sábado, 4 de enero de 2025

El mítico Hospital Alemán de Valparaíso, hospital en el que nací, curiosamente, el mismo hospital en el que fue internado el poeta Carlos Pezoa Véliz, tras quedar con sus piernas destrozadas por el terremoto de 1906, y el mismo en el que escribió su ya legendario poema "Tarde en el hospital", cuya primera versión apareció con el título “Tarde en el Hospital Alemán” en la revista Sucesos de Valparaíso, un 29 de agosto de 1907.

Técnicamente no existe -para mí- tema oscuro, misterioso o bizarro que no sea susceptible de ser abordado de manera literaria. En la literatura está contenido el misterio mismo de la realidad, aunque sea en potencia. Como señaló Terence McKenna: “La naturaleza sintáctica de la realidad, el verdadero secreto de la magia, es que el mundo está hecho de palabras. Y si conoces las palabras de las que está hecho el mundo, puedes hacer de él lo que quieras”.

El misterio detrás de Luigi Mangione, ¿el nuevo Unabomber?

Se ha dicho que tras el presunto asesinato del CEO del United Health Care, Brian Thompson, a manos de Luigi Mangione, hay “gato encerrado”, que nada es realmente como lo pintan los medios. El sorpresivo atentado, cuyos antecedentes son aún materia de investigación, ha dividido a la población en dos bandos, en apariencia, irreconciliables: los que elevan a Mangione a la categoría de “héroe” por haber visibilizado el injusto sistema de salud pública en Estados Unidos, arremetiendo contra uno de sus responsables; y los que consideran a Mangione un “criminal” y un “terrorista” que mató a sangre fría a un “pez gordo” de la salud, sin mediar provocación ni posibilidad alguna de defensa ni proceso.

Bajo esta lógica divisoria, -muy conveniente, por cierto- han salido a la luz cuestiones que vuelven el caso algo más complejo y escabroso. La narrativa inicial es que se trata de buenos y malos, de defensores de los desposeídos por un sistema cruel, contra los defensores de las corporaciones amparados por el aparato institucional y el poder financiero. Algo así como la vieja dialéctica marxista, o como la relamida disputa izquierda-derecha que pierde cada vez más sentido y apego a la realidad, conforme se avanza en la búsqueda de la verdad. Sin embargo, lo que no se tiene en cuenta son los entrecejos y vericuetos, las pugnas de poder, las redes de influencia y las tensiones de cada uno de los actores involucrados en el caso.

El mártir homicida Luigi Mangione, por ejemplo, no era precisamente un “lobo solitario”, tampoco un luchador social, ni mucho menos un desposeído, comparable al Guasón de la película de Todd Philips, sino que más bien era todo lo contrario: era el nieto de Nick Mangione, un exitoso y acaudalado empresario que amasó su fortuna gracias a los bienes raíces, propietario de redes de salud, estaciones de radio y clubes de campo, lo que se conoce, de acuerdo a la jerga norteamericana, como un “self made man”, un emprendedor filantrópico, un “modelo a seguir”.

Hay quienes sostienen el posible vínculo entre Nick Mangione y la familia de la ex presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, esta última, una fuerte representante del Partido Demócrata. Nick Mangione habría conocido al difunto hermano de Nancy, Thomas J. D’Alessandro III, ex alcalde de Baltimore. En dicha ciudad, habría creado una fundación que luego donó al Greater Baltimore Medical Center y a muchos otros hospitales y centros de atención médica. La sola conexión entre ambas familias, Mangione y Pelosi, resulta una variable poderosa que sirve para comprender el trasfondo de los hechos.

Paul Pelosi, el esposo de Nancy, por su parte, estaba siendo investigado por una posible inversión millonaria en Palo Alto Networks, empresa de ciberseguridad, realizada justo en el mismo día que se produjo un hackeo masivo a United Health Care. Para efectos de la investigación, el CEO Brian Thompson habría sido llamado a testificar ante el Departamento de Justicia respecto de estas acusaciones de tráfico de información privilegiada. Es en este contexto que el hackeo parece una maniobra calculada para beneficiar a quienes manejan dicha información, y si vamos más allá, hasta el atentado a Thompson también parece un montaje criminal para acallar a un testigo clave. 

De acuerdo a esta interpretación, el caso se vuelve mucho más turbio, y lo que se pintaba como un puro despliegue de “rabia contra la máquina” (siguiendo la lógica anarquista), en realidad sería solo otro hecho de sangre con motivos políticos y económicos, cuyas razones son herméticas y cuyos fines verdaderos están vetados al ojo público del mundo, como tantos otros atentados ocurridos en la tierra del “sueño americano”.

Sobre Luigi Mangione, el héroe o el terrorista, según cómo se mire, también hay mucha sombra que iluminar. Conviene indagar en el verdadero rostro del personaje, más allá de su máscara justiciera. Mucho antes de volverse famoso, Mangione había desaparecido durante más de seis meses, debido a una presunta crisis emocional que lo indujo a alejarse de su poderosa familia. Resulta que el joven Mangione había sufrido un grave accidente de surf, durante unas vacaciones en Hawaii, accidente que lo dejó con una lumbalgia crónica.

Fue por eso que Luigi cambió su forma de ser, de manera drástica, frustrado por no poder vivir la vida que había soñado. Nuestra figura pronto conoció de cerca el “infierno” del sistema de salud pública en Estados Unidos, o eso, al menos, es lo que quieren hacernos creer. Los problemas fueron in crescendo. Le negaron una operación, los tratamientos no surtían efectos, gastó un dineral en especialistas. Sin embargo, su dolor permanecía. Su dolor físico luego mutó en una impotencia interior, reflejo de un síntoma social. Su resentimiento creció a tal punto que abominó de los “parásitos de la salud”.

Luigi llevó su repulsa contra el sistema más allá de los límites. Exploró la medicina alternativa, en específico, el uso de plantas psicodélicas para encontrar respuestas a sus cuestionamientos y recobrar el equilibrio perdido de su organismo. Durante un viaje de Ayahuasca, de hecho, Mangione afirmó haber visto a Dios, luego de haber luchado contra entidades oscuras, seguramente, manifestaciones psíquicas de su propia alma atormentada. Eran descritas como demonios de otra dimensión que intentaban implantar ideas retorcidas en su mente. “No todo el dolor es físico. Se alimentan del miedo, pero puedes hacerlos retroceder si ves su forma”, señaló en uno de sus tweets, que iban adquiriendo un tono cada vez más críptico y hermético.

Es conocida la exploración lisérgica con un motivo de viaje interior, de autodescubrimiento espiritual. Personajes como Antonio Escohotado, el mismísimo Aldous Huxley o los escritores beat de los años sesenta experimentaron con drogas psicodélicas para potenciar su comprensión del mundo y de la realidad. Sin embargo, no todos tienen el temperamento suficiente para soportar un viaje hacia adentro, porque no todos están dispuestos a confrontar su sombra. 

Por otra parte, es sabido que los Servicios de Inteligencia han montado, en el pasado, programas de manipulación mental, tales como el MK Ultra, basados en el uso de sustancias psicoactivas (LSD). Si tomamos en cuenta este antecedente, no sería raro que acá también haya habido intervención del Estado profundo. Todo lo impensable, a estas alturas, puede ser posible. Solo cabe atar los cabos dentro del rizoma.

La cuestión se vuelve todavía más intrincada y fascinante, al advertir las coincidencias entre el caso de Mangione con el caso del famoso Unabomber. Mangione comenzó a citar frases del manifiesto “La sociedad industrial y su futuro”. Veía en el Unabomber una especie de genio de la era moderna. Recordemos que Theodore Kaczynski, su verdadero nombre, también era un hombre brillante, un genio matemático con un futuro promisorio. Pese a tenerlo todo para el éxito social, Kacsynski fue el responsable de múltiples atentados con bombas en los Estados Unidos, durante más de veinte años, atentados que tenían un motivo ideológico neoludita.

Lo que no todos saben es que Kacsynski, en realidad, fue usado por el proyecto Mk Ultra, proyecto financiado por la CIA que consistía en manipular, con oscuros procedimientos, la psiquis de prominentes estudiantes de Harvard, todos con altos coeficientes intelectuales. Mucho después, fueron reveladas estas operaciones ilegales del programa secreto a través de una Comisión llamada Comisión Rockefeller. Sí, tal cual. En este asunto están también involucrados, directa o indirectamente, los pesos pesados del poder global. Era que no.

Kacsynski fue “quebrado” por estos manipuladores, a tal punto que dejó de ser el que era para convertirse en el terrorista anti sistema que todo el mundo ya conoce. Algo así como un villano para el poder hegemónico. En cambio, un anti héroe para los marginados de un sistema tecnocrático. Su crítica a la distopía tecnológica era, a mi juicio, la correcta; de hecho, resulta contingente, en pleno auge de la inteligencia artificial y de las ensoñaciones de los empresarios del Foro de Davos. Basta mencionar a Klaus Schwab y su tan renombrada “Cuarta Revolución Industrial”.

Pese a todo, el modus operandi, los métodos del Unabomber para llevar a cabo su revolución desde adentro, léase sus crímenes, costaron la sangre de inocentes. ¿Un daño colateral? Sus esquirlas nos recuerdan que hay algo siempre a punto de estallar en el centro del sistema, una bomba silenciosa, latente en el corazón de los desadaptados. Y ya sabemos que la violencia revolucionaria, su potencial destructivo, tiene el costo humano de sacrificarlo todo a ideales que se pretenden absolutos e incuestionables.

Si bien Luigi Mangione, nuestro revolucionario del momento, no tuvo una carrera tan meteórica como la de su ídolo, el Unabomber, sí que se aprecia una verdadera inspiración en su vida y obra. ¿Víctimas o victimarios? ¿Se puede ser lo uno y lo otro? Ambos se descargaron contra un orden que acabó por usarlos y destruirlos. Ambos tantearon una posible alternativa, una táctica de acción directa que siempre acaba siendo tutelada por sus propios enemigos. Acaso no se trata tanto de remover la estructura completa como de remecer las consciencias que hacen funcionar la maquinaria y de mantenerlo todo más aceitado que nunca.