jueves, 9 de septiembre de 2021

Había un alumno que se negaba a hacer el formulario (prueba) de Lenguaje. Preocupado, fui a preguntarle por el motivo de su negativa. “Simplemente, no puedo. No sé nada”, dijo, sin más. “Pero ¿cómo? Algo debe saber. Por último, chamulle”, le dije, animándolo a hacer algo. “No, simplemente no”. “Ok. Medite entonces. Pero aún le queda tiempo”. “¿No entiende, profe? No puedo”. Su carácter negativo me sorprendió sobremanera. El alumno simplemente andaba “negado”. Incluso para mí, que era un adolescente raro, la actitud del cabro me resultó chocante. ¿Será que el tiempo y la experiencia te hace más estoico, luego de experimentar el cielo y el infierno? Como sea, el alumno dejó su tablet sobre la mesa, en blanco, con una postura rígida, dispuesto a no hacer nada y persistir en su negativa. Lo dejé solo. Por un instante lo comprendí. Lo único que alcanzó a anotar eran las características del Romanticismo, a partir de un poema de Gustavo Adolfo Bécquer. El poema rezaba: Yo me he asomado a las profundas simas/de la tierra y del cielo,/y les he visto el fin o con los ojos/o con el pensamiento./Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo/y me incliné un momento,/y mi alma y mis ojos se turbaron:/¡Tan hondo era y tan negro! El cabro no era el hablante lírico del poema, pero se me figuraba que iba a estallar, sin previo aviso, con un ánimo exultante, cosa que se contradecía con su hermética forma de ser. Subjetividad y rebeldía, fueron las respuestas que escribió el cabro en el desarrollo. Esas eran las respuestas que le había dictado ayer, en un repaso para la evaluación. Antes de su exabrupto, le repetí al cabro que la subjetividad podía verse reflejada en el primer y cuarto verso del poema y, de paso, en su propia actitud. “Si se fija, usted mismo se responde solo. El romanticismo tiene mucho que ver con la libre expresión de las emociones”, le mencioné, tratando de animarlo, nuevamente, sin éxito. Durante más de una hora, el cabro no hizo nada de lo que se le había pedido. Eso sí, se paró y se marchó de la sala, antes que todos los demás. Tal vez su única iniciativa, su único gesto de libertad siempre fue el de marcharse sin dar explicaciones. Soberano de sí mismo, simplemente, no sabía, no podía y no quería.