con una defensa del piropo con respeto y en repudio del comentario lascivo y desatinado, sin tino ni contexto. De inmediato, la abogada contestó que ni siquiera eso iba a ser permitido, que cualquier comentario no consentido de plano iba a ser puesto en duda.

Se generó entonces un intercambio en el que la abogada defendía la configuración del “piropo” como posible acoso (aunque se realice una sola vez) y en el que el director -muy “chapado a la antigua”- insistía en el punto respecto de una perdida caballerosidad, al momento de referirse a alguna fémina, lo cual, aludía, era parte de la “gracia de la vida”: el gesto espontáneo de admiración genuina. Nosotros, los profes atrás, fuimos testigos de una disputa en directo.

Las diferencias de pensamiento entre la abogada y el director eran obvias, y me atrevería a decir que irreconciliables. Aun así, se mantuvo una compostura dentro del contexto de la situación. Pese a todo, los profes, perceptivos, entendimos que se trataba de algo sumamente subjetivo y, por ende, sujeto a un juicio parcial y muy relativo, dado el caso.

Era tanto el cuestionamiento que me generaba esta nueva ley, muy bienintencionada en principio, aunque absolutamente problemática en la práctica, que levanté la mano para preguntarle algo a la expositora. Le pedí que me perdonara por lo ridículo de mi ejemplo, así que le pregunté si no sería necesario -con la nueva ley- elaborar una “lista de susceptibilidades” de cada uno de los miembros de la comunidad educativa, para, en un futuro, no herir a nadie con un comentario desatinado ni una referencia inoportuna, ni con una acción u omisión que denigre al otro, muchas veces de sopetón.

La abogada asintió, sonriente, y contestó que, de hecho, sí, que sería una buena idea contar con un listado, o tal vez no un listado, sino que una reunión en la que se discuta abiertamente respecto a lo que cada miembro considera denigrante y vejatorio, abriendo un “espacio seguro” en donde deliberar sobre estos temas de manera más horizontal.

Muchos colegas me quedaron mirando, tan extrañados como yo con esta nueva legislación que suponía, como era de esperarse, un auténtico “cambio cultural”. “Se trata de una nueva forma de relacionarse. Son nuevos paradigmas. Como profesores deben estar al día con los cambios”, agregó la UTP, señalándonos en el acto. El director, por su parte, se retiró con un saludo caballeroso, no sin antes agradecer la “paciencia” de la abogada. Ella esbozó una sonrisa fingida y se fue conversando junto a la UTP.

Una vez acabada la reunión, las tallas entre colegas no se hicieron esperar. Cualquier cuestión en tono jocoso o doble sentido comenzó a interpretarse como “Ley Karín”, no fuera a ser que algún colega nuevo, sin entender el trasfondo ni la situación retórica, se sintiera ofendido. Para rematar, llegué a la sala de profesores, en donde estaban todos los asistentes, y me despedí de ellos. Pregunté, a viva voz, si me había despedido de todos correctamente, para no excluir a nadie. Las risas resonaron, como en un cierre magnífico para una extensa jornada, digna de tragicomedia.