jueves, 11 de agosto de 2022

“España será el puente entre la América Latina y Europa, pero yo creo que las circunstancias nos han llevado a tratar de ser más europeos que latinoamericanos, y nosotros estamos aquí esperando, un día no muy lejano, en que regresen como se sentaban los chinos a la puerta de su casa a esperar a que pasara el cadáver del enemigo (…) Los españoles volverán otra vez, porque cada día son menos europeos (…) En el fondo, siguen siendo unos españoles iguales a nosotros”. Gabriel García Márquez en entrevista en RTVE. A raíz de este hallazgo, conversábamos respecto a la hispanidad con un compadre. En efecto, la idea de Hispanidad cobra vigencia en nuestra cultura y es lo que planteaba Gustavo Bueno al señalar que España se formó no con Europa sino contra Europa. España fue un imperio que luego se proyectó en América, por lo tanto, decir que somos Hispanoamericanos equivale a decir que reconocemos el legado de su cultura y de su historia en nosotros. Recuerdo que en mi tesis de grado sobre Los perros del paraíso de Abel Posse, al plantear que América es un pandemonio, lo que hice fue criticar el relato de los orígenes, aludiendo a que no hay una raíz unívoca, originaria, porque finalmente no somos indígenas ni tampoco europeos, sino que heredamos la tradición española que bebe de la cristiandad, de Occidente, y el mestizaje explicaría que hubo, después de todo, una hibridación cultural. Abel Posse dijo básicamente que nuestro lenguaje construye nuestro mundo, y sin España, sin la lengua española, no sería posible un Neruda y un Vallejo. Por lo mismo, y tomando la idea de Jesús G Maestro, El Quijote es nuestro canon definitivo. La primera novela bisagra entre la época de la caballería y el Renacimiento podría ser perfectamente la bisagra simbólica entre el espíritu de España y el llamado “Nuevo Mundo” americano.

Declaro mi independencia política y mi libertad de pensar por mi cuenta.

La independencia política no es otra cosa que la libertad de pensamiento llevada a la praxis, así que su represión, exclusión y discriminación entraría en conflicto con los artículos 25 y 67 consagrados en la propia propuesta de Nueva Constitución: inciso 4 del artículo 25, prohibir la discriminación fundada en opiniones políticas; e inciso 1 del artículo 67, derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia. Cabe recalcar esto, hoy por hoy, de cara al plebiscito de salida, sobre todo y considerando la verdadera batalla campal desatada entre ambas opciones, las que han empujado posiciones totalmente radicalizadas y enfrentadas entre sí. Lo paradójico es que los diversos ataques y censuras producidas por esta división de ideas contrapuestas, tanto en los medios como en la vida pública, pasarían a llevar aquellos artículos contenidos en la propia propuesta constitucional, formando, de esta forma, un bucle contradictorio que nadie ha advertido o se ha atrevido a denunciar con firmeza. Por eso, y después de una ardua y tortuosa tarea reflexiva, me he volcado hacia una postura cada vez más distante de la “servidumbre política”, inspirada en la línea del Anarca de Ernst Junger y más cercana a la crítica de la “hemiplejía moral”, ya esbozada a la perfección por José Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas. Soy consciente que adoptar esta posición me llevará de inmediato al ostracismo e incluso a la repulsa de ciertos “círculos” que solía frecuentar en el pasado por motivos literarios y con los cuales compartía alguna clase de afinidad política e ideológica. Ese lazo ya se ha roto, por lo que me siento, más que nunca, en plena libertad de acción y de decisión. Asumo plenamente las consecuencias de emprender este nuevo rumbo y este nuevo camino, quizá lo verdaderamente “nuevo”, después de tanto recorrido vital.