lunes, 7 de diciembre de 2020

Juegos de poder



Viendo Juegos de poder, impecable serie chilena del año pasado, no puedo evitar pensar en el candidato a presidente Mariano Beltrán (interpretado por Alvaro Rudolphy) como una cruza entre Carlos Larraín y Sebastián Piñera, aunque más tirado para este último. La premisa de la serie toma de la realidad, teniendo como referencia el accidente vehicular con resultado de muerte protagonizado por el hijo de Larraín, del cual salió prácticamente impune, con una pena irrisoria comparada con la gravedad del hecho, dando cuenta del clima de impunidad que se vive en un país donde la justicia realmente parece dividida entre la que pueden comprar los ricos y la que padecen los pobres. 

En la serie, si bien la premisa parte inspirada en el caso Larraín, toma una deriva desde la trama que puede emparentarse mucho más con la figura de la corrupción política, en este caso, de la mano del candidato a presidente, moviendo influencias y haciendo todo lo posible por ocultar el crimen para no empañar su carrera presidencial. “Cuando esconder la verdad es la única elección”. El slogan de la serie sintetiza el modus operandi no solo de Beltrán, sino que de toda la clase política cuando ve amenazado su nicho o su interés. 

Un personaje de la serie, la madre de uno de los jóvenes fallecidos en el accidente, recuerdo que habló con el personaje de Beltrán y le dijo: “hay que ser realmente suicida para querer ser presidente, hoy por hoy, con todo lo que eso conlleva”. Por no decir, hay que ser realmente idiota o estúpido, o ciego de poder, lo que es lo mismo. Efectivamente, Beltrán lo arriesga todo, incluida su honra, la seguridad de su familia, su imagen para con los otros, con tal de mantenerse en las encuestas y persistir en el poder, aunque eso le signifique pasar por encima de las leyes y de los límites morales. Pero no hay verdad que pueda permanecer escondida demasiado tiempo, por mucho que se pretenda jugar a Dios. 

A medida que Beltrán trata de esconder aquel crimen a toda costa y trabaja paralelamente para llevar a buen puerto su candidatura, salen a flote los secretos de la familia y de todo su entorno, las verdades ocultas que van minando poco a poco su trayectoria asfaltada de mentiras. Inevitable ver en Beltrán la representación de Piñera. Todos saben de sobra la fragilidad con que ha visto expuesta su reputación política en un escenario particularmente convulso. Su fama todos la conocen, sobre todo los de su círculo. Sin embargo, solo él puede sopesar los límites de su conciencia. Hasta dónde ha podido llegar y hasta dónde puede seguir llegando para poder mantenerse a flote en el gobierno, contra todo pronóstico, antes de que se fagocite a sí mismo. 

Cabe recordar los dichos de Platón en Gorgias, en relación a la condena de su maestro, Sócrates: “Es preferible sufrir una injusticia que cometerla”. El día que Beltrán antepuso su interés a la justicia, cayó presa de su propio juego perverso. Esta misma premisa puede ser aplicada a nuestros líderes políticos, tratando de salvaguardar la poca dignidad que les resta mediante la calibración de las demandas ciudadanas. “¿Cómo calibrar el propio interés sin que eso devenga en una injusticia para el interés del prójimo?”, esa es la pregunta que posiblemente deban hacerse, con la almohada como consejera. Pese a todo, nunca habrá una respuesta definitiva, porque la vieja política, en el fondo, siempre estará secuestrada por el poder. Y el poder por sí solo no puede prometer otra cosa que su perpetuación infinita.