miércoles, 3 de noviembre de 2021

Fragmento de un intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, entremezclada ficcionalmente con contingencia y otras yerbas:

¿Quién hubiera pensado que, después de tanto camino recorrido, todo a nuestro alrededor se derrumbaría? Alguna clase de pecado secreto estábamos pagando, seguramente, sin que nos diéramos cuenta, o algo muy oscuro nos tenía reservado el mundo, el universo. Era el fin de un ciclo que escapaba a nuestra comprensión racional. Quería evitar a toda costa que ocurriera, demasiado temeroso del resultado. El caos, su brutal dinamismo, no podía ser tan cruel. El amor tenía que tener reservado, para nosotros, caminos menos pedregosos, senderos más luminosos, zonas menos infectas de violencia y negatividad y más pobladas de ternura, certeza y determinación. Por eso, le tomé el rostro, le di un beso y salimos raudos rumbo al antro de siempre, tal vez por última vez, para consagrar la noche y quizá, por qué no, borrarnos. Era necesario volver a brindar, pero de a deveras, por los tiempos de tranquilidad y satisfacción, aunque supiésemos que no durarían lo suficiente. Por eso mismo, por la fragilidad de la vida, había que seguir bebiendo, sin parar, hasta que el ocaso nos golpeara en la cara, nos cubriera con su manto arrollador y nos volviera unos monstruos el uno para el otro.