miércoles, 31 de agosto de 2016

Voy a la cocina y todo el departamento repentinamente oscurecido. No se aprecia nadie de al fondo. El calefont corriendo y el agua dada del lavaplatos. Debe ser ella, pensé entre mí, la única vecina del departamento, aquella. Prendo la luz y el piso de la cocina inundado por completo. Sucede porque el lavaplatos se tapa de comida, y el sistema para el agua caliente obliga a dar la llave del lavaplatos para que funcione el calefont. Salgo por un momento y vuelvo a la pieza. Cuando regreso a la cocina, estaba ella secando el piso. Pregunté cínicamente qué había pasado, aun sabiendo de antemano qué pasaba, para iniciar conversación. Dijo medio enojada que había olvidado destapar el lavaplatos para dar el agua caliente, que por eso estaba todo repleto de agua. Le expliqué que es preciso siempre destapar el lavaplatos antes de bañarse, porque sucede lo que sucedió hace un momento. Dijo que se le había olvidado, y que iba a hablar con el arrendador, porque no cuesta nada, de acuerdo a sus palabras, contratar un gasfiter y arreglar esta cuestión (sic). Se le notaba medio urgida, por la prisa que tenía en salir (acostumbra a salir los miércoles de noche). Le ayudo a abrir la ventana de la cocina para ventilar y ayudar a secar. Agradece sin más y regresa a su habitación. Se aprecia todavía un pequeño reflejo en el piso. Se alcanza a vislumbrar una sombra de alguien, ya no sé si de ella que se aleja o de yo mismo que sigo como idiota estático en la cocina. Lo único que ha sido testigo, al fin y al cabo, de nuestra efímera sociedad: el reflejo del agua que se desvanece de ventana hacia la noche.