jueves, 4 de agosto de 2022

Por Avenida Valparaíso, un caballero caminaba, biblia en mano, vociferando unas palabras religiosas, críticas del mundo actual. “El amor se ha enfriado frente a la maldad del mundo”, fue una de las frases que más me resonó. Mientras el caballero seguía con su quijotesca prédica, la gente pasaba a su lado, impertérrita. Uno que otro se detenía a observarlo y escucharlo, cautivos de su discurso o simplemente curiosos por lo desvergonzado del acto.

Me apronté a seguir al caballero, a ver qué otra joya se soltaba. En cambio, di la media vuelta para poder divisarlo de lejos, admirado por su libertad. Podía parecer otro loco creyente soltando, contra viento y marea, sus pasajes ortodoxos, pero el solo hecho de arrojarse a la calle, frente a la marea citadina y persignarse al cielo, lo hacía poseedor de una pasión mucho más real que el hábito del trajín rutinario y la vitrina materialista.

“El Señor es la esperanza”, remataba el caballero, alzando su biblia al aire, justo al cruzar frente a un puestito del Apruebo, en la esquina con la Plaza Sucre. Los volantes apenas lo notaron, demasiado ocupados en su proselitismo callejero. Uno de ellos repetía que “la esperanza le ganará al miedo”, dejando entrever que esta consigna aún podía tener un efecto político, más allá de la campaña presidencial.

Un poco más abajo, por la misma avenida y la misma acera, estaba instalado otro puestito, ocupado este por un sujeto que vendía ejemplares de la Nueva Constitución. “Lleve la Nueva Constitución de la República”, gritaba frente al gentío, cual comerciante de feria, en toda la boca de la calle, a ver si algún ciudadano se animaba a contribuir con la causa del momento.

De pronto, entre tanto bullicio al paso, las únicas palabras que aún rondaban, simbólicas, imaginarias, sobre la atmósfera del centro de la ciudad, eran las de aquel caballero de la Biblia, las del volante del Apruebo y las del vendedor de ejemplares de la Nueva Constitución. Ciertamente, cada uno había hecho de sus esperanzas, un verdadero mercado, un dinámico intercambio de promesas, a cambio de la adhesión inmediata a su credo. Lo único que los unía, después de todo, era su tránsito por un espacio que sucumbe ante el imperativo del comercio ambulante y que sobrevive a su loca época, a punta de viva voz y verdad revelada.
¿En qué momento el mundo se precipitó hacia el abismo? ¿En qué momento, querida, nos fuimos tan a la mierda?
“Divido toda la literatura mundial entre obras autorizadas y no autorizadas. Las primeras son todas basura; las segundas, aire robado. Quiero escupirle en la cara a cualquier escritor que primero obtiene permiso y luego escribe”. Osip Mandelstam en La cuarta prosa, citado por J.M. Coetzee en Contra la censura.
Unos cabros tocaron Smells like teen spirit en el colegio. La llama prometeica del rock aún sigue viva.