martes, 8 de diciembre de 2020

El ex Markoa

Tras la ida al cementerio, fuimos con la familia a almorzar al restorán de Caleta El Membrillo. Mi madre recordó mientras subía las escaleras que ese lugar antiguamente era una discoteca, llamada Markoa. Y en realidad el espacio del restorán evocaba una perfecta disco ochentera. Sin embargo, ya no eran tiempos para pensar en bailar ni carretear como antes. Nos fuimos a sentar junto a mi hermana chica y la pareja de mi madre, a un asiento cercano al baño. Pedimos entonces el menú, para poder degustar la carta del lugar. Al minuto se acercó a nosotros una mesera de grandes ojos claros color celeste. Estos traslucían mucho más producto del uso de la mascarilla. Ella nos preguntó qué era lo que queríamos. Le pedimos reineta con agregado. El aperitivo en el ex Markoa corría por cuenta de la casa, y consistía en un pisco sour. De ese modo, bebimos esa delicia antes de consumir la entrada del menú. Fue en ese momento que la pareja de mi madre, observando a la mesera a sus espaldas, y luego mirándome a mí con una sonrisa, comenzó a imitar las crónicas que recopilé en mi primer libro. Se refería precisamente a la mesera de ojos claros que había mirado mientras nos atendía. Lógicamente, la mesera permanecía absorta en su trabajo, y yo en lo particular no guardaba mayor interés por ella ni por nadie, pero de pronto la pareja de mi madre comenzó a imaginar una posible crónica, en la cual yo escribía algo sobre esta mesera de mirada atractiva, pasándose rollo respecto a una romantización del encuentro, una idealización de su figura y, por supuesto, la posible concreción de una cita. En suma, me estaba tomando el pelo inventando al paso una crónica con el estilo de escritura de antaño, haciendo referencia a antiguos ligues o coqueteos con señoritas. Yo, entendiendo lo gracioso de la situación, únicamente le seguía el juego para tratar de pasar un buen momento. Mi madre y mi hermana chica, también lectoras del libro, cacharon la onda y también rieron. Habían comprendido el meta texto que la pareja de mi madre había construido al paso para parecer chistoso a costa de mis crónicas con fijación femenina. Lo cierto es que nada de esto, ni el meta texto ni el libro publicado hace un año, tenían ya nada que ver con lo que actualmente escribo, ni mucho menos con la mesera aludida en este nostálgico lugar, pero algo de eso había aún, un resabio tal vez. El lector, la pareja de mi madre, había hecho suyo el significado de mis textos y les había vuelto a dar forma en una situación que yo francamente pasé por alto. Sin querer, había “escrito” una crónica potencial, simulando mi estilo, sin serlo verdaderamente. Quedé con esa idea en la cabeza volando, a medida que bajaba el exquisito pisco sour y degustaba las exquisitas entradas. Las degustaba lentamente, al igual que mi lector, la pareja de mi madre, todavía persistente en su elucubración. Luego de una larga conversa, y habiendo terminado de comer el plato de fondo y de beber el bajativo, pedimos la cuenta de inmediato. De modo que le pedí el favor precisamente a la chica de ojos claros que nos atendió en un principio. Me levanté y la seguí para cancelar en caja. Mi madre, su pareja y mi hermana también hicieron lo suyo. En la caja, la chica me pasó rápidamente la cuenta. La cancelé con tarjeta débito al joven de la entrada, y fue así que nos despedimos del ex Markoa, satisfechos. Al bajar las escaleras de salida, la pareja de mi madre insistía nuevamente con el final de su meta texto, señalando que yo no había intentado nada con la mesera, ni saber su nombre ni pedirle el número. En un afán de ponerle punto final a la broma, le dije que ya pasó la vieja y que el libro publicado había cerrado esa etapa para siempre. Mi madre y mi hermana chica sonrieron. Entendían que era la culminación de la talla pero también que esas palabras repercutían en todos y cada uno de nosotros. Efectivamente, algo en este año se había cerrado con respecto al año anterior, y por eso lo simbólico de haber almorzado en el ex Markoa para reflexionar todo ese asunto allí, y justo después de haber visitado a mi primo al cementerio. El espíritu de los tiempos recurría allí donde abandonamos algo y lo recreamos para invocarlo en el presente, en forma de texto, o de memoria rota.