jueves, 26 de enero de 2017

El Reloj del Apocalipsis.

Según una noticia reciente, hoy un boletín de científicos atómicos de la Universidad de Chicago, de forma unánime, decidió mover el llamado "Reloj del Apocalipsis". Se trata de un reloj simbólico creado en 1947 con el fin de representar lo cerca que está la humanidad de llegar a su fin. El movimiento de ese reloj se grafica en minutos por cada año. Cuando el reloj se encuentre en la medianoche, eso significará el acabóse definitivo. De acuerdo a los propios científicos, durante el año 2016 el reloj estuvo a tres minutos de la medianoche. Hoy fue movido a 2,5. Situación que no se había visto desde la Guerra Fría, en donde el reloj estuvo incluso cerca de los dos minutos. La razón de que se moviese, -indican Lawrence Krauss y David Titley, líderes del boletín- apunta precisamente hacia Estados Unidos. La gran derrota contra las armas nucleares y el cambio climático serían sus principales agentes. No cabe duda que la imaginación de ciertos personajes es digna de película. Los relatos sobre el fin de la humanidad se han venido arrastrando desde el siglo pasado. Cuándo ocurrirán realmente, no se sabe a ciencia cierta. Y tampoco parece ser lo más relevante. Para Chile, sin embargo, no haría falta un reloj de esas dimensiones. Ya se sabe, con solo mirar al horizonte, que el país oscila eternamente entre el minuto tres y el minuto dos. Quizá hasta el minuto uno. Pero no al cero. Moviéndose en un limbo permanente. Tentando a la parca.


Una vez que se aplaquen las pasiones y se amaine el desastre, cabe hacerse la siguiente pregunta de rigor. Precisar su definición para tomar cartas en el asunto. La pregunta por la responsabilidad sobre los hechos es siempre confusa e imprecisa. Si se empezara a delegar responsables se acabaría develando a la sociedad completa. Una pregunta más bien retórica. Entonces le sucede la interrogante clásica desde la mirada del detective ¿Quiénes fueron los auténticos autores? Ellos quizá permanecen aún a la sombra, impunes e incógnitos, lejanos al impacto mediático o quizá camuflados astutamente en medio de la algarabía. La incertidumbre respecto a la identidad y el paradero de los autores lleva a la opinión colectiva a dilucidar escenarios conspirativos o incluso montaje político. El foco de la verdad, ante la duda extrema, parece que se difuminara bajo el atributo de la ficción. Y eso no quiere decir que la ficción tenga menos certeza sobre la historia del desastre. Es el recurso del que aún no conoce el contorno de su realidad, y recurre por tanto al símbolo, a la interpretación. Toda lectura que hagan las víctimas sobre su desastre, de ese modo, cobra más pasión y justicia que la pura verdad, seca y sin épica. La víctima necesita llenar de sentido algo que a todas luces no lo tiene. El absurdo del mundo, su mundo, que se cae a pedazos sin mayor explicación. Ante la persistente incógnita sobre los autores viene entonces la lectura marxista, apuntando a la industria por propiciar que la estructura económica derive en el desastre mismo. La siguiente lectura viene luego del otro lado, con los líderes, los peces gordos insistiendo en la problemática de seguridad y de medioambiente. Cada cual ofreciendo interpretaciones de acuerdo a su implicancia con los hechos. Y en resumidas cuentas, con su propia verdad particular. Entonces resta la verdadera pregunta del sistema, la pregunta clandestina, competitiva: ¿Quiénes ganan ? y ¿Quienes pierden? Las respuestas acaban ardiendo junto con el desastre. Lo único cierto es que no se trata solo de un asunto de piromanía. Quizá todo haya sido concertado. O quizá solo fue obra de una voluntad anónima. La mirada del vigilante aún indaga en las huellas del autor original. Hasta el momento prófugo. Invicto. La única evidencia la constituye el cuerpo del país. De sus restos sobrevive todavía algo de ceniza.