domingo, 6 de noviembre de 2016

Westworld

Principio del formulario


En Westworld no hay nada que la ciencia ficción no haya imaginado antes. La posibilidad no solo de jugar a ser Dios, de crear vida inteligente, sino que de crear "conciencia". El gran dilema frankesteniano que define el futuro de la humanidad. Un profesor de la Universidad nos aclaraba precisamente que la ciencia ficción, en palabras de Bradbury, no hablaba sobre el futuro sino que de lo posible en la contingencia misma, del presente del hombre, por lo que la palabra progreso no sería sino lo que está velado bajo la quimera de nuestro tiempo. Westworld, relectura de la película de los setenta, Almas de Metal, le susurra a nuestra época de aburrimiento sofisticado. Hace de todo tiempo histórico un parque de diversiones hiperreralista para los llamados huéspedes. Los anfitriones vendrían siendo esta nueva clase de esclavos con inteligencia artificial, que viven bajo el yugo de una incipiente conciencia, de existir de acuerdo a los parámetros de una narrativa previamente designada y programada -metáfora del dios narrador ya trabajada por Unamuno-. Nada que no haya sido explorado. Lo interesante, sin embargo, viene en cómo esas tramas confluyen y en cómo nuestros anfitriones en apariencia inconcientes comienzan a rebelarse y a descubrir los hilos que los atan a su propia historia. En suma, la trillada pero siempre cotizada búsqueda de sentido. Es en parte la misión de dos personajes claves, a mí entender. El solitario y oscuro huésped villano, que vaga por el viejo Oeste americano en busca del laberinto dibujado en el cráneo de un anfitrión, lo que él llama y comunica al creador de Westworld (Anthony Hopkins) como el "secreto mejor guardado"; y la hermosa e inocente doncella anfitriona del campo, que lentamente y a través de un viaje sentimental va descubriendo la sórdida naturaleza de su existencia, como la flor que violentamente se abre ante una primavera inminente. En la pugna y en la odisea iniciática de esos dos personajes (la cacería del villano huésped y el cuento de hadas de la doncella anfitriona) se va desplegando el secreto detrás del show cibernético de Westworld. En cierto momento, el padre de Dolores, que comienza a citar a Shakespeare, le susurra algunas cosas a su hija. Dolores, la doncella anfitriona, intuye finalmente algo que cualquiera de los huéspedes, paradójicamente, también ansía: el sentido de su propia trama. "A veces siento que el mundo exterior está llamándome, me susurra que hay algo más". Ese algo más, lo que siempre está abierto a lo posible. La quintaesencia del espíritu.