viernes, 2 de septiembre de 2022

Jack Unterweger, "el poeta de la muerte".

Jack Unterweger, el escritor asesino, “el poeta de la muerte”, su historia desafía el límite de sangre entre literatura y vida. Heredero de una infancia marcada por el dolor y el abandono, fue condenado a cadena perpetua a comienzos de los años setenta, por el asesinato de prostitutas, ingresando a prisión prácticamente analfabeto. Ya adentro, aprendió a leer y escribir y, de esa forma, descubrió su talento innato para las letras, tanto así que llegó a publicar una autobiografía llamada “Purgatorio”, la cual se convirtió rápidamente en un best seller. El éxito de la obra de Unterweger llamó tanto la atención que intelectuales de la época pidieron su inmediata exoneración y la sociedad de inmediato lo encumbró como un símbolo de reintegración social y de rehabilitación mediante el arte de la palabra. De victimario a víctima existencial de las circunstancias, de criminal a escritor redimido por la sensibilidad y el intelecto. Era el ejemplo perfecto. El ícono a seguir. Incluso la escritora ganadora del Nobel, Elfriede Jelinek, también reconocida feminista, se mostró a favor de la liberación de Unterweger, confiando en que se trataba de un hombre nuevo, de un fénix literato renacido desde las cenizas de la infamia y del delito.

Durante los años noventa, Unterweger desarrolló una veta de periodista paralela a la de su exitosa carrera literaria. Parecía ser el paradigma viviente del triunfo de la civilización, de la gloria de la educación y del poder redentor del arte y la cultura. Pero luego todo se vio opacado, ante el impacto provocado por la aparición de nuevas mujeres muertas, encontradas en circunstancias muy similares a aquellas pobres prostitutas que el antiguo Unterweger había asesinado sin contemplaciones. Se hablaba sobre un psicópata nombrado por la prensa como “El estrangulador de Viena”. La sombra de la duda volvía a acechar sobre la figura del escritor (podrían haberle llamado perfectamente “Jack el estrangulador”). Sin embargo, él consiguió establecer coartadas y durante mucho tiempo logró zafar de todas las acusaciones, gracias a su prestigio y a la ayuda activa que prestaba a las autoridades en el esclarecimiento de los hechos y en la búsqueda del culpable mediante su labor periodística. En cuanto la policía y el ojo público apuntaban hacia él, Jack lograba aparecer ante todos como el sujeto perseguido injustamente por su pasado criminal y usado como chivo expiatorio por el aparato judicial. Políticos e intelectuales se mostraron a favor de Jack al nivel de considerarlo un mártir, hecho que él utilizó para continuar tranquilamente con su vida ascendente.

Poco a poco, pese a su renovada reputación, pese a su sagacidad y a los esfuerzos por formar una nueva vida con su pareja, Bianca, los acontecimientos fueron tomando un giro cada vez más adverso para Jack. Las investigaciones exhaustivas de la policía, que siempre desconfío de nuestro escritor, junto con la fuerza de las evidencias en las escenas del crimen, lo fueron acorralando, y la gota que rebalsó el vaso, la prueba que lo delataría inevitablemente, sería su propio talento, su escritura; en específico, una nota escrita en su diario de vida, en la cual confiesa la planificación del asesinato de Bianca. La hora de la verdad se aproximaba. Era el momento de dejar la careta y revelar su cruda naturaleza frente a la sociedad atónita que había confiado ciegamente en su reeducación, en su transmutación interior, en su reintegración a la vida pública. La terrible verdad era que Jack, mientras firmaba autógrafos y potenciaba su imagen de brillante intelectual, de hombre de bien, seguía abrigando dentro suyo ese oscuro deseo de matar. Un auténtico Jekyll y Mr Hyde, exhibiendo ante el mundo su lado de hombre culto, civilizado, reformado, su lado luminoso, pero desatando bajo las sombras su lado perverso de asesino irracional, maldad y dolor encarnado.

La literatura siempre fue, para Jack, la careta del monstruo, o acaso, la prestidigitación del mal. A decir de Charles Baudelaire, “la más bella astucia del diablo es convencernos de que no existe”. Y la sociedad completa de su época, testigo de sus ardides, adquirió de pronto esa convicción, sin saber que abrigaría el fracaso total del sistema, la fractura interna del orden moral. Tal vez para Jack, la única certeza era que solo “hay seguridad en la oscuridad”, tal cual mencionó en su ópera prima. Es esa oscuridad que ahora nos lega en su memoria, mediante múltiples adaptaciones de su vida y obra, con un manto de desilusión, de horror, aunque también de morbosa curiosidad. Genio de las letras, figura del mal, eso fue Jack Unterweger. Un tabú de la literatura, un tabú de la cultura occidental. Un individuo impensable, hoy por hoy.

El padre del presunto autor del ataque a Cristina Kirchner habría nacido y vivido hasta los dieciocho años en Valparaíso. Una referencia exótica para un intento de magnicidio probablemente montado. Valparaíso hace rato que ya viene siendo un vórtice de extravagancia y de historias sórdidas.