viernes, 18 de agosto de 2023

De vez en cuando paso a una picá en Limache, próxima a la estación. Allí conocí a Patricio Brito Figari, un escritor limachino. Luego de compartir con él muchos almuerzos y hablar sobre literatura, me regaló un par de libros suyos: El analista de la Buhardilla y Presagio en Cuarto Menguante. En ambos se aprecian relatos personales de sus andanzas en la Quinta Región con elementos místicos y esotéricos. Un auténtico hallazgo, en medio de un círculo escaso y redundante.

Hoy me volví a encontrar con don Patricio. Tomaba un schop con otro caballero. Me comentaba respecto a los temas literarios que más llegan a la gente en la actualidad. Según su visión, una de las cosas más atractivas consiste en “contar los propios fracasos con un toque de humor”. En definitiva, sincerarse sobre el fracaso personal, aunque siempre con la posibilidad del aprendizaje. Pensé en Samuel Beckett y su frase: “Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. La frase de Beckett sintoniza muy bien con el pensamiento de don Patricio Brito. “Eso sí, no pegan los fracasos totales, sin salida”, agregó, concluyente. Siempre tiene que haber un mínimo de respiro, según él. Algo que cause un mínimo de admiración.

Luego, don Patricio tomó otro poco de cerveza y se volteó hacia mí. “Yo creo que tú escribes muy bien, pero te falta aterrizar un poco más tu lenguaje si quieres llegar a más gente”, me dijo, muy sincero, respecto a mi escritura. Había seguido muy de cerca los textos que subo a Facebook. En efecto, tenía que “vulgarizar el lenguaje” si lo que quería era llegar a un público más popular, aunque el vuelo poético fluya porfiado. “Ahora, si lo tuyo no va por algo masivo, adelante, sigue en tu proyecto”, agregó, con mucha claridad. Y lo mío, siento, cada vez se distancia más de los discursos a la moda. Me inclino, poco a poco, hacia una propuesta personalísima.

Otra cosa que mencionó tenía relación con los concursos de literatura. “Suelen estar arreglados. Yo tuve contacto con un editor. Él me dijo que había concursos en donde el jurado ya sabe de antemano quien va a ganar. De hecho, muchos concursos se hacen justamente para enarbolar a esa figura ganadora”. Pensé de inmediato en la cultura del pituto, de la cual la literatura también formaría parte. “Por eso, gran mérito si ganaste un concurso de esos que postulaste. Eso sí, ten cuidado con las bases y con los contratos”.

No me extrañaría que fuese ese, precisamente, el modus operandi de muchas convocatorias financiadas con plata del Estado. Más allá de la literatura, se suele ser lego en materia pragmática y se desconocen muchos de los mecanismos que llevan a puerto la gran maquinaria de los libros, las ferias y las editoriales. Por eso, las palabras del caballero venían tan a cuento. Guardaban esa lectura de quien ya pasó por el cedazo del interés, el oportunismo y las conveniencias habidas y por haber.

En fin, cavilé un momento sobre las tres cosas que me aconsejó don Patricio, en su calidad de escritor: “Reírse de los fracasos”, “Aterrizar el lenguaje y el discurso” y “Sospechar de las convocatorias abiertas”. Tres sabios consejos sin otro horizonte que el oficio, el riguroso y extático oficio del escritor. Me despedí de este simpático compañero de letras con un estrechón de manos. Puede que en un próximo encontrón en los alrededores de Limache volvamos a leernos y a discutir sobre los siempre difíciles asuntos de las musas.