viernes, 13 de enero de 2017

Occidente Raccon City

Hace poco anda circulando la noticia de que alumnos de la Universidad de Londres rechazan a filósofos "blancos", entre ellos a Sócrates, Kant, Descartes, desplegando una suerte de extraño "antirracismo racista". La solicitud viene de parte del sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS). Piden en su lugar enseñar a pensadores provenientes de África y de Asia. Según ellos, esa es su forma de "descolonizar el pensamiento filosófico". Más adelante, también se señala que en la Universidad de Glasgow, los estudiantes del primer curso de Teología, "De la creación al Apocalipsis" podrán abandonar sus clases ante las imágenes de la crucifixión, cuando se vuelvan religiosamente susceptibles, y estas les parezcan demasiado perturbadoras. Al parecer ya es un hecho: El virus de la corrección política va creando sus primeros zombies. Occidente será Raccon City.

El misionero solitario

Curioso. Al investigar sobre el hombre de la foto, doy con el Padre Alberto de Agostini, antiguo misionero salesiano, montañista y geógrafo. Fue conocido en su tiempo como el explorador de la Patagonia. Lo que salta a la luz es la similitud de la fotografía con el clásico cuadro de Caspar David Friedrich, "El caminante sobre el mar de nieblas". Dado que el hombre en ambos casos mira de espaldas hacia un punto fijo, en medio de un ambiente natural inhóspito, solitario e imponente. El sentimiento del cuadro se ve asimilado de forma particular en la fotografía. La vista hacia las Torres del Paine también connota romanticismo. Quizá la única diferencia fundamental sea que en el cuadro el hombre en cuestión se halla en las alturas, mientras que en la foto el hombre se encuentra frente a las orillas de un pequeño arroyo, contemplando seguramente la serenidad del agua o su propio reflejo en ella, y atrás el reflejo de la montana invertido. La comparación entre el cuadro y la foto habla de un espíritu similar: el espíritu de exilio y de búsqueda interior, abierto a la inmensidad de la naturaleza. De Agostini quizá represente, de esta forma, a una especie perdida de religioso humanista. Una inquietud romántica, más humana e inclusive más espiritual que el solo afán de colonización evangélica. En esa pura escena demuestra que lo sublime no necesita de intermediarios.