lunes, 19 de septiembre de 2022

El naufragio del Arethusa y el oleaje del Valparaíso mítico.



El cuadro "El naufragio del Arethusa" pintado en 1826 por el ilustrador inglés Carlos Wood representó el naufragio de la fragata estadounidense en las costas de Valparaíso. Inspirado por la violencia del hecho, se puede apreciar la pasión trágica del hombre enfrentado con la naturaleza, la destructiva, indomable y arrolladora fuerza del mar que marcaría, cual símbolo feroz, el ethos vital del puerto, desde tiempos de la temprana patria hasta nuestros entonces. En el punto donde ocurrió el incidente del naufragio, estaba la llamada “Punta Cruz de Reyes” que intersecta lo que hoy corresponde a las calles Prat y Cochrane, y que está próxima a la ya mítica “Cueva del Chivato”, zona mágica donde se cuenta, incluso desde el siglo XVII, que habitaba un chivato, un “animal del demonio”.

Según consta en el libro “Valparaíso, el mito y sus leyendas” de Víctor Rojas Farías, los marinos que se adentraban en aquellos terrenos desaparecían o apenas sobrevivían, alimentando la idea de la existencia del animal. Con el tiempo, la Cueva del Chivato adquirió una naturaleza cada vez más oscura, asociada con fuerzas malignas, al punto de no saber si la cueva “llevaba directamente a las llamas del infierno” o “llegaba mucho más allá de la muerte”. Tanto era el miedo en torno a la cueva que llegó a transformase en el sitio más temido del puerto por todo el relato demoniaco que lo circundaba. Años más tarde, José Victorino Lastarria escribiría su novela Don Guillermo, la primera novela de Chile, tomando como escenario un submundo dantesco llamado Espelunco, al cual se accede precisamente a través de la Cueva del chivato.

A simple vista, la relación del naufragio del Arethusa con la cueva podrá parecer simplemente un asunto de contigüidad, pero resulta que, a partir del episodio, es posible interpretar la fuerza simbólica del romanticismo de la época, la cual arrastró su oleaje mítico y poético hasta nuestras latitudes porteñas. El mar como eterna patria, imponente, fundante y, al mismo tiempo, salvaje; y el secreto de la cueva, que viene a representar la profundidad de la tierra, lo oculto, lo desconocido, cuya dimensión evoca la oscuridad, aunque también el caos primigenio sobre el cual transcurre la vida del hombre.

De cierta manera, en Valparaíso aún resuenan aquellas olas tempestuosas, chocan contra la vida diluida de sus transeúntes, conspirando, tratando de abrirse paso de vuelta hacia el plan de la ciudad, en un territorio todavía vivo, desollado por el tiempo y la historia. La fuerza demoniaca del mar ha fundado la ciudad más allá del arribo de los hombres, y los porteños, cual náufragos del mito, asisten a su espectáculo, día a día. En su corazón, pese a las adversidades, todavía se eleva la marea y descansa el misterio. Valparaíso romántico, Valparaíso marino, Valparaíso demoniaco.

En el libro de Alfonso Calderón, "Memorial de Valparaíso", figura una crónica de Carlos Bladh sobre el puerto que incluye un relato del naufragio del Arethusa:

"El año 1827 fui testigo ocular de una ocasión en que un huaso dio una prueba extraordinaria de su habilidad con el lazo. Un barco, el Arethusa, de Nápoles, encalló durante una fuerte tormenta del oeste en las rocas de la costa de Valparaíso, a una distancia de alrededor de 10 leguas del camino entre el puerto y el Almendral. La tripulación se podría haber salvado mientras que el barco aún resistía; pero el capitán no se figuraba tan grande el peligro y mantenía la tripulación a bordo, para cuidar el barco y la carga. Sin embargo, la base del barco se soltó a los golpes; los mástiles se cayeron al agua y lo flotante de la carga, que consistía de mercaderías en fardos, cubrió toda la superficie del agua entre el buque destrozado y la tierra. El piloto, con ocho marineros que sabían nadar, se echaron entonces al agua del lado de barlovento y fueron felizmente conducidos por las olas a la costa peñascosa hacia el final de la bahía, que consiste de terreno arenoso, y ahí fueron todos rescatados. El Capitán, su hijo y siete de la tripulación estaban todavía a bordo; pero como el barco fuera amenazado de ser devorado por las olas inmensas, se tiraron cuatro marineros al agua, al sotavento del casco y fueron inmediatamente destrozados entre los fragmentos del barco y la carga. Toda la costa estaba llena de gente que quería ayuda r a los infelices que todavía quedaban a bordo; pero no había ningún modo de salvarlos. Trataban de tirar cuerdas con piedras amarradas a bordo pero la tormenta contraria lo impedía; por fin se logró, cargando un cañón levemente -con un ovillo como emplazamiento- y disparando el tiro sobre el casco, tiraron una cuerda fina a bordo; pero los hombres estaban paralizados por el terror y el frío, y no se les ocurrió amarrar una maroma o un cable a la cuerda con lo cual hubieran podido alcanzar tierra y perecieron todos ante nuestros ojos, dejándonos la impresión dolorosa y terrible de su angustia. Un marinero inglés, valiente, nadador fuerte, se había entretanto tirado al agua a alguna distancia del barco náufrago y había hecho un esfuerzo extremo para cruzar las marejadas, en dirección oblicua, y se abrió paso al costado de barlovento del buque, en la esperanza de poder nadar a tierra con alguno de los náufragos; pero a cada intento renovado era rechazado por las olas furiosas, hasta que se hundió por fin, agotado por el trabajo, reapareció dos veces, pero quedó después largo rato invisible, y se dio por perdido para siempre; cuando otra vez asomó su cabeza sobre la ola, un huaso, con la rapidez de un rayo, lanzó su lazo alrededor del cuello del marinero audaz y lo arrastró felizmente a tierra acompañado del grito de "viva" estrepitoso de miles de voces".

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