lunes, 4 de febrero de 2019

Locura por el pozo del loto de hoy domingo. El más alto en la historia de Chile, dice la periodista de Chv. Pregunta a la gente de la Vega en la fila qué haría con el premio mayor. Gente humilde. Gente que lo necesita pero no sabe muy bien para qué. La mayoría no sabe qué haría con tanta plata. Sus respuestas rondan en lo genérico. Ayudaría a mi familia, viajaría, compraría una casa, no trabajaría. Puros verbos hipotéticos. Si yo estuviese en la fila, tampoco sabría responder bien, razón por la que no voy a comprar el loto, o tal vez, razón por la que simplemente no me atrevo. Al negocio de la esquina entraba un caballero a pedir boleto. Serio como él solo. La señora que atendía le asintió con alegría, en el momento que la tele seguía con la transmisión de la Vega. Una serena expectación se dibujaba en la cara del caballero al buscar algún condenado apoyo donde poder adivinar su suerte. Supongo que lo que mueve a esa gente en la fila tanto como al caballero del negocio es un impulso de necesidad y de ambición revestido de remota esperanza. Me autoengaño, se autoengañan dilucidando qué harían exactamente con la plata. Imaginan escenarios. Idealizan una posibilidad improbable. En pocas ocasiones, maquinan un plan de acción. Esa improvisación, ese desconocimiento es el que mueve a los participantes a dejar su suerte al azar. "El sueño de todos los chilenos" penderá del hilo de la digitación azarosa. El rostro ansioso de todos indica que no saben muy bien lo que quieren pero lo quieren ya. La plata hablará por ellos. La plata hablará por su vida. El azar, cual santo patrono de los sueños, bendecirá o maldecirá su futuro.