jueves, 21 de noviembre de 2024

El laberinto del minotauro, revisitado

Ha muerto o aún vive el minotauro. ¿Qué diría su madre de su existencia? ¿Dónde está ahora? ¿En el laberinto de paredes de concreto? ¿En el fondo del océano? ¿En alguna selva impenetrable? ¿O tal vez en el único lugar posible: el rincón fantasioso de nuestras mentes, ese laberinto de mitos, deseos y arrepentimientos? Los verdaderos laberintos no tienen por qué necesariamente tener paredes, porque el laberinto más escabroso carece de esquinas y de horizontes. Es similar a la mente, caja negra de resonancias.

Entremos en terreno. Analógicamente, el minotauro no puede existir en un mundo de certezas construido desde el conocimiento racional. Se trata de un ser mitológico, como algunos dioses o fantasmas culturales. Teseo lo mató, según los relatos, varios siglos antes de Cristo. Es preciso desmontar los mitos y reconstruirlos desde su cosmogonía, la que busca una respuesta a un elemento de la vida o a toda ella. El mito del minotauro es la explicación de la epistemología, el conocimiento, el saber conceptual humano. El minotauro representa las ideas o los conceptos errados, las fantasías que solo pertenecen a las fantasías, ficciones sobre ficciones, emanaciones del laberinto o sus prolongaciones.

El laberinto se construye como lugar sin salida, sin conocimiento del lugar y, por ende, es la casa del prejuicio y de los miedos. Teseo mató al minotauro, no con una espada, sino con la comprensión de que no existe. Entró al laberinto con un metro que, a semejanza del hilo de Ariadna, mide el conocimiento y la iluminación de sus zonas oscuras. El metro es un elemento convencional, un objeto aceptado como supuesto para nuestras certezas humanas. El hilo, por su parte, sería un error, porque sirve para salir por la misma entrada, una trampa, porque todo laberinto tiene una entrada y una salida. Se crea así una paradoja insalvable, un camino imposible, solo transitable mediante la contradicción.

Teseo entró al laberinto y con su metro midió las paredes, distanció, generó patrones y el laberinto se esfumó al ser comprendido, conocido, naturalizado, con lo cual el minotauro se esfumó, a su vez, como un mito mental en el que nos apoyamos y del cual nos cuesta desprendernos. Un buen ejemplo de esta psicología del laberinto sería dejarnos engatusar por las expectativas sociales de los otros. Valor ficticio, sin otra respuesta que su vaciedad. Un mito que tiene plena validez como realidad, un minotauro cualquiera ensimismado en su intricada forma, tal vez a la espera de la próxima ejecución.

Según la versión clásica del mito, la ciudad de Atenas debía dar un tributo a Creta, un tributo de siete hombres vírgenes y siete mujeres vírgenes en sacrificio para alimentar al minotauro. Teseo, hijo del rey Egeo, se ofreció a sumarse al tributo, lo que le permitió enfrentarse a la bestia. Victorioso, había logrado aniquilarla, sin embargo, olvidó avisarle a su padre, cometiendo el error de no reemplazar las velas negras con las velas blancas. Debido a esto, el rey pensó que su hijo había muerto en manos del minotauro y se quitó la vida. 

Una victoria y una sucesión trágica. Teseo asumió el nuevo reinado y liberó a Atenas del tibuto a Minos. La liberación heroica y mitológica puede ser perfectamente comparable a la liberación de aquello que ata nuestras mentes, que nos hunde en nuestro esquema laberíntico. Ahora, toda liberación exige siempre un sacrificio, un ardid y un desafío. Hay que estar dispuestos a cruzar esos pasadizos secretos, con el espíritu necesario para mirar de frente a la sombra y lograr la sublimación de aquello que estaba encerrado, aquello confuso que deseaba secretamente la estocada y la luz. 

Así mismo, nuestra gloria personal puede surgir de la liberación de los mitos de nuestra mente, amenazada por las variables de un mundo, en exceso, pragmático. Cada quien, de acuerdo a las circunstancias vitales que lo envuelven, y bajo el devenir de su época, puede proyectarse en Teseo y tener la valentía suficiente para no dar su existencia misma en tributo a los egregores del sistema y liquidar a los monstruos que lo habitan, las formas espectrales del control de la consciencia.