miércoles, 28 de diciembre de 2022

El fracaso. Cómo se incendió la Convención. Renato Garín González (fragmento)

“La temperatura de mi frente sube. Recuerdo el calor de las llamas. A lo lejos creo escuchar la voz de mi abuela materna, antes de quedarse muda. Está rezando oraciones infalibles, dirigidas a la virgen del Carmen, para que me baje la fiebre. Entonces emerge el viento tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de civilizaciones antiguas que poblaron antes este lugar, cargadas de suspiros de desengaños remotos. Las arremetidas son cada vez más feroces. La potencia ciclónica del aire parece emanar de cuatro espíritus ubicados en cada punto cardinal. La fuerza del viento me arrebata el borrador de la nueva Constitución y las carillas se van desprendiendo como hojas de un árbol marchito. Me aferro a mi cuaderno, donde he anotado cada uno de los sucesos de este año de realismo mágico. Descubro que mis antepasados vivieron sus vidas en esta misma plaza, en estas mismas calles, solamente para que pudiera buscar mi destino en los laberintos más intrincados del poder. El viento arranca de cuajo puertas, portones, ventanas, también el asfalto y los cimientos del pueblito. Veo un torbellino de fichas médicas, expedientes judiciales y textos legales. El cuaderno me es arrebatado por el ciclón furioso que se lleva todas mis notas, preguntas y vaticinios. Comprendo que no saldré jamás de este tornado. Me entrego al viento para que me despedace, como hizo con las páginas del cuaderno, fragmentadas cuales cenizas de un incendio. Todo lo escrito en ellas será irrepetible. Porque los constituyentes, condenados a quinientos años de soledad, no tendremos una segunda oportunidad para escribir la Historia.”

El fracaso. Cómo se incendió la Convención. Renato Garín González.

Acuerdo Constituyente: el retorno del realismo político (Marcelo Mella)

"No obstante, en el actual contexto de fragmentación y polarización, el «Acuerdo por Chile» con seguridad tendrá «torpedeos» bilaterales. Por la derecha «dura» se argumenta que recrearía la figura de un órgano redactor ciento por ciento electo, con riesgo de llegar a resultados semejantes a los de la Convención; mientras que por la izquierda «dura» se sostiene que el «Acuerdo por Chile» representa una claudicación del impulso refundacional que se traduce en la relegitimación de actores contramayoritarios con capacidad de veto. Vale decir, una misma propuesta, debido al «torpedeo bilateral» puede ser al mismo tiempo conservadora y de izquierda radical. La existencia de estos dos extremos prueba que en la política, como en el sexo, se pueden producir extrañas afinidades tácticas, por una noche, entre sujetos que poco tienen en común."

Esos torpedeos de los que habla en este artículo de Ciper son las fuerzas paradójicas en pro del renacer del Rechazo a las cuales me referí en mi columna anterior.
En efecto, las dos principales fuerzas opositoras a esta cocina son de polos políticos opuestos, y todos sabemos que el polvo más rico viene de parejas que no tienen nada que ver, polos antagónicos con increíble química, pero que no sirven para una relación.

En la sala de profes un colega tenía una gran bolsa de aseo encima de la mesa llena de papeles de guías y pruebas. “¿Recicla?”, le pregunté. “No, voy a hacer una fogata”, respondió, sarcástico. “Es más, colega, tenía pensado hacer un rito de fin de año: quemar todas las pruebas de los alumnos como sacrificio”. La idea del colega, en broma, era hacer ese sacrificio con el fin de purgar el año escolar. “Y así, de paso, sacrifico a los cabros más jodidos”, volvió a decir, con énfasis. Su tono se sintió tan grave que parecía que su deseo era real. Luego, ante la risa de algunos y el silencio de otros, continuó en su faena. En cierta forma, el acto de reciclar pruebas se había vuelto un ritual pagano. ¿En nombre de qué Dios? ¿Moloch? Verdaderamente, en nombre de un curriculum abstracto, en nombre del Dios de las planificaciones, que a fin de año reclama pleitesía.

Sobre "filosinsofía" y mentira en sentido posmoderno

“Lo relevante en la mentira no es nunca el contenido, sino que la intencionalidad de quien la emite”, dijo Derridá, cómplice de la deconstrucción posmoderna. Un amigo, a propósito de la frase, decía que este sujeto, justamente, venía de la línea idealista que parte desde Kant, pasando por Nietzsche y Heidegger, hasta llegar a los profetas de la posmodernidad. Es decir, venía de la línea de los que se apartan de la formación científica rigurosa y únicamente se basan en la especulación. En definitiva, su filosofía no es una filosofía que se acerque a la verdad, como la de los filósofos naturalistas de raíz grecolatina, que tenían por delante a Dios, por lo que la frase en cuestión sería muy reveladora, en este sentido. El objeto de estudio del posmoderno, en suma, es la especulación, la mentira, desde coordenadas muy sofisticadas. Cabría agregar que su negocio es el sofismo, no la búsqueda de la verdad trascendente; subentiende que todo es pura forma e inmanencia. De todas maneras, la frase de Derridá, por sí sola revela una verdad sobre la mentira y los mentirosos: que importa, ante todo, su fin, no su fondo. Para rematar, el amigo mencionaba que la frase debería figurar a la entrada de las aulas de los posmodernos, porque identifica su “filosinsofía”. Recalco la palabra inventada por él: filosinsofía. Sin duda es la palabra adecuada para referirse a ciertos personajes que pululan hoy y que hacen gala de su malabarismo teórico y su galopante militancia ideológica. ¿Cuántos filosinsofos allá afuera, haciendo de la verdad un anatema y de la mentira una profesión, y es más, cuántos profes de filosinsofía circulando impunes, con toda la prepotencia de sus ideas sin contrapeso?
Deseo negado del pedagogo: tener las lucas y el reconocimiento social de un doctor.