martes, 12 de diciembre de 2017

Richard Dawkins en su Gen egoísta adoptó el término "meme" para referirse a una unidad teórica de información cultural que sería transmitible genéticamente, de mente en mente, o bien, de generación en generación. Meme vendría de una semejanza fonética entre gene y memoria. La memética, en resumen, sería el estudio de la evolución cultural a través de sus unidades mínimas. El meme de Internet que todos conocemos, con toda su jocosidad y crítica solapada, sería así un préstamo del concepto de Dawkins, un "secuestro de la idea original" pero aplicado a la red social. Siguiendo esa idea, la evolución completa de la cultura humana, de acuerdo a la teoría memética, podría llegar a ser explicada solo analizando sus memes y sus interrelaciones.
Me confesaba un amigo que trabaja en Huasco, vía inbox, que estaban preocupados por él porque estaba solo y se demostraba medio misántropo. Le decían los compadres de la pega que no se quedara encerrado, que conociera a alguien con quien compartir los tiempos muertos, que lo intentara y que no tuviera miedo, en una suerte de patética charla motivacional. Él decía solo escucharlos con indiferencia, y algo de estoicismo, pero por dentro igual se tomaba en serio su condición solitaria, (de lo contrario no se hubiera molestado en comentarlo) más aún en un lugar tan alejado, en el que la rutina y el contexto casi exigen seguir la rueda de la obligación, bajo unos parajes desoladores, marcados por la vida rudimentaria y el sedimento de la industria. Insiste, sin embargo, en que la pega no es mala, pero se sacrifica mucho en el proceso, la vida social, el esparcimiento, en un lugar que le evoca el sentimiento de extranjería constantemente. Repite que sus colegas lo hueveaban con hacer una campaña para encontrarle una compañía para las noches y los ratos de ocio, pero aún así confiesa que ya, a sus 30 años, se ha convencido de la soledad. Decía que hasta el auto placer le resultaba algo culpable, como si tras cada acabada estuviera restándose a sí mismo, intuyendo el dedo acusador del mandato social. Que lo que le pasaba resultaba algo inexpugnable, no sin cierta resignación, pero, a pesar de resignarse y aceptarlo, continúa en la pugna, aludiendo a que la sensación de destierro debe ser parecida incluso a la de los exonerados políticos de la época de Pinocho. Hay algo en eso que tiene mucho de exageración, de pesimismo deliberado, pero también de realidad. El dilema profundo entre estar afuera y pertenecer a otra parte. Se llega a cierto punto en que no se sabe si esa soledad fue elegida o fue producto de una suma y resta de circunstancias. ¿Cómo acaso saberlo sin caer en una interpretación arbitraria? Le comentaba que al menos que no tuviera una familia o algo consolidado por esos lares estaba cagao, no podría soliviantar su estado de marginación, como lo exige nuestro querido orden de cosas, para todo proyecto de vida moderno: una casa, una linda pareja, una visión, aunque sea vaga, de futuro. Entre tanto, sosiega día a día la paradójica libertad de la soltería bajo la estricta ley del hedonismo, con alcohol, meretrices y reflexión, en esas noches que deben asemejarse a las noches infinitas y soterradas de alguna carátula de doom metal o algún pasaje de Pedro Páramo, con cerros de carbón y chimeneas humeantes de fondo, mirando hacia el negro horizonte.
Es raro, pero siempre que se recuerda algún pasaje de sueño debe contar con un mínimo de caracteres para poder ser escrito y convertido en anécdota. Eso sería solo para el 1% de los casos. El otro 99% quedaría en la bruma del inconsciente. Lo mismo pasaría con la memoria. Una pura construcción literaria. Y ¿qué sueño o qué recuerdo no la es?