miércoles, 25 de abril de 2018

Rumbo al metro Hospital, ayer, un loco de teatro que irrumpía con un monólogo contra rutinario. ¿En qué sentido? en el sentido de que aludía al aburrimiento y la displicencia de la gente que no lo pescaba, y de eso sacaba un gran speech, con su toque de crítica a la contingencia de por medio (recurso manido). Al final, el loco pedía uno que otro aplauso o al menos un mísero gesto kinésico, apelando a la modestia, en realidad, como recurso para ganarse las monedas. A eso él le llamaba "mendigar con estilo". Pero, de pronto, en el punto trágico de su monólogo, preguntó claro y fuerte: "¿Quién quiere morir realmente ahora? Sean sinceros, queridos pasajeros". Primera vez que escuchaba esa pregunta de parte de un artista del metro. Nadie respondía. Indiferencia intrigante. Hasta que una guagua soltaba un llanto al aire, sin dirección, al fondo. "Parece que alguien por fin se manifestó" decía el loco. Recién, una que otra mueca espontánea. Cuando veía que el loco se acercaba a la guagua, la mamá soltó la palabra y dijo: "No quiere morir, por si acaso, solo tiene hambre". Risas en todo el vagón. Luego, la gente seguía subiendo y bajando, como si el show del compadre no hubiese sido sino un soplido. En todo caso, se fue agradecido. A veces el metro, en su fugacidad hamletiana, se llena de esos momentos hilarantes y patéticos.
De la basura en un edificio (de conserje) recuerdo haber rescatado un par de libros. Un policial, La esmeralda cuadrada, de Edgar Wallace, y una enciclopedia filete, La II Guerra Mundial en Imágenes de David Boyle. Incluso otros sobre Pinocho que olvidé y acabé regalando (parece a una ex). Eso, a propósito de unos trabajadores de la basura en Ankara que habían creado una biblioteca con puros libros desechados. Un compadre escritor decía estar en contra de la idea de Borges, del libro como objeto sagrado. Habrían libros que merecen ser rescatados del basural y otros que merecen permanecer ahí, indefinidamente. El libro per se no sería objeto de devoción. La basura como la anti biblioteca, como la antología del desperdicio. Sacar de ahí algo o echarlo vendría siendo lo mismo que leer o dejar de leer. La lectura como un acto de reciclaje o de desecho.