miércoles, 11 de mayo de 2022

Cuando a algunos cabros les dije que había publicado un libro, comenzaron a mirarme de otra forma. Se notaba en ellos una mirada pristina de admiración, como si realmente haber publicado le diera a uno un estatus distinto o una seña de realización. Allá afuera, en la realidad, dentro del circuito literario, podría no significar absolutamente nada, entre tanta competencia furibunda, pero dentro del aula, tener un libro bajo la manga te hacía ver casi una celebridad. "¿Cómo se llama su libro, profesor?", preguntó la alumna escritora. "Rinconada", le respondí. Luego, curiosa, dijo si acaso aún me quedaban copias o si podía conseguirlo en alguna librería. "Al libro le fue muy bien, querida. Ya no quedan libros físicos" le dije. "¿Y en PDF?", volvió a preguntar la alumna. "Es que quiero leerlo, profe". Le respondí que no había problema en mandarle una copia digital de mi libro. La alumna quedó satisfecha y prometió leerlo, entre tanto libro del plan lector. Era cosa de tiempo para que se volviera lectora de la obra de su profesor, acaso una crítica acérrima o una diletante. Increíblemente, el aula se había vuelto ese "otro" medio literario tan soñado, recobrado luego de la infamia. El universo de lectura había hecho lo suyo en la galaxia de la pedagogía.
Conversando con un cabro en el patio:
-Profe, ¿usted sabe que estuve en cana?
-¿No me diga? ¿Y por qué?
-Me pillaron la merca.
-¿Y cómo se la arregló ahí adentro?
-Le pagué al guardia.

Rata (mini cuento)

Ella le tenía miedo a las ratas. Una noche recordó un episodio con su ex cuando vivían juntos. Se trataba de una rata que apareció en la cocina de repente. Su ex también les tenía pánico. Él se había quedado inmovilizado cuando la vio aparecer. Fue tanto que ella, con miedo y todo, tuvo que hacer algo para espantarla. Luego, tuvieron que fumigar la casa entera y salir de ahí definitivamente.

Hablaron sobre todo eso, con su amante, la misma noche en que ella aseveró que una rata se había metido a la pieza. Mientras el amante se apresuraba a buscarla, revolviendo todos los cachivaches, ella se agarraba fuerte a las sábanas, temerosa de que la rata apareciese en cualquier parte. Creyeron que se había movido sigilosamente, y que se escondía detrás de unas ropas y unos libros. Quería estar tranquila, y él procuraba que así fuera. Finalmente, no lograron encontrarla.

Al día siguiente, después de haber cogido como animales, se dieron cuenta que la rata se había subido a la cama, porque había heces encima. Entonces ella compró veneno, lo puso en todas partes de la casa. Luego, le pidió a su amante que comprara más. Él puso el veneno estratégicamente en diferentes rincones de la cocina, pero nunca supo de la existencia de esa rata. Solo tenía constancia de ella por los dichos de su compañera.

Cuando se aburrieron de aquellos encuentros furtivos, pensó que quizá la existencia de aquella rata siempre fue otra de sus mentiras y sugestiones. Tal vez ese miedo era la proyección de su propio corazón aprisionado, cosa de la cual nunca estuvo enterado, hasta que, al salir de la casa de su compañera, revisó en sus bolsillos la última caja del veneno, minutos antes de que se desplomara contra el pavimento, botando espuma por la boca, y profiriendo un chillido agónico apenas reconocible por los transeúntes.