domingo, 5 de junio de 2022

Anoche, en el paradero de la micro, un joven se acercó a pedirme plata. Pensé que se trataba simplemente de un apuro del momento, situación en la cual yo mismo me he encontrado más de una vez, cuando he salido a carretear con lo justo y me ha faltado el sencillo. Pero no. Este joven necesitaba plata, literalmente, para pasar la noche. “¿Adónde va?”, le pregunté. “Por ahora, a ese lugar”, respondió el joven, señalando hacia unos rincones oscuros cercanos al Mercado Cardonal. “¿Allí dormirá?”, le volví a preguntar. “Esta noche, sí”, dijo, con el tono algo cansado. Según decía, lo habían finiquitado de una pega en Peñablanca y había quedado cesante. Pero eso no es todo. Además, explicó que ni siquiera tenía casa donde llegar. Le pregunté por su familia. El joven contestó que su única familia, su madre, estaba casada con un tipo al cual detesta. Entonces, para no incomodar, prefirió irse a vivir solo. Él no podía ocultar su expresión de abatimiento, pese a su aparente tranquilidad. Me dijo que tampoco tenía amigos que lo pudieran acoger. Los pocos que le quedaban en Valparaíso le habían dado la espalda, por razones que él no quiso precisar, y que solo asoció a su situación menesterosa. Le pregunté, además, por alguna “polola” o “amante” que le pudiera consolar en estas circunstancias. “Tenía, pero hace mucho tiempo”, repitió el joven. “Nadie quiere estar con un leproso”, volvió a decir, con un tono cada vez más bajo. Esas palabras quedaron sonando, en medio de la serena soledad de la noche. Fue en ese momento que le di la única luca que me sobraba y que tenía sostenida para poder pagar la micro. Se la di, como quien solidariza con un desconocido compañero de ruta. “Créeme que entiendo lo que es andar solo por la vida”, le comenté. “Pero usted tiene donde llegar. A mí no sé lo que me espere”, remató el joven, esta vez, resignado, casi como aceptando la incertidumbre de su próximo destino. No me impactó tanto su abandono como su juvenil gravedad. Siguió de largo, no sin antes indicar que le faltaba mucho por recorrer y no se refería precisamente a su vida, sino que al recorrido que haría desde Brasil a Bellavista, acogiéndose a la voluntad cada vez más arbitraria de los transeúntes porteños. Él desconocía lo que le esperaba más allá, aunque seguía andando, con toda la energía de la desesperanza. Yo, en tanto, a bordo de la micro, no podía decir lo mismo, ¿pero acaso uno sabe a ciencia cierta lo que le espera, a la vuelta de la esquina, a la bajada del paradero, en el camino de regreso a la zona de confort?

Ulysses de Joyce, un siglo

La corrección de prueba o galera es aquella que se realiza sobre un ejemplar impreso en el formato definitivo. Esto es, tras el proceso de corrección ortotipográfica y de estilo y el diseño. Se busca resolver problemas de la maqueta: líneas huérfanas y viudas, palabras mal cortadas al final de renglón, páginas en blanco, juego de fuentes, etc. En la imagen pueden ver la revisión de la prueba del Ulysses de James Joyce por su propio autor.

La novela cumple cien años.