domingo, 7 de febrero de 2016

Por la mañana suena a lo lejos la campana de la catedral de Valparaíso. Es lo primero que escucho y lo único que me despierta, después de una larga noche. Descreo, no voy a misa, no rezo, no leo la Biblia ni pienso en el matrimonio ni la confirmación, pero al menos, en ese instante, creí, creí en el poder despabilante del sonido de la campana. Nada más importa.