lunes, 3 de julio de 2023

"Cuando Oppenheimer presenció la bola de fuego en la prueba Trinity, previamente a que la bomba fuera utilizada en Japón, se dio cuenta de que el mundo no sería igual. Según comentó en una entrevista tiempo después, de entre los testigos de dicho acontecimiento, algunos rieron, otros lloraron y la mayoría guardaron silencio, Pero él pensó inmediatamente en un verso de la Bhagavad Gita: "Ahora soy la muerte, la destructora de mundos".

Si bien esta anécdota es cierta, la cita de Oppenheimer del texto hindú es imprecisa. El fragmento más cercano que se puede identificar al respecto dice: "el tiempo destructor de mundos", lo cual es dicho por Krishna a Arjuna mientras le muestra su forma tremenda de múltiples brazos, devorando mundos con el resplandor de miles de soles."

Dos visiones sobre el conflicto francés: Atenea y Sumisión.

El año pasado Netflix estrenó la película Atenea (2022) de Romain Gavras, en la que se plantea un escenario de conflicto social en los suburbios franceses. Todo comenzó con la muerte de Idir, un chico de trece años que murió en un altercado con la policía. Sus hermanos son los que se ven enfrentados al sistema, de diferentes formas. Abdel, un soldado francés, confiaba en que la justicia castigaría a los responsables. Mientras tanto, Karim, no estaba dispuesto a esperar y, con un arrojo de rebeldía, se levantó contra las autoridades mediante una revuelta. Moktar, el hermanastro delincuente, por su parte, no estaba demasiado interesado en la causa, pero, a raíz de sus contactos con el narco, tenía el suficiente arsenal como para poder iniciar una guerra civil.
Al parecer, Netflix goza de programación predictiva o ha sabido sacar réditos de su capacidad para leer la realidad observable, porque lo que sucede hoy en Francia tiene un paralelismo con Atenea, aunque las circunstancias son distintas. En este caso, se trata de un adolescente llamado Nahel, quien habría muerto abatido por la policía tras saltarse un control de tráfico, según consta en los antecedentes de la investigación. Tras este hecho aún no acreditado, se usó a Nahel como mártir para las protestas y revueltas que ocurrirían de un tiempo a esta parte. El caso de George Floyd es paradigmático en este sentido. Recordemos que también las protestas con motivo racial del 2020 ocurrieron a partir de una muerte sucedida bajo extrañas circunstancias y con la policía en calidad de presunta culpable. Ahora bien, el caso Nahel ha propiciado disturbios con motivos de otro tenor, mucho más enfocados en el problema inmigratorio, el pasado colonizador, la antigua masacre de argelinos y la cuestión islamista.
Ante este panorama, se han desatado fuerzas políticas en abierta confrontación. Están los grupos de anarquistas que han llamado al enfrentamiento en las calles (en un símil evidente con Chile); están también los grupos de islamistas que han desafiado abiertamente al gobierno de Macron, incluso con el deseo de querer convertir a Francia en un “país islámico”, mediante una crítica férrea a la decadencia moral y espiritual de Occidente; y, como respuesta a los islamistas, aparecieron algunos grupos soberanistas de corte nacionalista a defender la soberanía del país galo, frente a lo que llaman un “ataque del globalismo”, otra “primavera árabe” implantada para dividir a la nación y empujar el conflicto hacia un determinado estado de cosas, muy conveniente en un contexto bélico a nivel mundial.
Francia se resiente. Europa se resiente. La crisis civilizatoria se agudiza. Cuando un amigo me contó lo que estaba ocurriendo en Francia, inmediatamente le cité a Michel Houellebecq y pensé en su visión pesimista sobre Occidente, su visión lúcida al punto de la náusea y la zozobra. Houellebecq ha sido, a mi juicio, uno de los escritores que ha versado con mayor agudeza y audacia sobre esta cuestión. En su novela Sumisión (2015) retrata a una Francia distópica de finales del 2022. En ese universo, un tal Mohammed Ben Abbes, líder de la coalición islamista moderada, derrotó a la candidata del Frente Nacional y se hizo con el poder. Entonces, François, un profesor universitario hastiado de su vida monótona, se transforma en el testigo privilegiado de la transformación de la sociedad francesa: los judíos emigraron a Israel, muchos comercios locales han quebrado, las mujeres cambiaron las faldas por los pantalones y la Soborna se volvió una universidad islámica. Frente a esto, François renuncia a su consciencia y se convierte a la nueva religión oficial de Francia, con tal de vivir una nueva vida ahora bajo el signo de Mahoma y la obediencia al único Dios Alá.
La novela Sumisión se lanzó el mismo día del atentado contra Charlie Hebdo. Por la ficción política desplegada, Houellebecq fue acusado de “islamofobia” o de “hacerle el juego a la derecha”, típica acusación de quienes tienen la mirada obtusa y no logran comprender el fenómeno a nivel global. En su defensa, Houellebec afirmó: «No tomo partido, no defiendo ningún régimen. Deniego toda responsabilidad. He acelerado la historia, pero no puedo decir que sea una provocación, porque no digo cosas que considere falsas sólo para poner nerviosos a los demás.» En efecto, solo la historia “puede absolver” a Houellebecq de las imputaciones recibidas por la corrección política. En cambio, su literatura se ha encargado de denunciar la realidad y de representar la crisis occidental al punto del paroxismo.
Francia lleva en sí el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, pero con ello, carga también el excedente de la Revolución: “Violencia, Caos y División”. La película Atenea es un llamado entusiasta y un grito comprometido, muy bien diseñado. Sin embargo, la novela Sumisión es su contraparte: un diagnóstico ácido y sin solución de la ficción política. Ambas miradas cuajan sobre la realidad. “La élite está asesinando a Francia”, había dicho Houellebeq, el año 2015. Hoy, en el Elíseo, subyace la amenaza del poder global, nuevamente.