martes, 2 de agosto de 2016

Toca la casualidad de que vivo frente a un colegio. El Agustín Edwards. Como si no bastara con haber trabajado en uno. Hoy cuando iba al baño a sacar la ropa lavada para tenderla, y luego de haber hecho del número dos, suena el timbre de aquel colegio vecino. Lo curioso es que sonó en el instante preciso que iba a sacar la ropa. Prosigo con lo que iba a hacer. Dentro de mí pensé que hasta dentro de la casa uno no deja de vivir bajo reglas. Pensé en ello después del timbre, urgido por terminar luego lo que tenía que hacer, como un perrito de Pavlov reaccionando al sonido. El molesto ruido de la obligación, invadiendo hasta la vida cotidiana, en la que se supone el profesor olvida que lo es y se dispone a ser una persona normal.

Sobre Bala Loca

Sobre Bala Loca: Hay algo en el periodista Mauro Murillo que recuerda a los detectives de novela negra. A Philip Marlowe, quizá por su carácter incorrecto, cínico, hasta cierto punto oscuro. Y al mismísimo Heredia, en su variante chilena, por su compromiso por la verdad contra el poder. Pero en esa carrera hacia la verdad hay también vaivenes. Puesto que una conciencia limpia debe también aprender a caminar sobre el barro de los hechos. Mauro Murillo debe no solo enfrentarse a los peces gordos intocables, sino que contra sus propios fantasmas internos: el fantasma de su pasado farandulero, el fantasma de la familia, el sexo y la droga. Mauro Murillo, en esa vereda, vendría siendo el periodista negro que Chile no merece pero que, sin embargo, necesita.