viernes, 21 de junio de 2019

Un colega en la oficina comentó que en su colegio le habían suspendido las clases por motivo de una feria vocacional. Lo contaba con la satisfacción de quien solo cuenta los días para entrar a vacaciones y hace campaña para sacar la vuelta y dilatar lo más posible la pega. -Puta qué relajante, voy a ver si me dedico a organizar más ferias vocacionales, hay que preocuparse por el futuro de los alumnos-, explicaba el colega, muy distendido, describiendo sin tapujo el placer proporcionado por la anécdota. La secretaria lo miraba y reía de forma un tanto forzada, tratando de comprender el placer que provenía de tamaña gracia. Seguía de ese modo el colega ilustrando el contexto pre vacaciones en su colegio, agregando que en la sala de profes ya comenzaban a planear incluso los panoramas de fin de año. Habló de paseos de curso, de cooperaciones, de tesorería. Destinos preferidos: Rosa Agustina, Ritoque, su asado en la casa del UTP. En ninguno se mencionaba la inclusión de los estudiantes. El cuadro quedaba hecho. Todo apuntaba a celebrar el término del martirio. Un par de alumnos entraban a la sala antes de comenzar el segundo tiempo. Habían escuchado de improviso el asueto discursivo del profesor. A juzgar por la tranquilidad de sus rostros, no podían estar más de acuerdo. Parece ser que el deseo más profundo de profesores y alumnos es que todo se acabe de una vez, sin condiciones. Al menos en eso sí existe un genuino punto de correspondencia; pero, por supuesto, ninguna de las partes lo admitirá abiertamente, para así poder continuar con la farsa.