viernes, 4 de agosto de 2017

Titular de la Tercera: Investigadores corrigen genes defectuosos en embriones humanos por primera vez. Parece guión de ciencia ficción. Pero no. Se trata de una noticia reciente. Hace veinte años, 1997, la película Gattaca ya trataba sobre una sociedad que ocupaba esta ingeniería genética de avanzada. De inmediato, se hacen sentir las reacciones polarizadas en torno a lo ético y a lo legal del asunto. La opinión pública dividida entre los optimistas que ven en el avance el advenimiento de un probable futuro sin enfermedades ni defectos vitales; y los apocalípticos que, en cambio, avizoran un panorama desalentador, donde solos unos pocos tendrán la posibilidad de la edición genética y otros tantos se quedarán atrás. Lo interesante y lo apasionante es que siempre que se produce un avance científico de tales proporciones, ahí viene la ficción, la insistente, la invicta ficción a probar sus límites. Netflix, ya tienes acá dos realidades, o mejor dicho, dos guiones, dos narrativas para tu próxima franquicia. Humanos editados genéticamente en serie. Una distopía entre editados y naturales. La incansable lucha entre el bien y el mal, puesta en jaque ahora por la propia genética. Oro puro. Grito y plata.
Un titular de Lun señala: ¿Por qué a los mecheros no les importa que los detengan a cada rato? Explican que porque les sale a cuenta irse detenidos y luego ser dejados en libertad por hurtos pequeños en tiendas. Así van repitiendo la operación en varios lados y realizan una suerte de trabajo de hormiga. Se señala que la propia ley propicia que así sea, porque de todas las veces que son pillados los mecheros, solo algunas son multadas. De manera que, según el artículo, se trata más de "avivadas" que de hurtos propiamente tales. Hay ahí un código que el propio mechero sigue y tiene que cumplir. Un código que solo él y sus pares conocen. No sé por qué relacioné de inmediato el caso del mechero con el del roba libros. Este último, si se quiere, con una afición mucho más burguesa, aunque respondería, después de todo, a un espíritu similar: un espíritu de ir en contra, probarse, desafiar una barrera legal, cultural, psicológica. Bolaño y Rodrigo Fresán hablaban sobre ello, el robar libros, como un deporte, una forma deportiva de la literatura. Fresán no tenía necesidad de hacerlo, pero lo hacía por el romanticismo que encerraba, el ánimo de desafiarse a si mismo y a la sociedad. Claro está que, después de todo, nunca veremos a un roba bancos citar a Bertol Brecht. El mechero está ahí por una cosa orgánica, no se cuestiona el por qué hace lo que hace, simplemente lo lleva a cabo. El roba libros, en cambio, pareciera tener una idea en mente más allá del acto mismo. Lo suyo también tiene mucho de simbólico. Los dos extremos del hurto: la avivada del mechero, su necesidad, hasta cierto punto, darwinista de acción; y el robo de libros, motivado por un impulso más bien romántico, un vicio puramente poético. Ambos, disputándose el título del "vivo".