viernes, 21 de junio de 2024

Penumbra de provincia III: Tras la fuga de la luz

I

Se detuvo ante un mural desgastado por la humedad. Lo miró fijamente. Creyó reconocer en el mural el símbolo que solían repetir sus viejos camaradas de lucha. Se alcanzaba a distinguir una A con un fondo muy opaco. Era tal vez la señal de un tiempo perdido. Alguien intentaba decirle algo. Los muertos de intentonas fracasadas le hablaban a su mente, y le impelían retomar el viejo rumbo. Bastó el recuerdo del ruido pretérito, el descalabro de su vida pasada en el puerto, para callar esas voces inquisidoras y continuar con su camino a través de la acera menos concurrida de la Avenida.

II

Una narrativa se dejaba escribir en su interior, pese a todo. La rehuía con la premura que tenía al avanzar hacia donde tenía que ir. Ella le había dicho que la reunión era en un lugar llamado “Libertad”, un barucho antiquísimo, imbatible a la erosión del tiempo, que se encontraba próximo a una vieja Iglesia.

—¿Qué era lo que trataban de decirme? —se preguntó Ángel. Su voz se perdía con el susurro del viento que soplaba desde el mar. ¿Su mente le estaba jugando una mala pasada, era su soledad hablándole o realmente aquellas voces extrañas no dejaban de acosarle? Ángel siguió a paso firme, sin perder el rumbo. El tiempo apremiaba, porque ya se hacía notar la oscuridad.

III

Las sombras que se le aparecían en el trayecto le recordaban aquellos años, capas de historias revueltas, conspirando unas con otras, peñascazos a la memoria. No quería recordar, pero su memoria parecía conspirar contra él. Apuró el paso con tal de espantar la voz arrolladora de su consciencia.

Hubo desorden, conflicto, agitación en otra dimensión de aquella ciudad. Ángel recordó las noches paranoicas en las que las sombras se cernían sobre él. No sabía si se trataba de antiguos agentes policiacos echados a la calle o desconocidos mercenarios en patota y en actitud matonesca. Había pasado mucho tiempo. No podía hacer la distinción. La historia que le habían contado era tan ilegible como el ojo sangriento que se dibujaba en el cielo, caído el último domingo antes del último siniestro, previo al asalto al palacio de Gobierno.

IV

A medida que recorría el centro, descubrió rincones ocultos, locales que ya no lucían su histórico esplendor, espacios negados ante su presencia. Todo lo bañaba un ánimo enrarecido. Parecía algo cotidiano, pero logró adivinarlo en el rostro de algunos transeúntes que se le cruzaron.

El crimen organizado había operado como hilo invisible en esas latitudes. Había dejado su marca tras la Gran Asonada. Tejía la trama de una narrativa confabuladora, tras el asalto a las instituciones. Nunca intuyó Ángel que la narrativa atravesaría la historia y lo alcanzaría a él, heredero de un tiempo maldito cristalizado en su imaginario.

V

Miranda lo esperaba ansiosa, mientras se fumaba un cigarro y tomaba una copa de vino. No había mucha gente en el “Libertad”. Ángel se sentó rápidamente frente suyo:

—Miranda, ¿hasta cuándo seguirá esto? No se puede. Ya no hay nada aquí para nosotros. Ven conmigo-, le dijo Ángel, insistente en su propuesta. Sabía que algo a su alrededor lo conminaba a quedarse, un secreto terrible, un relato enterrado, el de la conspiración política, el de aquellos poetas fatales, pero sentía que eran fantasmas de un cuento que no le pertenecía.

Ella lo miró con ojos que reflejaban una mezcla de dolor y ansiedad. Comprendía las palabras de Ángel, pero el miedo a enfrentar la verdad la mantenía atrapada:

—Ángel, somos como dos barcos que se cruzan en la oscuridad del océano, destinados a separarse en algún momento. ¿Y si nos hundimos juntos en lo profundo? Hay cuestiones aquí que debemos resolver, y lo sabes-, contestó Miranda, decidida a seguir con aquella búsqueda, aquella respuesta a la incógnita que se había instalado en sus vidas, y que los interpelaba cual reflejo de un espejo quebrado en su trama.

—¿Acaso esas sombras son cómplices de algo que nos ocultan? —se preguntó Ángel, mientras seguía con el cuestionamiento. -¿Qué hicimos en el pasado para estar involucrados?-, volvió a preguntarse, cada vez más dubitativo.

La congoja de Miranda crecía. Aunque no podía evitar sentir un placer por la intriga. Estaba segura que Ángel le ocultaba algo, y ese algo tenía relación con las voces misteriosas que impregnaban la ciudad, y le revelaban, en clave, los secretos de su reciente anomia.

Cada callejón, cada edificio en ruinas, susurraba fragmentos de una verdad elusiva. Las sombras no solo yacían en la superficie; se infiltraban en los cimientos de la ciudad, ocultando conexiones inesperadas y tejidos de influencia que se extendían como tentáculos invisibles de un poder insospechado.

VI

Miranda siguió su camino y se perdió entre la neblina de la Avenida. Ángel, en su búsqueda de respuestas, recorrió cabizbajo el mismo camino que lo llevó fuera del bar Libertad. Parecía el sarcasmo de un tiempo en el que corrían los brebajes de la vida, las risotadas etílicas, los dionisiacos romances y las inspiradas digresiones de unos parroquianos convertidos en espectros de un espacio tiempo suspendido en la memoria torturada de Ángel.

De pronto, se encontró atrapado en las inmediaciones de una acera muy ancha, próxima a la esquina de un lugar conocido como La Intendencia. Su cabeza se agitaba producto de la sugestión y del trago que había bebido. Pidió en el carrito solitario de la esquina un café para componer su estado. Tan pronto miró hacia la calle contigua, una luz radiante envolvió el lugar, seguida de un sonido irreproducible. Nadie advirtió su origen. Duró unos cuantos segundos que parecían la alarma del comienzo de un toque de queda.

Recordó de pronto a Miranda. Volteó a ver el camino que había desandado, y vio reflejada en el asfalto la forma de una silueta humana. ¿De quién se trataba? En su interior, pudo visualizar, nuevamente, a aquella pareja de poetas misteriosos, persiguiéndose con saña, enfrentándose, a vista y paciencia de los ciudadanos errantes. Visualizó también la aparición de cañonazos y furiosos pasos de una turba sin rostro. En ese momento, Ángel comprendió que el símbolo del mural le pertenecía, que era parte de su historia más ingrata.