jueves, 3 de mayo de 2018

"Lo que no te mata te hace más real", frase de Javiera Suárez leída en un trabajo escrito de chicas de Enfermería del Instituto. Según colocaban, Javiera Suárez habría publicado esa frase en su twitter un jueves 29 de Marzo en el contexto de su lucha contra el cáncer. "Lo que no te mata, te hace más real", una variación bastante particular de la ya relamida "lo que no te mata te hace más fuerte" originaria de Nietzsche. Cabe precisar que de hecho la versión original de El crepúsculo de los ídolos no dice así, sino que versa: “Lo que no te mata te hiere de gravedad y te deja tan apaleado, que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece”. Por razones editoriales, por supuesto, la versión primera cambió para pasar a convertirse en la que todos conocen y reversionan a su manera en momentos de crisis o de superación personal. La nueva frase, la más popular, como se puede ver, guarda incluso un significado radicalmente distinto al pasaje de El crepúsculo de los ídolos. En este, es clave el elemento de auto engaño relacionado con el dolor y la debilidad. Se aceptaría con tal de usarlo como pretexto para fingir fortaleza, aun cuando nuestra condición sea crítica. La frase nueva sugiere, en cambio, el ser resiliente, que cualquier daño que no sea irreversible ni mortal puede conllevar potencialmente a un aprendizaje, y por consiguiente, a una fortaleza. Una concepción mucho más entusiasta, y si se quiere, más ingenua. Lo dicho por Javiera Suárez, sin conocer el trasfondo nietzscheano del asunto, resultaba, a fin de cuentas, una paráfrasis de la última versión de la frase. Y una paráfrasis que agrega un elemento intrigante: la realidad. Lo que no mata hace más real. En lugar de la fuerza, la fuerza de la vida, que, a ratos, se agota, la presencia de lo real frente a lo que no consigue matar del todo. Solo sería real -para nuestra sufriente conductora- aquello que aún no muere, aquello que prolonga su agonía y que, en medio de la enfermedad, proclama su desesperado aliento de fe y de esperanza, puesto en la salud, en la proyección de un futuro saludable, solo visible desde la convalecencia.
Vi el video de la parada en seco de Vargas Llosa a Axel Kaiser por lo menos unas tres veces. La respuesta de Vargas Llosa era predecible. No es otra cosa que la fórmula del liberal moderno. Abomina de cualquier clase de dictadura, pero defiende una suerte de democracia liberal, cortina de fondo del capitalismo renovado, luego de vivir años en el marxismo de "se jodió el Perú". Por su parte, Kaiser queda como la caricatura de una derecha pinochetista. Su réplica, si se fijan, intentaba salvar torpemente el desliz, al indicar que esa era la respuesta que él esperaba: el puro hecho de que Vargas Llosa rehusara simpatizar con la Dictadura chilena, pero cualquiera con dos dedos de frente pudo darse cuenta que esa réplica no fue sino un recurso desesperado que lo descolocó al último minuto, luego de la afirmación categórica del novelista. A una existencia de grados de dictaduras que devela, por parte de Kaiser, una inclinación hacia el modelo neoliberal en su faceta conservadora, Vargas Llosa opuso, en cambio, una negación rotunda de los viejos regímenes en pos de su ya consabida concepción liberal de la sociedad. Aquí, por lo tanto, no hubo dos polos irreconciliables, sino que una astuta diferencia de enfoques.
Terminé de ver La casa de papel. Curioso que el líder, el autor intelectual, el cerebro del atraco tenga el apelativo de profesor. Suena a palo sutil. Demuestra que al gremio docente no le queda otra que asaltar fábricas de monedas, entregar mensajitos idealistas y enseñar a la sociedad cuánto nos está cagando el sistema (para de paso irse forrado y convertir a la policía en una manga de inoperantes).
Todos hablan de la ruptura del corazón en términos simbólicos, como la enfermedad de los sensibles, la ruptura del corazón a causa del mal del desamor, pero pocos hablan de ese pequeño tánatos silencioso del organismo: el hígado, que muchos y muchas, merced a los placeres del exceso, descuidan e incluso olvidan por completo en su pose bohemia a boca de jarro. El hígado, el auténtico órgano de la herida literaria, en lugar del ya viejo corazón. Sin ir más lejos, la frase de Parra sobre Bolaño: "Aún le debemos un hígado". El detective salvaje habría muerto de un fallo hepático, precisamente en espera de un transplante que nunca ocurrió, y pospuso la que sería su novela total, 2666, en una edición dividida por cinco libros que nunca fue tal. El hígado como el órgano que resiente una vida licenciosa, pero a la vez como la materia que en su ausencia o corrosión interna conduce derecho a la muerte. Así lo puede atestiguar ahora el propio Álvaro Henríquez, postrado en el hospital luego de una cirugía que lo mantiene aún en vilo, producto de la cirrosis irremediable. Entonces ¿Quién se dignará a escribir o a cantar alguna vez en nombre del pobre hígado, la más resiliente de las entrañas, secreto doloroso de poetitas y hedonistas?, claro está, después del maltrecho corazón, y del sobrevalorado cerebro, casi siempre en cuarentena.