domingo, 27 de marzo de 2016

Buscamos significación incluso en un huevo de chocolate. Todo vale, desde la más apremiante lógica hasta la más disparatada imaginación, con tal de hacer reír el espíritu. Se busca que nuestro sentido se vuelva importante, que nos impulse a seguir viviendo. En el fondo deseamos que nuestros actos mueran para algún día revivir y dejar su envoltura temporal. Darle su toque trascendente. Pero siempre se sigue aquí, aferrado a la costumbre y al sueño. Esa es la ley del espíritu.

Nazareth Mesías

En la nivelación de lenguaje para Gastronomía hay una chica llamada Nazareth Mesías. Me decía que no era necesario que le recalcara la evidente cristiandad de su nombre, que ya ha tenido suficiente bullying con el hecho de ser nombrada así, y más encima, con la casual coincidencia entre las últimas clases y la semana santa. Tiene el carácter simpático. Para nada santurrona ni mojigata. De perfil humilde, pero de gusto extravagante. Adora lo que ella llama el k-pop, música bailable coreana. Decía que prefiere bailar pasos de hombre, porque la coreografía femenina se le hace demasiado sexy, y ella no está para eso. Le pregunté sobre anime, para buscar algún punto en común. Dijo que le gustan algunos, fundamentalmente películas, porque las series le aburren. En las clases, demostraba no gustarle demasiado la lectura. Solo lo que tenga relación con la cocina. Acusó falta de concentración y problemas de visión. Esa mezcla variopinta de honestidad, humildad y extravagancia la hacen única. Ella no lo sabe. Intuyó cierto interés por la batería de preguntas y el acercamiento extra curricular. Me preguntaba de dónde vengo. Valparaíso. No le gusta por lo turbio y por lo sucio. Para uno, nada extraño sobre la ciudad. Ella, en cambio, viene de Limache. El mal llamado Interior. Le recalqué que las veces que he ido a hacer clases por esos lados se respiraba una paz indescriptible. Una cierta tranquilidad bucólica. A ella le parecía más bien aburrido, pero le gustaba porque allá tiene a su familia y a sus amigos. Me preguntó dónde estudié. Le dije que en la católica. Luego recalcaba que el nombre Gabriel suena a arcángel, demasiado religioso. Junto con el de Salvador, una rara mezcla entre católico y socialista. Se ríe. Tiene gracia. Le decía que al menos coincidíamos en lo religioso. Entonces me dijo que ahora sí podrá hacerme bullying. Vuelve a reír. Finalmente, se despidió y se fue. De una forma u otra, no había nada que me determinara a llamarla de esa manera. Eso no significó nada en absoluto. Los nombres, pienso, son nada más que una invención antojadiza de nuestros padres, un capricho suyo, con el cual nos bendicen o maldicen, sin quererlo. La chica Nazareth no estaba obligada a la connotación mesiánica de su nombre, así como tampoco uno no está obligado a cumplir con la carga semántica del suyo. Hay allí motivo suficiente para marcarte de por vida. Y para imaginar un destino rimbombante. O uno funesto. Sin embargo, por insignificante que resulte, nuestros nombres sí hicieron una diferencia.