lunes, 19 de noviembre de 2018

En el Día internacional del hombre, que es también el Día mundial del retrete, un hombre cualquiera llega a su casa y lo celebra involuntariamente haciendo del uno y luego del dos. Entonces, jala la cadena, y observa por un momento cómo la materia es evacuada, presenciando con sumo cuidado la metáfora de su propio destino.
Para que vean cómo suceden ciertos accidentes. Escribo esto con un dolor todavía punzante en la mano derecha, luego de haberme sacado la cresta anoche al tropezar en las escaleras del primer nivel del edificio, y caer con peso muerto sobre el hueso más cercano al coxis y contra la carpa de la mano. Durante la pérdida de equilibrio, recuerdo que a lo único que atiné fue a amortiguar la caída con el cuerpo para evitar un chancacazo en la cabeza. (De lo contrario, y no me perturbo al decirlo, tal vez no les estaría contando este cuento, o ya no sería el mismo que era antes de caer). La caída fue tan solo a cinco peldaños abajo pero ya asemejaba un vértigo que con un poco menos de prisa al caminar hubiese podido evitarse perfectamente. Salve a la soledad del momento que nadie estaba ahí para presenciar tan indigna situación. (y esto me reconforta mucho más que el mero hecho de haberme salvado).

Podrán decir lo típico: la sacaste barata, aunque ni aquel tropiezo ni este dolor persistente son nada comparado con lo que vino después. Al rato cuando volvía subiendo de vuelta al depa a buscar alguna venda y algo de agua oxigenada, encontré tirada a un costado del primer nivel una hoja de papel guacha, una pequeña hoja, la cual recogí con la mano izquierda con suma aflicción, disimulando a tientas que no había pasado nada. Dentro del depa iba con la hoja suelta para botarla, sin embargo, antes de hacerlo, leí en un acto reflejo lo que decía en ella. Una pura frase, escrita con una caligrafía regular: "Este mensaje está hecho para que veas lo que puede hacer nuestra mente". Volví a leer este enigmático mensaje no sin poca conmoción, descolocado con su contenido, como si fuese una interpelación irónica del destino, una insurrecta contigüidad de los acontecimientos que alguien propició para que justo al instante posterior a la caída encontrase esa hoja y la leyese sirviendo de lección a lo sucedido. Le di unas vueltas más al mensaje, en el momento que me apretaba fuerte la mano derecha con algo de alcohol. A medida que la herida se iba cicatrizando, y el dolor se iba agudizando, las interrogantes germinaban solas ¿De quién habrá sido la nota? ¿De qué mente estaría hablando? ¿La mente humana en general? ¿Por qué esa nota, justo después de la caída? ¿Sugiere acaso, que el poder de la mente conjura lo imprevisible, por rebuscado y accidentado que parezca?.

Ya más sosegado por la mano apretada contra la herida, le eché un poco de saliva y fui a la cocina rápidamente. Luego, sin más, boté la hoja a la basura. Desechaba el material pero el contenido continuaba persiguiéndome, a modo de efecto traumático. Así volví a la pieza para descansar del dolor y dejar un rato la mano derecha en paz. Sucede que ciertas cuestiones solo tienen sentido en nuestra mente, en la medida que nos sacuden a la fuerza. Sucede que todo el ejercicio posterior a la caída fue una réplica de aquel mensaje, un intento no de dar con su significación, sino que de dimensionar su impacto luego de haberse caído. Su lectura estrepitosa solo pudo haber sido posible estrellándose contra la realidad. El dolor que ahora me interroga y conjura, sirve de evidencia. En cierto sentido, la mente se recreó a sí misma en la caída. Su poder, su excusa para aparecer, al fin y al cabo, fue esa caída, invocada a través del texto del otro, como una sufriente revelación.
1.- El chiste se cuenta solo. Actualmente el poeta le paga al sicario, pues se transforma en póstumo. 

2.- En última instancia, el sicario es contratado por un poeta para matar a otro poeta, y así despejar la competencia. 

3.- Pero somos tan charchas que ya ni competimos.