sábado, 12 de junio de 2021

Llevé las guías al colegio el día jueves, a pesar de la prohibición expresa de la UTP. Nunca consideré que las guías fueran realmente un vehículo de contagio del bicho. ¿Habrá tenido la UTP algún respaldo científico o fue una pura tincada, un miedo ante los posibles reclamos de apoderados? Lo más seguro es que fuera esto último. Como sea, imprimí las guías. El día que me tocó con Segundo Medio las saqué, de forma temeraria, a vista y paciencia de un colega que por allí pasaba. Los chicos en la sala las recibieron sin mayor problema. Su actitud fue de lo más distendida. Ninguno de ellos siquiera hizo un gesto de recelo ante las hojas fotocopiadas sobre la mesa.

Cuando les mencioné lo que me había dicho la UTP, los chicos siguieron con su guía en las manos. No hubo una reacción inmediata, aunque una de las alumnas se ajustó la mascarilla como acto reflejo. Otro chico pasó la mano levemente por encima de las hojas, como queriendo limpiarlas. Efecto en cadena. No lo podía asumir, pero el solo hecho de enunciar la posibilidad de la existencia del bicho sobre las guías, pese a decirla en tono broma, agregando que no las había sanitizado, sembró de a poco la duda entre el alumnado. ¿Estaba o no estaba el bicho en las guías? ¿O solo estaba en la mente de ellos, a raíz de su peligrosidad semántica? Nadie podía saberlo, tampoco su profesor, por el solo hecho de que estábamos ante un enemigo invisible, creado por nuestra sugestión en el terreno pedagógico.

Al rato, llegó el colega de la mañana a interrumpir la clase, diciendo que la UTP me buscaba. Era cosa de tiempo para que ella se enterara sobre la cuestión. Entonces bajé hasta su oficina. A medio camino, nos topamos en el patio. Descubrió que había traído las guías a la mala. Me pidió encarecidamente que no lo hiciera, porque ese material podía ser transmisor, y sería ella quien respondiera ante un eventual contagio. Le pregunté que cómo era eso posible. Si tenía evidencias sobre lo que decía, que confirmaran la probabilidad de que el bicho estuviese en mis guías. Nada. Solo sus dichos. Su conjetura temerosa. Su paranoia respecto a mi material. Su precaución altamente sugestiva y paranoica. De modo que, para evitar problemas, opté por seguirle la corriente. Aun así, seguía pareciéndome ridículo.

Volví con los chicos. Les conté que me habían llamado la atención por las guías. “¿Entonces las guardamos, profe? ¿Qué hacemos?”, preguntó una alumna. “Úsenlas igual, pero para la siguiente clase usaremos otro medio”, le respondí. “Que le dan color”, agregó otra alumna, conversando con su amiga y pasando la mano tranquilamente sobre las hojas. Así, tocó desarrollar la clase con las guías y con el computador para tratar de conectar con los estudiantes en línea, en una suerte de desdoblamiento digital, a la vez que los chicos procuraban no manipular demasiado las guías, no fuera a ser que el bicho comenzara a emanar del desarrollo de sus respuestas. Terminada la clase, la alumna del principio me volvió a preguntar qué hacemos con las guías. Le respondí que me las devolvieran, que era más seguro de esa forma. Les presté unas toallitas húmedas que me habían pasado en portería para humedecerse las manos. Entonces, se despidieron y salieron de la sala. Mientras tanto, cerraba sesión para los chicos del otro lado de la pantalla, quienes lo escucharon todo, aunque sin audio ni cámara prendida, absortos en su ausencia presente.

Al salir, me dejó pensando el miedo de la UTP a las guías. Siempre lo supe inconsistente. Pero estaba dispuesto a cumplir su requerimiento, con tal de evitar algún desaguisado. Mal que mal, me tenían a prueba. Cuando me dirigía a tomar el metro de vuelta, me llamó la UTP. ¿Cuál era la razón ahora? ¿Volver a llamarme la atención sobre las guías? Fue lo primero en lo que pensé. Sin embargo, lo hizo para informarme que declinaba su decisión respecto del material físico. Que le enviara igual las guías al correo, por supuesto, manteniendo las “estrictas medidas”. Todo concluyó en una determinación tomada por la directora, sobre el correcto uso de herramientas didácticas en contexto covid. La UTP pidió que la disculpara. Le dije que no había problema. Que todo lo hacían por el bien de la comunidad. Que cualquier error en la metodología se perdonaba por ese sacro fin. Volví a casa, preparado, mentalizado en el material de la próxima semana, en el próximo contrabando de bichos sugestivos. Lo único verdaderamente contagioso, fue, al parecer, la pérdida de la razón. Y la insalvable pérdida de tiempo.
Luis Rey, en facebook: "Vivimos en una dictadura posmoderna: lo decisivo es controlar el relato, los hechos no son relevantes para la acción política".