Hay en nosotros una pequeña Comala que escondemos celosamente, poblada de rostros sin mirada, desapariciones y abandonos, viejos rencores, rencillas no resueltas, sollozos, sueños necios, figuras de barro. Si viajamos a su centro es para perdernos. Puede que nunca hayamos salido de ahí y creamos, ahora mismo, estar en otra parte.
domingo, 10 de noviembre de 2024
Vi la nueva película de Pedro Páramo en familia. El ritmo lento, pedregoso, sumado a la atmósfera lúgubre, los planos solitarios y una precisa alternancia entre recuerdos, hicieron de la experiencia una lectura muy fiel del libro. Al bajar al plan, de pronto apareció un fuerte viento que chocaba contra los muros. Las calles vacías de día domingo, y la aparición repentina de ciertas personas, sin dirección aparente, retrataban un cuadro similar a Comala en pleno puerto. Recordé a mi padre, a quien no veo hace mucho y de quien tengo, al menos, la certeza de que está vivo. Recordé también a mi ex. Su voz, su rostro, su andar. Caminé la misma calle que caminamos cuando volvíamos a la casa. El mismo recorrido, ahora en solitario, con su voz y su rostro, volviendo en calidad de imagen sin forma. Sé que ya no estamos juntos, sé que todavía anda por ahí, pululando en sus propios lares. Sin embargo, algo pena. Pena, todavía, algo que no pudo ser y que busca realizarse a través de la ausencia. Una extinta posibilidad, un secreto en forma de rumor, unas palabras íntimas convertidas en un lenguaje fantasmático. Todo aquel que escribe, tarde o temprano, busca su propia Comala, su propio destino insalvable, su propio relato descarnado, su propio retorno a un origen sin nombre. En nuestra obstinación por la verdad, nuestra verdad, matamos la historia, la retorcemos a nuestra manera, elegimos una narrativa conveniente y, en cambio, sacrificamos otra. Volvemos el mundo un desierto y, en su lugar, lo poblamos de apariciones espectrales, de realidades sin sustancia que buscan acabar con su tormento.
Umbral en la Cueva del Chivato: el Hombre del Ala Rota
Fragmento del relato "Umbral en la Cueva del Chivato", parte de la novela "Penumbra de provincia", proyecto en proceso de escritura.
(Imagen realizada con Inteligencia Artificial)
Una tenebrosa música de fondo lo inundó todo, de repente. Era una música que recordaba mucho a Penderecki con sus atmósferas atonales. Ángel y Miranda se dieron la vuelta, asustados, antes de conducirse de regreso al exterior.
-¡¿Adónde van tan deprisa?!-, exclamó una voz lúgubre desde dentro de la cueva.
-¿Quién es? ¡Responda!-, preguntó Ángel, desesperado. Miranda se agarró a su brazo.
La música dejó de sonar de manera progresiva y se sintieron unos pasos chapoteando en el agua de la caverna. Ángel y Miranda se quedaron viendo, a la defensiva, esperando al sujeto que venía hacia ellos. Era un hombre enmascarado, vestido con un traje de gala. Caminaba muy sereno.
-¿Quién es usted? ¿Y qué hace aquí?-, exclamó Ángel, una vez más.
-¿No creen que es demasiado pronto para irse?-, dijo el sujeto-. Permítanme presentarme. Yo soy el Hombre del Ala Rota. Seguramente ya habrán investigado algunas cosas sobre mí y sobre los sucesos que, como ustedes saben, están ocurriendo ahí afuera, pero déjenme explicarles tranquilamente lo que está pasando-.
Ángel miró a Miranda, asombrado. Luego volteó a enfrentar al hombre.
-Así que usted es el cómplice de Mendoza, el “caballero incógnito” al que tanto se referían en las tertulias. Usted es el anfitrión de la logia, y estuvo detrás de todo-.
-No sé qué habrá leído en esos viejos documentos, joven. Le sugiero que se calme. Estoy seguro que podremos resolver todo este embrollo de manera civilizada. Ahora, por favor, señor, señorita, acompáñenme hacia la sala de estar-.
-No creo que eso sea posible-, dijo Ángel, agitado. -No puede estar tan tranquilo en una situación como esta. Afuera, la ciudad se volvió una zona de lucha, y muchos de los implicados en la insurrección formaron parte de las tertulias que usted organizaba junto a su cofradía. Tiene que dar la cara. ¡Ahora!
El hombre se quedó estático, amenazante, frente a ellos.
Miranda, asustada, trató de calmar a Ángel.
-Es mejor que vayamos donde él nos dice. Tú mismo dijiste. Si queremos saber la verdad, tenemos que ir hasta el fondo, hasta las últimas consecuencias-, dijo Miranda, esta vez, decidida.
Ángel miró de nuevo hacia el hombre, que permanecía firme, y asintió. Entonces lo siguieron lentamente hasta llegar a una morada amplia, iluminada con una luz tenue, adornada con un estilo barroco. El piso tenía baldosas blancas y negras.
El hombre invitó a Ángel y a Miranda a sentarse.
-Disculpen mi falta de cortesía, no haberlos invitado antes, pero ya que ustedes llegaron hasta aquí, puede decirse que son los elegidos. Tomen asiento-.
Los escritores se sentaron lentamente, mirando todo a su alrededor.
-Ahora podremos hablar tranquilamente-, mencionó el hombre.
Su sola presencia y el ingreso a esta morada dentro de la cueva le hicieron creer a Ángel que estaba soñando.
-Dígame algo, ¿es esta la logia no reconocida? ¿es usted acaso el maestro?-, preguntó Ángel.
El hombre suelta una risa muy breve, detrás de la máscara.
-No coma ansias, invitado. Hay muchas cosas de las cuales todavía desconoce o solo cuenta con una visión sesgada o influida por sus propios prejuicios personales. Solicito de usted, si vino hasta con una inquietud, sea capaz de escuchar y de abrirse a todo lo que suceda, de ahora en adelante-.
-No pasará nada, tranquilo-, dijo Miranda.
-Espero que tengas razón-, le murmuró Ángel.
El Hombre del Ala Rota se incorporó y colocó su mano derecha extendida, debajo del mentón, cerca de su cuello. Se mantuvo así durante unos segundos.
-Por favor, invitados. Les voy a pedir que hagan lo mismo. Coloquen su mano derecha extendida, debajo del mentón-, señaló el hombre.
-Es mejor que hagamos lo que nos pide, Ángel-, señaló Miranda.
Así, ambos le copiaron el gesto al extraño hombre, luego de levantarse.
-¿Prometen decir la verdad en todo lo que se les pregunte?, dijo el Hombre del Ala Rota.
Miranda volvió a mirar a Ángel, para que respondiera afirmativamente. De este modo, ambos respondieron que sí, que dirían toda la verdad.
-¿Es esto un jurado?-, preguntó Ángel, escéptico. Miranda le movió el brazo, para que guardara el respeto.
-Le pido por favor que se limite a responder. Así como yo he sido muy cortés con ustedes, lo único que se les exige también es que lo sean acá, en esta morada-, respondió el hombre, muy en serio.
Ángel trataba de mantenerse impasible, por consejo de Miranda, aunque, por dentro, no podía evitar sentirse impactado. Muchas dudas asaltaban su ya perturbada cabeza. Por otro lado, permanecía, a su lado, demasiado tranquila. ¿Sabrá algo que él no? ¿O simplemente le sigue el juego, para ir hasta el fondo del asunto?
-Muy bien-, dijo el hombre. -Escuchen atentamente. Ustedes han venido aquí en calidad de invitados, cosa que no siempre se estila en el templo. Seguramente ustedes ya habían oído hablar de la Cueva del Chivato. ¿es cierto?-.
Miranda y Ángel respondieron que sí. Continuó el hombre.
-Y si han venido hasta acá, eso quiere decir que tuvieron alguna intuición sobre su vigencia, pese a su leyenda mal contada en el mundo profano. El mismo hecho de que hayan podido acceder a la cueva significa que pudieron sortear el primer obstáculo: la incredulidad en el misterio.
Pues bien, buscadores del misterio, regocíjense ustedes mismos por estar acá y ser testigos de lo que vendrá, pronto-....
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