viernes, 29 de julio de 2016

Dinero

Cada vez que pagan reviso el monedero obsesivamente, como si el estar lleno fuese una cuestión milagrosa. Cuento las monedas como si fuesen a desaparecer de inmediato. Algo común en personas que no están acostumbradas al dinero. Siempre descarto las monedas de menos valor, las de a peso. Las tiro al piso cuando ando en la calle, o las dejo en alguna parte del departamento por si a algún inquilino o desconocido le sirven, o, en su defecto, solo por dejarlas en una parte distinta al bolsillo. Nunca tuve el impulso de ahorrar, no por encontrarlo burgués, sino que simplemente por un ánimo de desprendimiento. Lo que acumulo y colecciono tiene en cambio un valor subjetivo más que capital. Siempre son cosas inútiles o poco prácticas. La moneda de a peso, en cuanto no suma ni resta, se descarta. Desaparecerá algún día como todo el dinero del mundo también lo hará. Solo lo inútil tiene valor de permanencia. Pero he aquí una verdad paradójica: todo, sin duda, tiene fecha de vencimiento. Todo volverá algún día a su inutilidad primigenia.