viernes, 2 de diciembre de 2022

Compré La poesía chilena no existe de Guido Arroyo. Su título me impulsó poderosamente a tenerlo. Estaba barato en la librería En el Blanco, mismo lugar donde solía estar, antiguamente, el Salón Blanco de la ex Piedra Feliz. Subí por esos entrañables escalones rumbo a la librería como quien sube al mausoleo de un tiempo oxidado. Cuántos carretes de poesía vividos ahí, cuántas lecturas en cada uno de esos salones ahora cerrados con llave. Donde corría el vino, las risas y la camaradería, solo resta el olor a libro inventariado y el polvo producto del trajín. En cierta manera, ya no existe la poesía chilena en esos lares, mucho menos, la porteña. Los que la leían con afán y pasión acabaron idos, enfrentados a muerte o separados por la plaga y el futuro. Al menos, tras la compra de aquel libro, la metáfora sobre la posibilidad permanece cual sombra a la siga de su desaparecido portador. “Escribir como una forma de perderse”. Me voy, sin embargo, con la sensación de estar desapareciendo para siempre. La poesía porteña ya no existe.