jueves, 30 de mayo de 2019

Se cortó la luz en el preu mientras los cabros realizaban un ensayo psu. Inmediatamente, de un silencio absoluto, la clase pasó a un auténtico zafarrancho. Los celulares, que estaban guardados por motivo de la instancia solemne, se volvieron luminarias en medio de la oscuridad general. "¿Qué pasó, profe? ¿qué pasó?" gritaba una chica consternada. Otros no aguantaban la risa nerviosa. "Ahora, copiemos!", gritaba un cabro de más al fondo, haciéndose el oportunista. Atiné entonces a prender mi computador aún con carga de batería, y le dije a los chicos que me esperaran hasta que subiera a la oficina y consultara la situación con la secretaria, única cara visible en esos instantes de emergencia. La secretaria miraba hacia la ventana exterior que daba a la calle. Afuera también se había cortado, a excepción del supermercado. Todo indicaba que se trataba de un desperfecto en el sistema eléctrico del plan de la ciudad, producto de los repentinos chaparrones. "Esperemos un rato a ver si vuelve", me decía la secre. Le confirmaba que era lo mejor. Pasaron cinco minutos. La luz aún no regresaba. Ya era hora de bajar y explicarle a los cabros que podían retirarse y dejar el ensayo para otra ocasión. Tan pronto fui con esa idea en mente bajando las escaleras, la luz retornó al instituto mágicamente. Cómo será que los cabros, presos de la ansiedad, ya habían anotado sus nombres en una lista y ya habían preparado sus mochilas para retirarse, movidos por el ánimo convulso post tinieblas. "Épale!", demasiado luego para retirarse. Para mi sorpresa, algunos ya habían apretado cueva sin mediar explicaciones. Otros tantos, honestos o demasiado embotados para despegar el culo del asiento, habían decidido quedarse a la última sesión de la jornada. Todos lucían más o menos conmovidos luego de semejante apagón, excepto uno. Un cabro que durante todas las clases se sienta en cualquier parte de la sala y no emite ninguna, pero ninguna palabra en lo que resta de tiempo. Un cabro extremadamente callado, hasta invisible. Sus compañeros apenas logran advertir su presencia. Seguramente, durante el lapso en que el instituto se volvió una fosa prehistórica, y la pizarra asemejaba la galería de la caverna de Platón, el cabro permaneció ahí, en esa misma posición impertérrita en la que había llegado. La fuga y posterior reinvocación de la luz no provocó ni un gesto de inmutabilidad en este solitario cabro. Tan pronto habían vuelto a funcionar los miserables tubos fluorescentes de la sala grande, el cabro daba por terminado el ensayo. Se arregló, pescó sus cosas, me entregó el papelito con el facsímil y se viró de ahí, indiferente como una estrella errante en un universo caótico. Para algunos, todavía no se había hecho la luz.

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