miércoles, 18 de octubre de 2017

Guilliermanía

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Guilliermanía en Plaza Victoria. Cualquiera de afuera creería que se trata del concierto de alguna banda de pop comercial, pero no, se trata solo de pirotecnia eleccionaria.


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En el insomnia, teatro condell, estaban dando Los idiotas de Lars Von Trier. Justo a un costado, mientras se proyectaba la película, el show por la candidatura de Guillier. "No acallarán la democracia", comentaba un compadre, a modo de talla, dentro del cine.

Colegio Esperanza

Fui a dejar curriculum en el Colegio Esperanza, Quilpué. Pensaba en un principio que había extraviado la dirección. Una falta de fe latente, sumada a un estupor primaveral. El Colegio se hallaba finalmente cerca de lo que parecía una institución adventista. En la entrada al colegio no había nadie, excepto una pila de cabros saliendo extáticos, enfervorecidos ante el sol que pegaba fuerte luego del encierro. Cerca de la reja de entrada había un timbre. Justo al presionarlo, salía el portero rápidamente, extrañado ante lo que a todas luces era una visita tardía. Preguntaba qué era lo que buscaba. "Trabajo", me dije a mí mismo. Sin embargo, solo se le pasó el curriculum. Explicó que no estaban las secretarias, que él luego se las entregaría, una vez terminaran su dilatada hora de colación. "Bien, eso sería todo", le dije, pero el portero, antes de volver a su estrecha sala de vigilancia, había notado seguramente la aridez del encuentro, en el mero traspaso de un papel sin otra garantía que su escritura. Entonces soltó antes de irse: "No le prometo nada. Estamos copados, pero tiene que tener fe. En una de esas alguien sale": Su réplica era doblemente vinculante. Por un lado, no prometía nada pero por otra procuraba que el postulante no comiera ansias. Su cara de chiste lo delataba. No pude tampoco evitarla. El portero lo notó, y agregó al instante: "Y si no pasa nada, habrá que aserruchar el piso". Reía solo mientras un par de apoderados se le acercaban preguntándole algo. A lo lejos del colegio, una despedida protocolar, pero a la vez socarrona. La entrega del curriculum, en su realidad burocrática, apostaba a ese doble vínculo: la falta de expectativa y, a su vez, la irónica necesidad de la creencia. No había que perder la Esperanza, pero también había que estar dispuesto a aserruchar el cielo.